Thursday 28 de March, 2024

MUNDO | 21-08-2022 00:21

La pesadilla de Salman Rushdie sigue

Al escritor siempre le causaron problemas los personajes reales que envolvió con rasgos de ficción en esos libros de exuberante fantasía.

A Salman Rushdie lo separan de Galileo Galilei y de Baruch Spinoza océanos de inteligencia y conocimiento en los terrenos de la ciencia y  la filosofía. Pero el oscurantismo religioso lo puso en un estante de la historia donde están, entre otros, el genial científico italiano y el deslumbrante filósofo holandés.

A Galileo lo persiguió y torturó la Inquisición por haber escrito el “Diálogo sobre los Dos Grandes Sistemas del Mundo”, enterrando la astronomía aristotélico-tomista que sostenía la iglesia católica. Y a Spinoza el Mahmad, la autoridad hebrea de Ámsterdam, lo expulsó del judaísmo y lo lapidó en vida con una maldición espeluznante, por haber escrito la Ética Ordine Geométrico Demonstrata, refutando al Dios del Antiguo Testamento.

Junto a esos gigantes del pensamiento libre depositó a Rushdie el despiadado fanatismo del creador de la teocracia persa. El brazo ejecutor de esa crueldad es el lunatismo de los ultra-islamistas chiitas. Por  suerte para el autor de El Último Suspiro del Moro, abrazan el chiismo la decima parte de los musulmanes del mundo y, en el mayoritario sunismo, nadie cumpliría un fallo de un líder espiritual chiita. No obstante, que existan casi 200 millones de chiitas alcanza para hacer del mundo un cadalso para Salman Rushdie.

Una fatua lo convirtió al novelista en el más increíble representante del “realismo mágico”. Esa corriente literaria iniciada por el cubano Alejo Carpentier y potenciada por García Márquez, tiene grandes exponentes. Pero a ninguno le ocurrió en la vida real lo que le ocurrió al cultor indo-británico del género que mezcla realidad y fantasía.

Uno de los personajes de Los Versos Satánicos salió del libro y lo encarceló en una prisión sin muros ni rejas. Y cuando él creyó haber escapado de aquella pesadilla porque sintió que la orden de asesinarlo era parte de un pasado que no regresaría, una lluvia de puñaladas le recordó que no es libre y que, aunque sin rejas ni muros, está enclaustrado de por vida.

Cuando despertó en una cama de hospital, Salman Rushdie no sólo supo que había sobrevivido al atentado. Supo también que continúa atrapado en la pesadilla que creó para él Jomeini. A la alegría de estar vivo debe haberla seguido la evidencia de que su vida sigue aprisionada en la inconcebible prisión de la que creía haber salido.

Allí lo encerró el oscuro imán iraní al dictar la fatwa que ordena a los fieles asesinar al escritor donde sea que lo encuentren. Ese demencial edicto religioso construyó una celda que abarca el mundo entero, y de la que no podrá escapar jamás. Ocurre que, en otra de las consecuencias alucinantes que su novela ficcional tuvo en la realidad, lo segundo más terrible que le ocurrió a Rushdie desde la fatwa de 1989, fue la muerte del ayatola que la dictó, porque a esos fallos religiosos sólo puede anularlos su propio autor. Por lo tanto, al morir Jomeini murió también la única posibilidad que tenía Rushdie de librarse de la pesadilla.

Después de muchos años viviendo escondido, rodeado de agentes de la Scotland Yard, cambiando de residencia todo el tiempo y ocultando su identidad, el novelista indo-británico llevaba años actuando como si la condena se hubiese disuelto en el tiempo. Quizá empezó a convencerse de que los 33 años transcurridos lo convirtieron en un desconocido para las nuevas generaciones y ya no quedarían chiitas fanáticos dispuestos a ejecutar la sentencia dictaminada por el fundador de la República Islámica de Irán.

Lo demuestra su novela Joseph Anton, titulada con el nombre falso que usó en su vida de fugitivo y que tomó de dos escritores que admira con devoción: Joseph Conrad y Anton Chejov. En ella habla de su existencia en fuga, como si hubiera quedado en el pasado. Aparentemente, eso creyó hasta que un muchacho de 24 años, de ascendencia libanesa y admiración por Hezbolá, le avisó con quince puñaladas que la pesadilla continúa y continuará mientras viva.

La tradición islámica dice que Mahoma borró del Corán dos versículos, cuando se dio cuenta que se los había dictado el demonio y no Alá. En la novela Los Versos Satánicos hay personajes que claramente representan a protagonistas de la historia y la mitología del Islam. Uno de esos personajes, Gibreel Farishta, representa al arcángel Gabriel, y el hombre con el que cae de un avión, Salahudin Chamchawala, representa al demonio que, camuflado de Alá, le dictó dos versos a Mahoma. El otro personaje central es Mahound, nombre con el cual los cristianos de la Edad Media llamaban despectivamente al profeta del Corán.

No son los únicos. También aparece una mujer con el nombre de Aisha, que fue una de las esposas de Mahoma, la más joven. Pero el personaje de la novela que realmente ofendió a Jomeini, es el clérigo piadoso que vivía en el exilio y desde allí impulsó una revolución religiosa contra el déspota que imperaba en su país, y que, al regresar del exilio, se convertía en un monstruo que devoraba a su propio pueblo.

En la historia real, Ruhollah Jomeini impulsó desde el exilio en París la revolución que derribó al shá Reza Pahlevi, construyendo sobre los escombros de aquella monarquía despótica una teocracia igualmente autoritaria: la República Islámica de Irán.
Esa sería la verdadera razón de la fatwa que Jomeini justificó con una supuesta ofensa al Islam.

A Rushdie siempre le causaron problemas los personajes reales que envolvió con rasgos de ficción en esos libros de exuberante fantasía. En Hijos de la Medianoche describió con filosa ironía a Indira Gandhi. Algunos partidarios de aquella líder de la India lo consideraron un ataque hiriente y amenazaron con castigarlo si visitaba el país en el que nació.

En su novela Vergüenza, el escritor que estudió en Cambridge y absorbió en Inglaterra valores occidentales como la libertad y el laicismo político, refleja a personajes reales de la historia de Paquistán, como Zulfikar Alí Butho y el general Zia Ul-Haq. El ayatola Jomeini dijo que los personajes ultrajados en Los Versos Satánicos, son los del Olimpo musulmán, pero a su furia la desató el retrato en el que se vio reflejado.

Esa furia creo la prisión sin paredes ni rejas donde quedó atrapado el exponente indo-británico del realismo mágico. Un creador de ficciones cuya frondosa imaginación jamás habrá concebido que la realidad se convertiría en una pesadilla literaria.
Llevaba varios años tratando de normalizar su vida. El paso del tiempo alejando aquella fatwa parecía debilitar la sentencia. Pero cuando empezó a actuar como si se hubiera liberado de ella, apareció el fanático que lo apuñaló para recordarle su condena.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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