Friday 19 de April, 2024

SOCIEDAD | 28-01-2023 08:50

El lado oscuro las familias "argentas"

A las familias se las conoce por lo que esconden, por sus contratos narcisistas y pactos negativos, por sus silencios y secretos.

“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, dice el comienzo de la novela “Anna Karenina”, de León Tolstoi. Más que una tipología de familias, una clasificación entre dos tipos, esta frase tiene que ser mejor entendida en el sentido de que, hacia afuera, en el mundo público, las familias se muestran felices y, en cierta medida, la felicidad se finge de modo semejante en todos lados (sonrisas, amabilidad, educación y respeto), mientras que los trapos sucios se esconden.

Toda familia tiene un lado oculto; mejor dicho, a las familias se las conoce por lo que esconden, por sus contratos narcisistas y pactos negativos, por sus silencios y secretos. Una vieja película titulada “La celebración”, la primera del movimiento Dogma 95, causó revuelo cuando en 1998 llevó a la pantalla la historia del cumpleaños de un padre que, en el momento del brindis, se encontró con que su hijo mayor hizo una revelación inesperada en torno a todo lo que esa familia mantenía entre las sombras (un incesto) para poder sobrevivir.

En el campo de las series, durante la década del ’80 hubo dos grandes referentes: por un lado, “Blanco y negro”, que comenzó a pasarse hacia fines de los ’70 y tuvo su último episodio a mediados de los ’80; por otro lado, “Lazos familiares”, que estuvo en pantalla toda esta última década. Si la primera exploraba con novedad la cuestión de la adopción y problematizaba el horizonte multicultural, la segunda desarrollaba un poco mejor la conflictividad intrínseca de la familia, a partir de las diferencias generacionales, la exposición de los hijos al mundo exogámico, etcétera.

Con sus logros, de estas dos series se puede decir que permanecieron dentro del ideal de la familia unida. Por fin habían llegado a la televisión el living de una casa, que duplicaba en espejo la escena de los televidentes; era como si se les dijera: “Tranquilos, nada puede ser tan grave”. Sin embargo, a la vuelta del cambio de década, llegó “Casados con hijos” que jugó a dar un paso más y durante los ’90 (en Estados Unidos) nos puso frente a las miserias de una familia disfuncional, para que nos veamos en nuestro propio reflejo cultural.

En nuestro país, también hay una secuencia específica que recorrer para llegar a la adaptación local y explicar su éxito. Así como antes cité a Tolstoi, ahora podría mencionar a la banda argentina Viuda e hijas de Roque Enroll, que en la situación post-dictadura hizo un hit con el título irónico “La familia argentina”. En la letra, una madre destaca los valores que mantienen unidos al grupo familiar, pero que no se corresponden con lo que, a la vez, narra: “Llega papá sin saludar, hoy me olvidé de cocinar, por eso no nos vamos a pelear, prendé la tele. Los chicos saben respetar, no tienen vicios ni maldad, siempre usan walkman, no les puedo hablar, jamás me escuchan”. Así, familia unida es aquella en la que cada quien hace la suya y todos se ignoran entre sí.

ADN Argento

Ya Guillermo Francella había tenido su protagonismo con “La familia Benvenuto” (que era un retorno de “Los Campanelli” de los ’70). Durante los primeros cinco años de la década del ’90, cada domingo al mediodía nos sentábamos a la mesa con la frase: “Lo primero es la familia”. Por eso su conversión en Pepe Argento es más que una adaptación de un producto extranjero, es una resignificación de nuestra historia cultural, en el pasaje de una familia de ascendencia italiana a una familia bien local; ya no familia ampliada, sino matrimonio e hijos en roles mucho menos definidos desde un ideal. Era la hora de entrar en el lado B de ese lazo que llamamos “familia”.

Por cierto, ya decir “Casados con hijos” es una excelente manera de desbancar el peso de la denominación familiar. Ni “Los Simpson” se animaron a tanto.

La serie no se llamó “Los Argento”, sino que a partir de su título ya nos puso frente a la disimetría de roles. Por un lado, tenemos una pareja con dos roles bien definidos: un marido cuyo papel de padre lo abruma; que alimenta a unos hijos que considera rémoras; que no sabe qué más hacer para desentenderse de la demanda de su esposa. Esta, por su parte, no hace las veces de madre abnegada, sino que es una mujer que no renuncia a su goce y que tiene bien en claro que su marido no es la causa de su felicidad. Recordemos que en el año 2000 se publicó “No seré feliz, pero tengo marido”, el best-seller de Viviana Gómez Thorpe. Ya corrían nuevos y buenos vientos para cuestionar el amor matrimonial, en tiempos en que el divorcio se había vuelto legal hacía muy poco.

Por otro lado, tenemos a los hijos: una chica frívola y narcisista, un chico medio tonto; ambos ventajeros e instrumentales, lejos de los problemas típicos de la adolescencia (como el primer amor, la inserción en el mundo laboral, etcétera, todas cuestiones que habían investigado las series precedentes). Entre padres e hijos, no hay sucesión ni transmisión de valores, salvo los negativos; es como si no hubiera primado una filiación simbólica, por la cual los últimos suelen identificarse con los primeros, con el fin de hacer valer sus ideales y la expectativa de devolverles en un futuro el sacrificio que realizaron por ellos.

En “Casados con hijos”, por momentos está anulada la diferencia generacional y, como se da en las familias actuales, adultos y jóvenes parecen estar en el mismo nivel horizontal y no hay quien respete a nadie, los problemas de uno se vuelven problemas de todos, el adentro se refuerza ante un afuera amenazante, al que ya no hay que salir para ganarse la vida, sino del cual es preciso defenderse. Si un hijo reprueba un examen, ya no se trata de introducirlo en la importancia cultural del estudio, sino de buscar la forma de que apruebe y punto. La familia así se convierte en un grupo defensivo, de los que puede estar sumamente unido, pero ante la menor coacción, puede entrar en pánico y salir cada uno disparado para su lado.

Identificación

La pregunta inevitable es: ¿cómo podemos encariñarnos con personas que nos muestran un costado tan negativo de los vínculos? Una respuesta psicoanalítica está en destacar que, a través de la representación artística, nos reconciliamos con una parte de nosotros de la que, por lo general, no queremos saber mucho y, por medio de un juego de identificaciones, integramos un aspecto psíquico. Este es el milagro y la verdad de la ficción.

Una respuesta personal, aunque relativa a la historia argentina, está en reconocer que esta serie llegó en un momento oportuno, para una sociedad que necesitaba revisar normas y estereotipos rígidos (sobre todo paterno-filiales), respecto de los cuales la crítica más eficaz es la del humor, que permite tomar distancia y reestructurar, a través de personajes anti-heroicos, lo que parecía un destino.

En la industria cultural, hay dos clases de productos: los que crean necesidades para un público inexistente; los que saben interpretar lo que una sociedad todavía no sabe de sí. Los primeros tienen un éxito instantáneo y fugaz. Los segundos atraviesan generaciones, como ocurrió con “El zorro”, “El Chavo” y, en este caso, “Casados con hijos”.

¿Por qué esta es una serie fundamental del inconsciente colectivo local? Porque con una familia atravesada por contratos narcisistas y pactos negativos, vuelve a instalar la potencia que lo familiar puede tener como espacio de confianza y seguridad. Dicho de otro modo, lava los trapitos y los cuelga al sol, para que nadie tenga vergüenza de su humanidad.

 

*Doctor en Psicología y Filosofía

por por Luciano Lutereau*

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