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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 10-11-2019 23:34

Bolivia es la última advertencia para Alberto Fernández y Macri

El golpe contra Evo Morales plantea una crisis y una oportunidad para ambos presidentes. El rol regional de la Casa Rosada.

Se acabó el tiempo. El crack institucional en Bolivia le marca un ultimatum regional a la dirigencia argentina, que viene jugando irresponsablemente a la grieta desde hace años, ajena al peligroso declive de legitimidad de los gobiernos democráticos vecinos. Tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández tienen la necesidad urgente, y a la vez la oportunidad única, de ponerse a liderar ya mismo la crisis nacional y al mismo tiempo la crisis sudamericana. Y el único modo eficaz de hacerlo es juntos.

Vamos por parte. Desde hace más de un año, los economistas de todos los colores repetían a coro que la situación social y financiera argentina era gravísima pero que no era comparable a la del 2001. No viene al caso repasar esa argumentación porque está disponible en Google. Lo que esos analistas pasaron por alto fue el factor regional, seguramente porque parecía muy lejano. Pero los procesos de derrumbe institucional de varios vecinos sudamericanos evidencian un movimiento telúrico que no puede no afectar de algún modo a la Argentina.

Pero tanto el macrismo como el kirchnerismo optaron por seguir apostando a la polarización ideologizante de la sociedad, evidentemente con fines electorales. Y ese juego bipolar incluyó la toma de partido superficial y oportunista en el tablero geopolítico, sin evaluar la gravedad creciente del escenario latinoamericano. Brasil, Venezuela, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia fueron planteando el desafío de presentar un frente diplomático común apoyado por toda la dirigencia argentina. Pero no, la grieta pudo más.

Pasó la campaña electoral y ya no quedan excusas proselitistas. Macri tiene la obligación histórica, y a la vez la chance, de volver a gobernar luego de meses de hacer campaña. En sentido inverso pero coincidente, Alberto Fernández no puede seguir haciendo tiempo, como si fuera un presidente electo que llega a hacerse cargo de un tablero de control estable y previsible. Y la turbulencia regional les exige hacerse cargo de una misión histórica que, aunque tal vez les quede grande, no tienen mucha chance de esquivar.

Ya no parece posible para el presidente saliente seguir haciéndose el distraído con el golpe uniformado que echó a Evo Morales: el primer comunicado de la cancillería argentina es de una tibieza alarmante, disfrazada de prudencia. Tampoco estuvo a la altura de las circunstancias el presidente electo con la cuestión venezolana, apelando a la muletilla del diálogo para evitar tomar posición en un conflicto ideológicamente incómodo. El kirchnerismo, además, fue infantil en su festejo por la desestabilización del gobierno chileno, enojado por una brutal represión armada que, sin embargo, no condena cuando sucede en Caracas. También se le ha vuelto en contra su silencio cómplice con los desaciertos republicanos de Evo Morales, que le dieron la excusa perfecta a sus enemigos de siempre para voltearlo en un momento de debilidad.

Contrariamente a lo que macristas y kirchneristas vienen sosteniendo desde hace años, chicaneándose mutuamente, los estallidos regionales no son la prueba irrefutable de la crisis terminal del modelo neoliberal o del modelo neopopulista bolivariano. La crisis es de la democracia, y no solo en la región sino en todo el planeta. Semejante incertidumbre sistémica, que ya toca las fronteras argentinas, no puede enfrentarse con una sociedad tan dividida, como confirmaron incluso las urnas. Ni Alberto ni Macri pueden ponerse a la altura de las circunstancias solos, aislados en sus trincheras de poder que, por otra parte, apestan a internismo traidor.

Y aunque ambos mandatarios prefieran mantenerse en su zona de confort ideológica y partidaria, los vientos latinoamericanos no soplan en ninguna dirección clara. Más bien vienen arremolinados, sin la contención de organismos supranacionales con la autoridad y el consenso mínimos requeridos para estos desafíos. Para evitar que el tornado se lleve puesta la gobernabilidad nacional en plena crisis económica y regional, Macri y Fernández tendrían que asumir ya mismo el comando conjunto y efectivo de la transición, cuya primera etapa termina en diciembre, pero que continúa en 2020 con roles invertidos.

Ya no importan las herencias mutuas ni los rencores. Se trata de llenar un vacío regional peligrosísimo, que no es ni de izquierda ni de derecha. Hacen falta liderazgos que estén más allá de la grieta sudamericana, que se come a casi todos los gobiernos vecinos, porque la gente los ve como más de lo mismo: no otra cosa sino el pasado fallido representan el kirchnerismo y el macrismo. Solo una inesperada y audaz alianza diplomática de Mauricio y Alberto podría cambiar la historia. El punto a consensuar es muy simple: se llama democracia. Lo demás, es discutible.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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