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MUNDO | 27-05-2018 09:50

Elecciones en Venezuela: el fraude "ferpecto"

El presidente Nicolás Maduro necesitaba escenificar un triunfo creíble, pero lo que consiguió fue apenas un sketch grotesco.

Crimen Ferpecto” se llamó la película de Alex de la Iglesia, cuyo título hace mención a la evidente imperfección de un delito perpetrado de manera supuestamente perfecta. Las dictaduras que querían aparentar legitimidad democrática, cometían delitos comiciales obvios. Pero el régimen de Nicolás Maduro intentó el fraude “ferpecto”.

Armado. Necesitaba candidatos opositores que se presten a la escenificación de un comicio real. Sin embargo, una vez más, no logró convencer a nadie que no necesite creerle, o bien por adicción ideológica, o bien por recibir dinero o prebendas para que simule creer en esas ficciones electorales.

Sus voceros dijeron que Maduro obtuvo en esta elección un porcentaje de votos favorables “jamás conseguido en la historia del chavismo”. O sea, superó al mismísimo Chávez. Lo que no dijeron es que fue el nivel de participación más bajo de toda la historia. Según las propias cifras oficiales (seguramente infladas como en anteriores ocasiones) Maduro no logró vencer ni siquiera al abstencionismo.

En las elecciones y referéndums que cada tanto hacía Saddam Hussein, siempre superaba el 80 por ciento de los votos. Su régimen se sustentaba en la comunidad sunita de Irak, notablemente menos numerosa que la chiita, a la que sojuzgaba de manera brutal.

También lo aborrecían los kurdos, mayoría abrumadora en el norte iraquí contra la que Saddam cometió genocidios químicos. Ni con la totalidad de los votos sunitas y árabes cristianos (caldeos, asirios y siriacos) habría podido superar el 30 por ciento. Pero en sus dibujados escrutinios superaba el 80.

Lo mismo pasaba con el dictador sirio Hafez el Asad. Aunque apoyado en la minoría alauita, que ronda el 15 por ciento, y con el rechazo de la inmensa mayoría sunita, los escrutinios siempre lo acercaban al cien por ciento.

Los déspotas centroasiáticos también realizaban farsas electorales. Incluso los más criminales, como el uzbeko Islam Karimov. Encarcelaba a quien le trajera problemas (incluida su propia hija), ejecutaba disidentes sumergiéndolos en agua hirviendo y se cubría de votos inauditos para disfrazarse de demócrata. Igual que el delirante Saparmurat Niyazov, quien además de imperar con mano de hierro en Turkmenistán, escribió el Rukhanamá; la Constitución del Alma de los turkmenos. También falsificaban comicios el general Franco, el general Stroessner y otros dictadores de ese tipo. No todos dibujaban escrutinios tan ridículos, pero las urnas están presentes en los regímenes autoritarios porque la mayoría de los déspotas busca maquillarse de legitimidad democrática.

Sombra. Hugo Chávez era un líder de espíritu autoritario, pero sus elecciones eran reales porque no necesitaba fraude para ganar. Lo apoyaba la mayoría. Pero Nicolás Maduro perdió rápidamente ese apoyo mayoritario. Por eso realiza teatralizaciones electorales que, al dibujar escrutinios que lo acercan al 70 por ciento en un país quebrado, atestado de presos políticos y con una diáspora de dimensiones bíblicas, terminan siendo un patético sketch.

La última elección verdadera en Venezuela, fue la legislativa del 2015. Precisamente porque fue pluralista y sin fraude, la oposición logró un triunfo abrumador. Pero, a renglón seguido, el régimen practicó una vasectomía institucional que volvió infértil al congreso, convirtiéndolo en un poder legislativo que no puede legislar.

Como necesitaba un órgano que haga leyes para poder firmar contratos internacionales y obtener créditos, el régimen creó una asamblea constituyente que cumple la función legislativa. Pero el comicio para elegir sus integrantes no fue plural porque sólo podían postularse miembros de organizaciones chavistas. Y aún sin competir con nadie, el régimen hizo fraude. Smarmatic, la empresa que desde los tiempos de Chávez realizaba el conteo de los votos, denunció que el escrutinio tuvo más de un millón de sufragios ficticios.

A pesar de la denuncia hecha nada menos que por la empresa que proveyó el software electoral, no hubo cambio alguno en el ente que perpetró el fraude: el Consejo Nacional Electoral (CNE). El mismo ente que en la última elección para gobernador del Estado de Bolívar, alteró el resultado transmitido por el sistema automatizado, incorporando de manera irregular actas manuales para que se impusiera el candidato chavista.

Esa misma entidad, conducida por las mismas autoridades, es la que estuvo a cargo de estas elecciones.

A la falta absoluta de transparencia del CNE se suma otra lista de realidades fraudulentas. El comicio debía realizarse en diciembre, pero fue adelantado sorpresivamente, sin razones válidas. Obviamente, el partido oficialista supo desde un principio la verdadera fecha, por eso se preparó para mayo, mientras la oposición debatía si presentarse o no, pensando en diciembre.

A eso se suma el descomunal desbalance entre los instrumentos propagandísticos del régimen y los de la oposición. Sin pudor ni discreción, todos los ministerios aportaron lo que se les requirió para la campaña de Maduro, además de arrear a sus respectivos empleados a los mitines oficialistas.

Además, estuvo el llamado público del presidente a votar con el Carnet de la Patria y presentarlo en el “Punto Rojo” más cercano al centro de votación, para recibir un bono extra. En todo el país hubo casi trece mil “Puntos Rojos”, con los militantes oficialistas pidiendo ese carnet para premiar a los votantes que se registraran y, por ende, castigar a todos los portantes de ese instrumento de control que no lo hayan llevado a escanear en los sitios establecidos precisamente para eso.

Y hay más razones para certificar la falsedad del comicio. Por caso, las proscripciones de las principales figuras de la oposición y también de la MUD. ¿Qué legitimidad puede tener un comicio donde los principales exponentes y la principal fuerza de la oposición no pueden competir?

¿Por qué Henry Falcón aceptó jugar un partido tan viciado? ¿De verdad pensaba que si él ganaba no se cometería un fraude? Al respecto, hay dos hipótesis. Una: estaba convencido de que, si la participación era masiva, podía ganar y forzar al régimen a reconocerlo y negociar la transición. La otra: necesitando un oponente para dar credibilidad al comicio, el régimen salió a tentar opositores con dinero y lo logró con el ex gobernador del Estado de Lara. Ese “sparring” electoral debía servir para que la votación tenga la imponencia de las buenas teatralizaciones. Pero su actuación no alcanzó más que para un sketch grotesco.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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