Friday 19 de April, 2024

MUNDO | 15-05-2022 00:01

Putin sigue apelando a la excusa nazi para la invasión a Ucrania

El desopilante relato con el que Putin justifica la invasión de Ucrania, basándose en las marcas que Hitler dejó en ese país.

El lugar que ocuparon los tártaros hasta el siglo 19 en la argumentación del expansionismo ruso, lo ocupan los nazis en el relato de Vladimir Putin. Los tártaros eran el enemigo perfecto para demonizar a quienes el imperio ruso ponía en la mira y, por ende, la coartada para la conquista y la expansión territorial.

Catalina la Grande lanzó a los cosacos y al ejército de los zares contra los tártaros en Crimea y otros puntos que rodean el Mar Negro. El argumento era proteger al imperio ruso de aquellos guerreros turcomanos, sometiéndolos o alejándolos de sus fronteras. Pero ese argumento era también la excusa para expandir el territorio atacando a los kanatos en el oeste y en el Cáucaso. En las últimas décadas, al lugar que habían ocupado los tártaros como coartada para el expansionismo ,pasaron a ocuparlo los nazis.

Por cierto el nazismo dejó su huella tóxica en Ucrania, como en otros países donde la injerencia, o dominación lisa y llana, de la Rusia soviética, generó resistencias viscerales. Rostock, en el estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, fue parte de la RDA y, ni bien desapareció aquel estado comunista, se formó un movimiento neonazi que atacó brutalmente a los refugiados vietnamitas y de otros países, como ocurrió en el pogromo de agosto de 1992 en el barrio de Lichtenhagen.

Actos en la Plaza Roja.

Así como Finlandia aprovechó la invasión alemana a la URSS para intentar recuperar los territorios que le había arrebatado Stalin en “La Guerra de Invierno”, también hubo líderes nacionalistas ucranianos que vieron en la “Operación Barbarroja” con que Hitler se lanzó sobre territorio soviético una oportunidad para sacarse a Rusia de encima.  Muchos de esos líderes se convirtieron en nazis o buscaron ser aliados del III Reich porque era el enemigo de su enemigo.

Stepan Bandera es uno de esos “próceres” oscuros que dejó en Ucrania la Segunda Guerra Mundial. En parte, por la marca trágica que causó el Holodomor, palabra que significa matar por hambre y denomina al genocidio cometido por Stalin que aniquiló a millones de ucranianos al comenzar la década del 30.

Del culto a Stepan Bandera surgieron grupos filo-nazis como el paramilitar Batallón Azov, posteriormente integrado al ejército. No obstante, la realidad evidente es que las ultraderechas están en toda Europa, incluso en Rusia, donde llegó a acumular escaños en la Duma con líderes xenófobos como Vladimir Zhirinovski, que siempre alineó a sus diputados con las políticas ultranacionalistas de Vladimir Putin.

Actos en la Plaza Roja.

En todos los países centroeuropeos hay residuos de nazismo. Más en países que, como Ucrania y Finlandia, en la Segunda Guerra Mundial aprovecharon la invasión alemana a la URSS para saldar cuentas pendientes con Moscú. Los finlandeses intentaron sin éxito recuperar los territorios perdidos en la Guerra de Invierno, que les impuso Stalin en 1939 para apropiarse del istmo de Carelia.

En Ucrania también hay resabios tóxicos, pero describir al gobierno y a las Fuerzas Armadas de Ucrania como nazis, es incursionar de lleno en el absurdo para inocular niveles lisérgicos de satanización del enemigo al que se pretende destruir.

Tan lejos llegó la invención de los nazis para demonizar a los ucranianos que, respondiendo a las voces que contraatacan a las versiones del Kremlin señalando el dato objetivo de la realidad de que Zelensky es judío, el canciller Serguei Labrov afirmó que Hitler tenía ascendencia judía, una versión actualizada de teorías conspirativas que desde tiempos remotos buscan describir a los judíos como los autores de sus propias tragedias.
Filonazis hay en toda Europa. 

Describir al gobierno de Ucrania como un poder nazi, es sencillamente una burda patraña para justificar una invasión injustificable. Si Ucrania hubiese atacado militarmente a Rusia, o perpetrado sabotajes contra la producción rusa de hidrocarburos, o financiado terrorismo en Rusia, o atentado contra la vida de gobernantes rusos, o algo que la sitúe como agresora, el jefe del Kremlin no habría tenido necesidad de lucubrar semejante bulo para justificar la guerra que le impuso al país vecino. Una fabulación que se parece a la desopilante historia con que Emir Kusturica retrató los niveles de delirio que puede engendrar el ultranacionalismo a la hora de inventar enemigos para justificar dominaciones.

Actos en la Plaza Roja.

La patraña de la “desnazificación” y el argumento de que el ejército ruso está liberando a Ucrania de los nazis, hace que Vladimir Putin se parezca a Marco Dren, el personaje de “Underground (había una vez un país)”.
En el memorable film rodado a mediados de los años ‘90, el poeta nacionalista Marko Dren esconde familias serbias en un sótano para protegerlas del ejército que Hitler había lanzado sobre Yugoslavia. 

Los protegidos deben fabricar armas para que su protector las entregue a los partisanos que luchan contra los nazis que ocupan el país balcánico. Pero 20 años después la gente sigue fabricando armas en el sótano, porque Marko Dren los mantiene engañados diciéndoles que la guerra continúa y que en la superficie todavía están los nazis.
Tanto los habitantes de la porción del territorio de Moldavia que está en manos de separatistas pro-rusos que la llaman Transnistria, como los de muchas ciudades del Este de Ucrania y de la propia Rusia, se parecen a las familias del sótano de la historia que escribió Dusán Kovacevic y dirigió Kusturica.

El presidente ruso intenta en la realidad lo que el delirante personaje de Underground lograba en la ficción: convencer a gente que mantiene en la desinformación de que él está luchando contra los nazis.
Muchos habitantes del Transdniester moldavo controlado por pro-rusos y de ciudades orientales de Ucrania, esperan que los rusos vayan a salvarlos del nazismo ucraniano.

Lo mismo repiten como disco rayado los medios de comunicación de Rusia y todo los dirigentes y referentes rusos que no quieren terminar encarcelados como Alexei Navalni y como los activistas y manifestantes que protestaron contra la  guerra y la invasión, o acribillados a balazos como Boris Nemtsov o como la periodista del portal de investigación The Insider, Oksana Baulina, asesinada por soldados rusos en los suburbios de Kiev.

Incluso en el resto del mundo hay dirigencias de izquierdas y derechas fascinadas con Vladimir Putin, que sintonizan la realidad paralela creada y difundida por los aparatos de propaganda del Kremlin.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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