Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 28-04-2018 13:49

Los dilemas de la moral macrista

La justificación PRO de los casos Dujovne, Caputo, Triaca y Aranguren. Por qué Carrió siente “vergüenza ajena y propia”. El próximo: Quintana.

Desconozco si a Nicómaco, el hijo de Aristóteles, le decían “Nico”. Pero es irrefutable que con su “Ética a Nicómaco” (o “Ética nicomáquea”) el filósofo griego fundó los valores de la cultura occidental para guiar el desempeño civilizado de los individuos en la sociedad y, sobre todo, el de aquellos a quienes les toca ejercer el poder republicano. Brevísima síntesis: el sentido de la vida radica en alcanzar el placer y la felicidad verdaderos, es decir, los que provienen de la virtud; y la virtud, o sea, la disposición para hacer el bien, depende del conocimiento y, más aún, del hábito. La ética vendría a ser, entonces, una especie de arte basado en el aprendizaje y el ejercicio de hacer el bien. Somos occidentales. Greco-romanos. Judeo-cristianos. Aristotélicos y bíblicos. ¿Está adiestrado para hacer el bien aquel que no lo hizo hasta ayer a la mañana? Tal vez sí. Quizá no. Quiero decir: en todo caso, le falta tiempo. Conocimiento de la virtud. Adiestramiento en la virtud. Está verde.

A Nicolás Dujovne sí le dicen “Nico”. En confianza, él mismo se presenta así. También en su cuenta oficial de Twitter: @NicoDujovne milita en la red social del desparpajo y la descalificación desde 2011. Hace cuatro años, pleno Mundial de Brasil, el economista, quien aún no era ministro pero reportaba como asesor rentado del bloque radical del Senado y es de suponer que ya evadía impuestos a granel, replicó un posteo de un amigo con este texto: “Gracias a @fgrouco acá está la mejor bandera del mundial”. En una foto, la enseña nacional era sostenida por dos personas en la playa de Copacabana. Tenía escrito en aerosol negro: “AFIP LTA”, siglas del ente recaudador argentino y de la hiriente humorada maradoniana “la tenés adentro”.

Viveza criolla. La evasión como deporte nacional. Hoy, “Nico” está a cargo del Palacio de Hacienda y es el principal responsable de la lucha contra el “negreo”. Desde hace una semana, cuando vio la luz la edición anterior de NOTICIAS, se sabe que, poco antes de ser designado, Dujovne asumió su estado de ilegalidad y se acogió a la amnistía contemplada en la eufemística “Ley de Sinceramiento Fiscal”. El tal @fgrouco del tuit de la banderita no sería otro que Federico González Rouco, un joven colega de “Nico” que en Linkedin se presenta como “Asesor de la Secretaría de Políticas Públicas de la Jefatura de Gabinete de la Nación”. Los descontrolados de ayer nos controlan ahora.

Los nombres Nicómaco y Nicolás reconocen orígenes similares. Ambos vienen del griego. Uno quiere decir “batalla victoriosa”. El del ministro significa “victoria del pueblo” (sic). La política es una batalla permanente contra la emergencia. En ninguna otra cosa se origina, por ejemplo, una ley de blanqueo de capitales. Falta plata. Punto. La necesidad tiene cara de hereje. Billetera mata galán. La virtud se reduce a bijouterie de campaña. La falta de ella brilla por su ausencia en distinguidos currículums.

El Caso Dujovne, el Caso Caputo, el Caso Aranguren, el Caso Triaca, y otros casos elevan al Caso Macri, en definitiva, a la categoría de dilema ético. No sólo en los jactanciosos ámbitos de intelectuales y comunicadores, ni apenas en los reductos del chiquitaje opositor: la polémica se incrustó en la propia interna de Cambiemos. Y se cuece a fuego lento.

Guerra de ethos. Antes de continuar, repasemos los casos:

Caso Dujovne. Poco antes de llegar a ministro, blanqueó unos $ 20 millones hasta entonces ocultos del alcance fiscal. La ley prohibió que se acogieran a ella altos funcionarios y parientes directos. Mauricio Macri vetó este último punto y su hermano Gianfranco pudo acogerse con más de $ 600 millones. No se prohibió que un evasor recién amnistiado fuera nombrado principal responsable del combate a la evasión del gobierno que impulsó el blanqueo. Voz oficial más repetida: “Todo bien con la ley, a lo sumo habrá un problema ético”.

Caso Caputo. El ministro de Finanzas, área que se ocupa de la deuda externa, integró fondos de inversión offshore en el extranjero y no declaró la propiedad de esas acciones, como lo exige la Ley de Ética Pública. Entre los títulos negociados por dichos fondos, había bonos de la deuda. Su mano derecha en el Ministerio, Santiago Bausili, sigue cobrando premios del Deutsche Banck, donde trabajó hasta asumir su cargo. Ese banco fue elegido por la gestión Caputo (también trabajó allí) como uno de los mayores colocadores de deuda, tarea que implica cobro de comisiones.

Caso Triaca. El ministro de Trabajo puso a su empleada doméstica como personal del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), intervenido por la cartera a su cargo. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, lo consideró “un error”.

Caso Aranguren. El ministro de Energía fue forzado por la Oficina Anticorrupción a vender sus acciones en la petrolera Shell y debe abstenerse de opinar sobre casos que involucren a dicha compañía. Llegada la circunstancia, ¿sus subordinados no le preguntarán nada, siendo además el mayor experto en la materia? Por otra parte, y pese a integrar un gabinete que llama a “confiar en el país”, declaró que mantendrá sus ahorros fuera del país hasta que “se recupere la confianza”.

Frente a la mayoría de los escandaletes desatados, buena parte del periodismo nacional hizo la vista gorda o fue benevolente y el núcleo dirigente del Gobierno respondió con más maniqueísmo que nicomáquea. Allá por el siglo III, se llamó maniqueístas a los seguidores del sabio persa Mani. Se presentaban como portadores de la “fe definitiva”, entendida como la superación del judeo-cristianismo, el budismo y el islamismo. Para ellos, el cosmos estaba dividido de modo tajante entre el Bien y el Mal. Ellos eran el bien, claro. Como los macristas, quienes descreen de los grandes ideales y todo lo contrastan con el fantasma del Mal K, que acecha y no debe volver. Tal razonamiento (dualista, binario, embrutecedor) busca evitar la discusión sobre la gaseosa y lábil ética oficialista. O morigerar la crítica, volviéndola culposa. Prestigiosos periodistas para quienes el Caso “Nico” marcó cierto límite de tolerancia, caen en la trampa de aclarar con mano blanda que “Dujovne no es Cristóbal López, Aranguren no es De Vido y Luis Caputo no es Lázaro Báez”. Claro que no lo son en términos personales, profesionales, fácticos ni judiciales (aunque, en esto último, quién sabe cómo reaccionarán en el futuro los “amigos” de Comodoro Py).

Hay un conflicto repetido, sin embargo, que los emparenta desde el punto de vista político: la tentación del poder de ocupar ambos lados del mostrador, de ser juez y parte. A ver si me explico…

La ética es el estudio de la conducta humana en relación con los valores. Viene de ethos: rasgos de la conducta humana que forman la personalidad y el carácter. La ética es un concepto colectivo, general. Un mar. El ethos es un concepto individual o de grupo más o menos diferenciado. Un barco. El macrismo ha consolidado en la sociedad argentina una guerra de ethos.

Puertas adentro de la Casa Rosada, donde predomina un ethos empresarial, los frecuentes “conflictos de intereses” son explicados así: “¿Qué quieren? Muchos funcionarios vienen de la actividad privada. Las cuentas del empresario dependen, muchísimas veces, de vivir al límite de la ley o a veces eludiéndola. Además, no seamos hipócritas: ¿o la mayoría de los argentinos tienen todo en blanco? Este es un gobierno de personas reales y muchas vienen de empresas reales que decidieron dejar por la función pública. Desde ahí hay que cambiar”. La suya es una ética del resultado e, incluso, del secreto. Dujovne no aclara su situación porque, de hacerlo, “violaría el secreto fiscal”. Caputo no revela de quién serían en realidad las acciones offshore que están a su nombre por la misma razón.

Los cráneos del macrismo aseguran descreer de las ideas absolutas del siglo XX, se autoasumen posmodernos, profesan una suerte de neobuda-hinduismo new age. Su sentido de la trascendencia se ancla en el aquí y ahora, más en las partes que en el todo. Diría que los inspira cierta ética del éxito, que si no lo consiguen (inflación, déficit fiscal…) será pronosticado con marcados tintes evangelistas en base a la alegría, la confianza en uno mismo y el temor al Mal. La ética como generalidad es relativa. ¿La ética de quién? Todo depende.

El ethos del político tradicional es distinto. Choca con tamaña endeblez ideológica. Sigue asentado en valores clásicos que van de Aristóteles al Estado de Bienestar. La trascendencia queda más allá. En nombre de dichos conceptos se han cometido las peores tropelías, claro que sí, pero constituyen el ADN de nuestra idiosincrasia (y, seguro, de nuestra truchez). Para que se entienda mejor esta guerra de ethos, evitaré enredarme en la lógica oficialismo-oposición para poner el foco en Elisa Carrió, oráculo moral de “Cambiemos”.

“Lilita” juega deliberadamente a aportarle a Macri lo que, se supone, no tiene. Valores. Entereza. Osadía. Sensibilidad social… Por ahora, el aliño “agua+aceite” viene sazonando la ensalada oficial al gusto de la opinión pública y el electorado. Esta semana, sin embargo, Carrió se vio forzada a aclarar entre los suyos: “Cambiemos no se rompe”. Mientras “rosqueaba” con Marcos Peña y otros popes PRO el modo de relajar la presión tarifaria sobre la población, le hacía llegar al autor de esta nota su sensación frente al Caso Dujovne: “Vergüenza ajena… y propia”. Según había escrito esa mañana Eduardo van der Kooy en “Clarín”, la revelación de NOTICIAS la había “descompuesto”. Carrió venía de celebrar la “honestidad brutal de Aranguren”, aunque aclarando que alguien que no confía en el país no podría integrar un hipotético gobierno bajo su mando. Con el Caso Caputo fue prudente, debido a “la tarea crucial de buscar financiamiento” que le cabe al ministro. Bastante se ha dicho y escrito ya sobre sus enfrentamientos “éticos” con otras dos espadas presidenciales, Gustavo Arribas (titular de la ex SIDE) y Daniel Angelici (presidente de Boca Juniors).

Al mismo tiempo que Carrió buscaba ablandar el tarifazo, fracasaba (incluso por su ausencia) una sesión especial de Diputados al respecto. Fue un escándalo. La nota de color la aportó el tercer “Nico” de esta historia, Massot, jefe de la bancada macrista. Sus monigotadas detrás de las cortinas púrpura del recinto para festejar el fracaso del quórum se viralizaron en las redes. Ética boba.

Emo-eticones. En enero de este año, plena eclosión del Caso Triaca, un grupo de los intelectuales más o menos oficialistas que integran el Club Político Argentino evaluaban, en un diálogo vía mail, hacer público algún tipo de pronunciamiento crítico. Entre los contertulios virtuales se contaban el periodista Aleardo Laría; el ex titular de la AGN, Enrique Paixao; los politólogos Carlos Abeledo y Marcos Novaro; el ex senador Pedro del Piero, Graciela Fernández Meijide y el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba.

–En Europa, un ministro de Trabajo que despide a su empleada insultándola, la tiene varios años en negro y la hace contratar por un sindicato intervenido por el propio ministro, renuncia de inmediato a su puesto –postuló Laría.

–Es alarmante. Nuestro país es como Suecia. Nadie tiene una empleada en negro. Siguiendo la Biblia, todos estamos libres de pecado, podemos lanzar una lluvia de piedras. Hay que lapidar a Triaca de inmediato –ironizó Durán Barba.

–Jaime, francamente no es una buena defensa –se anotó Paixao.

–No es una defensa. Es una exhortación. Las piedras las fabricaron las avanzadas revolucionarias con la casa de Juan B. Justo –insistió el consultor estrella de Macri.

Y agregó luego:

–A unos les puede parecer que lo más trascendente que puede hacer un ministro es blanquear a su empleada. A todos nos puede parecer cómica esa visión de la política. Sería como pedir la renuncia de Mauricio porque no pide a sus invitados que se disfracen cuando concede una audiencia… Yrigoyen no reconoció a ninguno de sus hijos, no por eso debería ser borrado de la historia.

–Impresentables el ministro y su defensor en este intercambio –saltó Del Piero.

–Sería una pena que el Club se expresara con la profundidad de señoras que toman té y mascan bizcochitos. Triaca ha cumplido y cumple un papel muy importante en la reforma laboral y en la lucha contra las mafias. (…) Si pedimos su renuncia, podríamos terminar el comunicado con un grito de solidaridad con aquellos a los que estaríamos defendiendo con la salida de Triaca: “¡Libertad a los presos políticos! ¡Viva el ‘Pata Medina’! ¡Viva Balcedo! ¡Viva Montoneros!” –dobló la apuesta Durán, amarrado a la ética de la conveniencia.

–Jaime, está bien un poco de joda, pero esto está de más –escribió Fernández Meijide.

–Creía que ridiculizar a los demás era algo mal visto en estos pagos –se incomodó Novaro.

–No creo en demonios ni en ángeles. Todos somos al mismo tiempo un criminal y un santo, como “Saint Genet, comediante y mártir”, un libro que debería ser de lectura obligatoria para todos los fanáticos. Disculpas por el humor negro –cerró Don Jaime.

(En la obra citada, Jean-Paul Sartre recreó la vida delincuencial y prostibularia del escritor Jean Genet, que era genial –más que Triaca, seguro– pero pagó sus robos con la cárcel, sus abusos sexuales con la baja del ejército y nadie le ofreció el Ministerio de Cultura.)

Con el Caso Dujovne tras el Caso Caputo, el dilema ético explotó y obligó a las principales figuras de Cambiemos a opinar en público. El miércoles 18, María Eugenia Vidal habló con el periodista Luis Novaresio por TV:

–Hay que dividir bien las cosas en el Estado. Hay faltas que son delitos, que son violaciones de la ley. Ahí no hay medias tintas: cuando el funcionario viola una ley, se tiene que ir. Inmediatamente. Y hay otras faltas que son éticas. Ahí la decisión la toma quien conduce, en este caso el Presidente. El que está a cargo evalúa la gravedad de la falta. Hay que tener en cuenta dos cosas, además: estos casos son todos distintos, pero se trata de personas con buenas carreras en la actividad privada, idóneas y exitosas; y la carrera pública está destruida. Acá, Ricardo Jaime manejó el área de Transporte y José López, la Obra Pública. ¿Con qué trayectoria?

–Tengo un prejuicio: vos no te bancarías una falta ética –interrumpió Novaresio.

–Por suerte… No sé si por suerte… Mi equipo nunca me puso ante la situación de tomar una decisión y espero que no suceda. Pero confío en gente como Caputo y Aranguren… Pero estamos hablando de supuestas faltas éticas, lo cual es subjetivo.

Estamos en emergencia. Siempre. Erizados. A los piedrazos. Siempre. En la emergencia, la ley y la ética caminan por cuerdas separadas. Hacen equilibrio, cada cual por su lado. En uno de los párrafos más descarnados de su enorme “A sangre fría”, razonó Truman Capote, otro genio excesivo: “Pocas personas son capaces de demostrar un principio de ética común cuando su deliberación está envenenada de emociones”. Así estamos. El zorro puede cuidar el gallinero, sólo porque podría ser peor. No pasa nada. Todo bien. Créanme, no los voy a defraudar.

* JEFE de Redacción de NOTICIAS

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Edi Zunino

Edi Zunino

Director de Contenidos Digitales y Audiovisuales del Grupo Perfil.

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