Thursday 18 de April, 2024

MUNDO | 02-04-2023 00:10

Rusia en el bolsillo

Valiéndose de las necesidades de Putin, Xi puso a la economía rusa a la sombra de China que gana posiciones en el tablero mundial.

Si reflejando la nueva confrontación EsteOeste, se repitiera un duelo de ajedrez de la dimensión histórica que tuvo el que jugaron en 1972 Bobby Fischer y Boris Spassky en Reikiavik, al lugar que ocupó el gran ajedrecista soviético lo ocuparía un chino.

Ya no es el oso eslavo sino el dragón asiático el que confronta con el águila americana en el tablero internacional. Pero como explicó Henry Kissinger en ese lúcido libro al que tituló “China”, mientras Estados Unidos intenta imponer a la disputa por el liderazgo mundial la lógica del ajedrez, buscando eliminar al gigante oriental como había eliminado al rival soviético, con un fulminante jaque mate; el liderazgo chino se maneja con la lógica del Wei Qi, milenario “juego de las piezas circundantes” más conocido como “Go”. Y en la cuadrícula de diecinueve líneas por diecinueve líneas del Wei Qi, lo que gravita sobre cada jugador es la idea del cerco estratégico.

China avanza en Oriente Medio impulsando el reciente acuerdo entre Irán y Arabia Saudita; también en África, donde su influencia se multiplica aceleradamente, y en Latinoamérica, donde ya gravita fuertemente sobre Argentina y Bolivia entre otros países, mientras va por la joya de la región: Brasil. A este avance geopolítico, se agrega la inmensa joya euroasiática que completa el cerco estratégico que tiende en torno a las potencias occidentales: Rusia.

“Debemos apoyar todo lo que nuestro enemigo combata, y combatir todo lo que nuestro enemigo apoya”, escribió Mao Tse-tung. Siguiendo esa lógica, Xi Jinping ya había ayudado a regímenes asediados por Washington como el cubano, el venezolano y el nicaragüense. Por la misma razón decidió sostener a Rusia, buscando también convertirla en una de sus “piezas circundantes” en el tablero internacional.

La encrucijada en la que Vladimir Putin puso a Rusia, la debilitó y la dejó en manos del vecino oriental al que siempre había menospreciado.

Visitarlo en Moscú fue un favor inmenso que le hizo Xi Jinping al presidente ruso. Pero la intención prioritaria del poderoso líder chino no era favorecer al jefe del Kremlin, sino terminar de imponer el control del gigante asiático sobre Rusia.

En los acuerdos comerciales con que la sostiene desde que la economía rusa comenzó a sentir el impacto de la pérdida de mercados occidentales que le generan las sanciones, el rublo se debilita a la sombra del yuan porque Rusia aceptó comerciar en yuanes con los países asiáticos. Además, los activos de las empresas que se fueron de Rusia por la invasión a Ucrania fueron ofrecidos a precio de ganga a las empresas chinas.

Como si fuera poco, la Federación Rusa prometió abrir las puertas a una ola de inversiones chinas en condiciones ventajosas, sin que China vaya a favorecer del mismo modo a las inversiones rusas. Una muestra de la falta de reciprocidad entre Moscú y Beijing.

El desnivel a favor de China se ve también en los elogios desmesurados de Putin a Xi, quien respondió con expresiones cautelosas. El jefe del Kremlin se esforzó por hacerle decir a su poderoso visitante que Rusia y China son “aliados”, pero el líder chino se limitó a usar el impreciso término “socios estratégicos” para calificar el vínculo entre ambos países.

Aliado es una categoría superior a lo que implica la sociedad estratégica. Los miembros de la OTAN son aliados, mientras que otros países son socios estratégicos de la alianza atlántica, que los llama “socios globales”.

El objetivo principal de Xi en Moscú fue mostrarse como el nuevo jugador decisivo en el tablero internacional. Posar de gran mediador, llevando al corazón del mundo eslavo su propuesta para poner fin a la guerra en Ucrania.

Su primera jugada como estadista que soluciona conflictos, fue con la mediación entre la República Islámica de Irán y su archienemigo de la otra costa del Golfo Pérsico, Arabia Saudita, logrando un acuerdo para restablecer las relaciones diplomáticas, rotas desde el año 2016.

Teherán y Riad habían cerrado sus respectivas embajadas por la crisis que generó la ejecución del ayatola Al Nimr, jeque de la comunidad chiita en el país árabe de mayoría suní. Pero a esa altura ya llevaban décadas representando los polos opuestos del Islam, expresando cada uno a las partes que quedaron enfrentadas definitivamente tras la muerte del nieto de Mahoma en Kerbala en el año 680, asesinado por orden de los califas omeyas que enfrentaban a la Chía.

Por eso, además de aparecer jugando fuerte en el complejo tablero del Oriente Medio, lograr un primer entendimiento entre la máxima potencia del chiismo y la potencia árabe del Islam sunita, le permitió a China hacerse de una postal como las que consiguió Estados Unidos con el acuerdo egipcio-israelí que firmaron en Camp David Menahem Beguin y Anuar el Sadat, y con el acuerdo para “la paz de los dos estados” que firmaron Yitzhak Rabin y Yasser Arafat en Washington.

Pero a Vladimir Putin no le importa que China se esté adueñando de la economía rusa, revirtiendo los términos de una relación en la que Moscú siempre estuvo por encima de Pekín. Lo que le importa al presidente ruso es mostrarse en los salones del Kremlin con un visitante tan poderoso, porque esa presencia contrarresta el aislamiento que crece sobre él desde que lanzó la invasión a Ucrania.

Xi Jinping le hizo a Putin el favor de visitarlo a renglón seguido de que la Corte Penal Internacional (CPI) librara una orden detención contra el presidente ruso. Desde ese momento, Putin no puede visitar sin tener graves problemas ninguno de los 123 países que suscribieron y ratificaron el Estatuto de Roma de 1998.

Seguramente no terminará preso en La Haya, como acabó sus días el ex presidente serbio Slobodan Milosevic por la deportación masiva de albaneses de Kosovo y por haber propiciado y financiado la limpieza étnica de musulmanes de Bosnia que comandaron Radován Karadzic y Ratko Mladic, también juzgados y condenados en ese tribunal. Pero la decisión de la CPI convierte al jefe del Kremlin en el primer presidente de una potencia miembro del Consejo de Seguridad de la ONU que es denunciado por esa corte penal. Eso lo coloca en una lista donde hay dictadores despreciables y otros criminales, como el sudanés Omar al Bashir, por las masacres cometidas en Darfur.

Procurando no quedar aislado y mostrando debilidades en una guerra donde sus fuerzas no pudieron tomar Bajmut y empezaron a recibir tanques T-54, que son de la Segunda Guerra Mundial, a Putin no le queda más alternativa que levantarse de la silla de Boris Spassky y convertirse en una ficha que mueve Xi Jinping en su tablero de Go.

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Claudio Fantini

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