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MUNDO | 12-12-2019 11:04

Ambientalistas en peligro: vocación riesgosa

Los activistas que perdieron la vida por defender la tierra. De la Amazonia a México.

Defensores de la tierra y el ambiente viven bajo amenaza en América Latina, una de las regiones del mundo con más asesinatos de activistas. La muerte golpeó este año a los guardianes indígenas de la Amazonia en Brasil y a líderes campesinos de Guatemala. A protectores de los bosques en Honduras, opositores a megaproyectos en México y activistas comunitarios en Colombia.

En Amilcingo, un pueblo rural del centro de México, nada es igual desde la muerte de Samir Flores, un activista comunitario opositor a una termoeléctrica asesinado en febrero.

A lo lejos se escucha el canto de un gallo mientras Leonel Pérez Mendoza, locutor y campesino, hace sonar música tropical en la radio comunitaria Amiltzinko 100.7 FM. Los ritmos son alegres. Sin embargo, en el pueblo hay temor, enojo y tristeza. 

En varios muros de Amilcingo y en la fachada blanca de la termoeléctrica, situada en Yecapixtla, a unos 30 kilómetros, se ven grafitis pintados en aerosol que dicen: “Samir vive”. Todos saben que Samir está muerto. Pero quieren mantener viva su lucha. “Nos dolió bastante”, dice Pérez, de 37 años. “Él era el que movía, el que nos informaba. Tenía mucho por hacer”.

Ahora 18 voluntarios se turnan para tratar de llenar la programación en la radio, fundada hace seis años por Flores. Ya casi no se habla al aire de la termoeléctrica. “Claro que hay temor”, afirma Pérez.

Ambientalistas

Efectos. Los asesinatos no sólo silencian a los activistas. “Se logra amedrentar a las personas que hacen un trabajo similar, a las personas de una comunidad, de una organización”, comenta a DPA Marina Comandulli, de la ONG Global Witness, que trabaja con defensores de la tierra y el medio ambiente en el mundo. 

“La gente ya no siente que pueda seguir haciendo su trabajo de la misma manera, pero hemos observado que, por más que pasen esas cosas, es impresionante, especialmente en Latinoamérica, cómo siguen luchando”, señala.

Global Witness, con sede en Londres y Washington, documentó 164 asesinatos de defensores en el mundo en 2018, más de tres por semana. La mayoría se contabilizó en Latinoamérica, en parte también porque allí hay muchos grupos denunciando los abusos. 

Las cifras de este año aún no están disponibles, pero tan solo en México fueron asesinados en los pasados 12 meses al menos 27 ambientalistas y defensores de derechos humanos, según datos de la organización civil mexicana Serapaz. En todo 2018 habían sido 14.

Flores murió a tiros. Fue atacado frente a su casa al amanecer del 20 de febrero poco antes de ir a la radio comunitaria. Desconocidos llamaron a la puerta y lo hicieron salir con engaños, diciendo que querían una publicidad en el programa.

“Salimos cuando estaba ya tirado, agonizando”, cuenta su esposa y madre de sus cuatro hijos, Liliana Velázquez. “Eran como las 5.40 cuando tocaron. Él salió y fue cuando se escucharon los disparos”. Desde la radio y en asambleas, Flores informaba sobre la termoeléctrica, en especial sobre los peligros de contaminación de las aguas del río Cuautla, usadas para el riego de cultivos, y de un gasoducto asociado, que pasa cerca de un volcán. Tenía un importante papel como coordinador de las luchas comunitarias, más allá de la termoléctrica. No se sabe quién lo mató. “Hay mucha gente con intereses”, observa su esposa.

El ataque ocurrió tres días antes de que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador impulsara una polémica consulta popular para decidir si continuar con la termoeléctrica. Ganó el sí. 

El proyecto, que ha dividido familias y comunidades, sigue detenido de todas formas por medio de recursos de amparo en tribunales y un plantón de pobladores.

Desde hace tres años, vecinos mantienen día y noche un campamento en el municipio de Ayala, en la ribera del río, para impedir la construcción de los últimos 140 metros de un acueducto, única obra pendiente para la operación de la planta.

Ambientalistas

En riesgo. La esposa de Flores y sus hijos viven ahora entre alambres de púa y cámaras de seguridad en la casa compartida con los padres de Samir, como parte del mecanismo de protección. Los riesgos igual existen: al menos siete activistas protegidos fueron asesinados en México desde la creación.

Jesús Medina, un periodista de Tetela del Volcán, Morelos, tuvo que huir a Ciudad de México hace un año después de ser amenazado y sufrir un intento de asesinato. Había revelado acuerdos para despojar a su comunidad de fuentes de agua.

“La forma en que me persiguieron a mí fue como de película. Me querían matar con una camioneta y como no me alcanzaban, porque yo iba en moto, iban sacando un rifle por la ventanilla”, relata.

Dolores González Saravia, coordinadora de Procesos de Transformación Positiva en Serapaz, explica que la mayoría de los ataques a activistas se relaciona con la defensa del territorio y los megaproyectos.

Detrás hay caciques con intereses empresariales en sectores como la minería, la agroindustria y la tala de bosques, el crimen organizado así como autoridades corruptas. A veces, una combinación de todos. Cuando un cartel de las drogas quiere expandir sus dominios, los líderes comunitarios también son un obstáculo. “Estas luchas comunitarias logran blindar los territorios por la cohesión social”, sostiene González Saravia.

Teresa Castellanos, activista opositora a la termoeléctrica del grupo Huexca en Resistencia, dice que el “gran capitalismo es el gran responsable” de lo que sucede con los luchadores sociales.

“Si tú te defiendes y defiendes a tu comunidad ya eres un líder. Y entonces te matan y dicen: matamos al líder, los demás 'cabrones' no se van a defender, van a tener miedo”, explica. “Eso creen ellos, pero no se dan cuenta de que, al asesinar a uno de nosotros, nos fortalecemos más”. 

por Andrea Sosa Cabrios (Desde Amilcingo, México, para DPA)

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