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CULTURA | 08-11-2019 15:47

El Muro y la democracia argentina

El fragmento que ocupa el hall de Editorial Perfil es testimonio de la violencia política del siglo XX y su superación.

El Muro de Berlín cayó en la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989. Junto con los alemanes, pero en Argentina, también pasó esa noche en vela un grupo de 17 periodistas que estábamos cerrando (verbo que en la jerga periodística significa terminar) la primera edición de la revista que con los años sería probablemente la más importante de todas las editadas en el país: NOTICIAS. 

Que mientras estuviéramos pariendo nuestro sueño editorial más ambicioso, en el mundo se pariera un nuevo orden nos puso metafísicos aun a los varios agnósticos de aquella redacción. Como si recibiéramos un mensaje desde algún más allá.

No nos equivocamos al percibir al instante que lo que estaba sucediendo en Alemania esa noche cambiaba el mundo. El mayor historiador contemporáneo, el inglés Eric Hobsbawm, en su canónico libro “Historia del Siglo XX” colocó como fecha del fin del siglo pasado el día que cayó el Muro de Berlín y en comparación con el siglo XIX que a su juicio fue “largo”, calificó al siglo XX como“corto” porque duró solo 75 años al haber comenzado con la Primera Guerra Mundial en 1914, que dio por concluido el orden imperial, y terminar en 1989 con el fin del comunismo expresado en la caída del Muro de Berlín.

Probablemente percibimos la trascendencia de lo que estaba pasando esa misma noche porque veníamos sensibilizados por la reciente llegada a la democracia en Argentina después de más de 50 años de dictaduras desde 1930, no casualmente contemporáneas con la revolución Rusa de 1917, su potenciación con Stalin como líder soviético indiscutido a partir de 1922 y su búsqueda de expandir internacionalmente el modelo de los soviets. 

Como la Guerra Fría se vivió en toda Sudamérica en forma de dictaduras militares y guerrillas de izquierda, la caída del Muro de Berlín significaba no solo el fin de la Guerra Fría en el mundo sino también la definitiva llegada y consolidación de la democracia en Sudamérica. Apenas meses antes, ese mismo año 1989, el 24 de enero, el grupo guerrillero Movimiento Todos por la Patria, MTP, liderado por Enrique Gorriarán Merlo, fracasaba al intentar copar el regimiento de La Tablada en la provincia de Buenos Aires pero con un saldo de 45 muertos. 

« La democracia no es producto de la naturaleza sino de la cultura, resultado de los esfuerzos de generaciones»

Seguramente también me conmovió el haber sufrido personalmente las consecuencias de la Guerra Fría. Había vuelto a vivir a Argentina pocos años antes, en 1984, después de estar exiliado el último tramo de la dictadura militar cuando fui puesto a disposición del Poder Ejecutivo acusado de “traición a la patria”. Y sin perder tiempo, esa misma mañana del viernes 10 de noviembre, llamé por teléfono al embajador de la República Democrática Alemana, la RDA, para transmitir el interés de Editorial Perfil por conservar en Argentina una parte considerable del Muro de Berlín como ejercicio de permanente memoria sobre la violencia política que azotó al siglo XX.

El embajador estaba entre sorprendido por mi llamado y aturdido por los acontecimientos de su país. Apenas balbuceaba dudas: “¿Cómo lo sacarían?”“¿Cómo harían para transportarlo?” Editorial Perfil era importador de equipos de impresión alemanes, por ser los de la tierra de Gutenberg los mejores del mundo, y tenía experiencia en desarmar en Alemania pesadas rotativas de impresión, transportarlas a Buenos Aires y volverlas a armar. La propia máquina de impresión actual del diario Perfil se trajo de Alemania en decenas de containers y solo el puente grúa que la armó en Buenos Aires y continúa estando en el edificio de Editorial Perfil, pesa 25 toneladas. 

Una vez que el embajador comprobó que nuestro pedido era serio y contábamos con la capacidad logística de instrumentarlo, pasó a otras cuestiones materiales: ¿Ustedes se harían cargo de todos los costos económicos? Y al escuchar que estábamos dispuestos a compensar al estado alemán por la entrega de los bloques, prometió trasladar la consulta a su Cancillería. Pocas semanas después volvió con la respuesta: “Si donan la construcción de un colegio en Alemania del Este, la RDA permitirá que tomen toda la cantidad del Muro de Berlín que deseen”. Por entonces solo una muy pequeña cantidad de bloques se habían derribado, fundamentalmente en cada uno de los pasos fronterizos necesarios para abrir el tránsito.
Elegimos veinte metros de muralla pintada que llegó a Buenos Aires meses después de un complejo trabajo y gracias a la pericia de los ingenieros gráficos de Editorial Perfil, para ser rearmados en el hall de entrada de nuestras redacciones y así recordarnos, todos los días, que la libertad no es algo natural ni dado sino un logro que requiere esfuerzo. Y también, que siempre puede perderse.

El fragmento del Muro que fue trasladado de Berlín a Perfil

Cuando el Muro de Berlín fue erguido en el año 1961, en Alemania prácticamente no había televisión y, además de impedir el tránsito de personas, el muro impedía el tránsito de ideas por entonces impresas en forma de publicaciones en papel. Resulta inconcebible para los periodistas  jóvenes de hoy pensar que un muro de cemento pueda ser literalmente un objeto de censura en esta era de redes sociales, internet y proliferación de medios de comunicaciones que no requieren una plataforma física y caigan en la tentación de sentirse a reparo de situaciones similares.
Pero la censura siempre intentará encontrar formas de interferir en la libre circulación de ideas, hoy un muro no será útil para impedir el tránsito de mensajes (aunque sí sigue vigente para impedir el de personas, como lo muestra Trump) pero el bloqueo de urls en la web, el bloqueo directamente de redes sociales, o el corte de conectividad con el exterior, total o selectivo, continúan siendo eficaces formas de aislar a una sociedad del exterior.

El Muro de Berlín es una metáfora de todas las formas que el poder tuvo y tendrá para impedir la libre circulación de cuerpos, átomos, ondas, bits o las formas que la tecnología vaya desarrollando, porque la tecnología siempre podrá ser utilizada tanto para el bien como para el mal, al igual que el martillo sirve para esculpir la escultura tanto como para destruir la obra de arte.
Aunque el bien sea predominante en la condición humana, el mal también es uno de sus componentes y cada generación deberá recordar siempre que eso dado, por ejemplo la democracia en nuestro caso, no es producto de la naturaleza sino de la cultura, resultado de los esfuerzos de generaciones que se dedicaron a construirla. 

La mayor cantidad de bloques fuera de Alemania del Muro de Berlín no son cemento pintado, son un monumento a la memoria. 

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Jorge Fontevecchia

Jorge Fontevecchia

Cofundador de Editorial Perfil - CEO de Perfil Network.

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