Y sí. La cultura tanguera es un dechado de inconveniencias para el nuevo status femenino. Sus mentores quedaron fuera de rango y exigirles un reseteo mental “de género” a esos tipos que engordaron panzas en cafetines de barrio es como pretender valores republicanos en el Medioevo.
Para el caudillaje feminista (que no tiene la patente del movimiento) la muerte de Cacho Castaña impuso un día de celebración. La del adiós al machirulo más desembozado de la Argentina. No entendieron que un tanguero de casi ochenta años era, por naturaleza, irrecuperable.
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“Ésta me sacó del jonca”, dijo hace unos años Cacho abrazando a su joven mujer, a modo de piropo. Y vayan a explicarle que ella no es ésta. O que sus chistecitos sexistas dejaron de causar gracia hace ya un tiempo.
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A otros referentes de la cultura popular, como los rockeros que reivindicaban al femicida Barreda, o los actores que hacían humor machista como Francella, la transformación social les dio tiempo para reinventarse. No sabemos si se camuflaron o cambiaron profundamente, pero emprolijaron praxis y discurso. Cacho Castaña no pudo; y quedó ahí, en tierra sísmica, como un combatiente generacional sin capacidad de fuego.
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Envejeció usando camisas desabotonadas, pelo en pecho, y melena raleada, todo tan anacrónico como esas ideas calcificadas cuya inocencia reivindicó genuinamente hasta el final. Sus letras malditas dan risa, chicas; y hoy son tan imposibles que nos muestran cuánto hemos cambiado. También compuso hermosos tangos. Sólo por eso es de mujeres empoderadas hacerlo merecedor de una profana extremaunción.
*Editora Ejecutiva de NOTICIAS.
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