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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 23-03-2020 11:21

El Operativo Dorrego posmoderno de Alberto Fernández

El llamado presidencial al protagonismo militar en la ayuda humanitaria despierta viejos fantasmas del peronismo.

Se dice que el Coronavirus ha reseteado al mundo, que la crisis sanitaria tiró por la borda todos los planes estratégicos para los próximos años, y que la Argentina no es una excepción. Sin embargo, en la Casa Rosada, la pandemia más bien potenció, digamos que puso en modo turbo, los dilemas que ya estaban en la cabeza de Alberto Fernández a la hora de asumir su cargo.

Los temas más calientes que se aceleraron con la llegada del Covid-19 son la postergación del pago de la deuda hasta nuevo aviso, la emisión monetaria para reactivar de modo urgente la economía, la necesidad de sentar a los factores de poder a una mesa de concertación, y el empoderamiento del Presidente como líder nacional, más allá de la grieta y del doble comando diseñado por Cristina Fernández de Kirchner para ganar las elecciones. A esos temas, hay que sumarle otro, menos visible pero no menos estratégico: se trata de la relación que establecerá este gobierno peronista con las Fuerzas Armadas.

El Presidente dijo hace unos días, no en círculos especializados sino en el programa de Gerardo Rozín en Telefe: “Necesito que el Ejército se involucre plenamente”, refiriéndose al apoyo logístico, sanitario y hasta de reparto de alimentos que el Gobierno espera de los militares. De hecho, el viernes Alberto Fernández se reunió con su ministro de Defensa, Agustín Rossi, y los jefes de todas las Fuerzas para monitorear los preparativos de participación castrense en la lucha contra “el ejército invisible”, como etiquetó el Presidente al Coronavirus.

Aunque el albertismo apuesta al involucramiento militar en la crisis como un factor clave para el éxito de la guerra oficial contra la pandemia, en la Casa Rosada se cuidan de dejar muy claro que la intención siempre tiene como límite el respeto a las leyes de Seguridad Interior y Defensa Nacional, que es un tópico muy sensible para el kirchnerismo y el progresismo en general.

Este dilema no nació con el virus. Hace exactamente un mes, Alberto Fernández tuvo que pedir perdón públicamente a Nora Cortiñas, quien lo calificó nada menos de “negacionista”, porque el Presidente había dicho en Campo de Mayo que ya era hora de “dar vuelta la página” respecto de la grieta entre militares y sociedad civil por los crímenes de lesa humanidad. En aquel acto en Campo de Mayo, Fernández le estaba dando la bienvenida a la nueva cúpula de las Fuerzas Armadas, que se tomó el tiempo y el esfuerzo de renovar apenas inició su atribulado mandato: el Presidente aseguró en ese discurso castrense que “hoy tenemos fuerzas absolutamente integradas a la sociedad argentina”.

Y de paso, para dar un ejemplo de cómo podrían involucrarse más con los problemas de la ciudadanía, Fernández elogió la ayuda humanitaria que los uniformados estaban haciendo llegar a la comunidad wichi en el norte del país. Nadie sospechaba, apenas un mes atrás, que ese auxilio militar se volvería hoy un bien de primera necesidad para la mayoría de los argentinos, sin distinción de clases sociales, como le gusta pensar al peronismo clásico.

En lo profundo del ADN peronista se aloja el vínculo problemático de la política con las Fuerzas Armadas. Hay que recordar que el General Perón no solo hizo gala de su uniforme en su primer mandato, sino que lo lució durante las ceremonias protocolares de asunción del mando-con Isabelita como su vice- en octubre de 1973, cuando las papas entre militares y militantes quemaban muy en serio. Justamente en ese mes de octubre del '73, se lanzó el llamado “Operativo Dorrego”, que intentaba unir a la Juventud Peronista y a sectores nacionalistas del Ejército en un esfuerzo mancomunado para asistir a miles de bonaerenses afectados por lluvias e inundaciones devastadoras. Aunque hubo sorprendentes fotos de un desfile de presunta unidad con soldados formando delante de banderas de Montoneros, el saldo para muchos fue inocuo e incluso negativo, a la luz de la feroz represión que vendría poco después y que llenaría el país de miedo al presente. Las autoridades bonaerenses que lo pergeñaron también lo llamaban el “Plan Codo a Codo”, nombre que hoy remite al nuevo modo de vínculo que impone la pandemia del Covid-19.

La histórica coincidencia subraya el desafío eterno del peronismo por integrar a los militares a su proyecto de poder, y viceversa. Esta relación de amor-odio resuena seguramente en los sueños y pesadillas del Presidente, mientras decide contrarreloj si decreta el Estado de Sitio, haciendo equilibrio entre la apestada democracia occidental y los regímenes asiáticos con barbijos que, por momentos, parecen mordazas.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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