Friday 19 de April, 2024

OPINIóN | 28-09-2022 11:33

Qué hay detrás de la candidez progresista

Gobiernos, presidentes, movimientos políticos y sociales, ecologistas e influencers, quieren sostener la bandera del progreso social, pero bregan para que lo estructural del sistema no sufra el menor cambio.

Cándido, el personaje del libro homónimo atribuido a Voltaire (quien nunca reconoció su autoría), es un personaje culturizado con una visión optimista de la realidad. Pensaba que, conforme el precepto de la filosofía de Liebniz, “todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles”.

Según el filósofo alemán, no podía ser de otra manera porque ese mundo era así por voluntad de Dios. Luego, a medida que fue experimentando la realidad del mundo exterior –a la burbuja de su formación–, Cándido comprobó los horrores de ese mundo, a pesar de lo cual obstinadamente continuaba aferrándose a su optimismo.

Hasta que, transcurrida casi toda su vida, reconoce finalmente que el mundo es tal cual es, y la pátina optimista con la que fue deformada su visión, no resistía la dura prueba a la que lo enfrentaba la realidad.

Frente a ello no le queda más que ocuparse de lo que tiene a su alrededor y velar por mejorar su situación, que es lo único verdaderamente a su alcance, lo que resume magistralmente la frase final del libro: “hay que cultivar nuestro jardín”.

Hoy, más de doscientos cincuenta años después de haberse escrito el libro, el mundo parece estar más poblado de “cándidos” que nunca. Aunque hoy practiquen su candidez siguiendo una versión filosófica, política y jurídica-económica, actualizada de un optimismo negacionista de la realidad y que presume de progresista.

Protesta por la criminalización de la pobreza.

Basándose en una lectura sesgada de números y estadísticas, la candidez progresista consiste en la obstinación de un porcentaje importante de la población esforzándose por sostener que todo está bien, y que el mundo en el que vivimos es el mejor de todos, aun cuando la realidad cotidiana nos demuestre lo contrario, nos bombardee con acontecimientos que desmienten esta falacia cultural que cae en la engañosa observación de que vivimos mejor que antes y que eso es suficiente, sin percibir que las estadísticas muestran únicamente los promedios y esconden los extremos.

Lo que sutilmente niegan las estadísticas es que hay una inmensa cantidad de gente por debajo del umbral mínimo necesario para subsistir, y otra gran cantidad que apenas supera ese umbral, pero sin la menor posibilidad de revertir la situación precaria en la que se encuentra. Esta realidad es sobre la que se fundamenta el optimismo de los cándidos del progreso. Algo inadmisible para quienes sostienen que no dejan de bregar por el progreso social.

Para que haya un promedio estadístico deben existir necesariamente dos extremos que se equilibren entre sí. Ya describimos uno de esos extremos, el otro está compuesto por el reducido grupo que impulsa y sostiene el status quo, porque lo que se encuentra allí es una gran acumulación de riqueza por parte de un porcentaje muy pequeño de la población. Obviamente no quieren cambiar demasiado de ese mundo que los beneficia. Para ellos, como para el maestro de Cándido la realidad está perfectamente bien así, y es el mejor mundo posible.

Aun así –o quizás por esto mismo– millones de personas, los cándidos del progreso, sostienen que este mundo está bien, aunque ellos tampoco pertenezcan al reducido grupo que acumula gran cantidad de riquezas, pero eso no les impide formar parte del inmenso grupo de los que sobreviven, por lo que el conformismo y el vértigo ante la posibilidad de cambio son alicientes suficientes para transformarse en cándidos progresistas y seguir sosteniendo, desde una zona de confort individual, la creencia optimista en el progreso “estadístico”.

Enrique Gross

El mundo actual nos muestra que esta “candidez progresista” o, si se prefiere, estos cándidos del progreso están muy presentes y arraigados entre la clase dirigente. No solo entre autoridades y funcionarios de gobiernos, sino también entre quienes están a cargo de organismos internacionales, públicos y privados, organizaciones no gubernamentales, grandes empresas y hasta movimientos sociales y ecológicos.

Gran cantidad de ellos caen en la candidez progresista más supina, pues no dejan de manifestar obstinadamente su optimismo en el actual sistema social económico y jurídico, como vía para lograr el progreso de todos, que algún día llegará dicen. Y sujetan ese progreso a que todos hagan los méritos correspondientes (conforme sus propias doctrinas) para hallarse dentro del promedio.

Gobiernos, presidentes, movimientos políticos, movimientos sociales, predicadores, científicos, ecologistas, estrellas de televisión e influencers, todos quieren sostener la bandera del progreso social, todos promocionan discursos acerca de la necesidad del progreso social, y todos bregan para que lo estructural del sistema no sufra el menor cambio, y confirman su convicción de que “el status quo es un capital adquirido”, en este caso para todos aquellos que pueden usufructuarlo.

Pensar en lograr resultados distintos manteniendo el mismo sistema social estructural, las mismas ideas e ideologías una y otra vez, es ser un cándido progresista en el mejor de los casos (siempre que optemos por hacer valer la presunción de inocencia). La crítica a los progresistas no apunta a sus valores (cuando son honestos) sino a sus prácticas, a la incoherencia entre las ideas que dicen sostener y las prácticas que llevan a la realidad.

Ocasio durante la campaña de Bernie Sanders.

Quizás sea más fácil comprender de qué se trata con un ejemplo sobre lo que “no” es progresismo. Sostener el “status quo” abiertamente o defender los modelos económicos y jurídicos actuales no es progresista, o al menos no debiera serlo en los países y regiones donde los índices de pobreza y exclusión siguen siendo muy elevados.

Pero ello no significa que no sea una postura válida y hasta profundamente honesta, a pesar de que podamos disentir en mayor o menor medida dados los resultados de los modelos económicos y jurídicos sustentados en estas posturas. Es parte de la libertad de pensamiento esencial en cualquier sociedad democrática y parte de las libertades políticas en cualquier país que sostenga valores de igualdad y libertad.

Criticar estas posturas es como mínimo “demodé” ya que es un ejercicio fácil, reiterado hasta el hartazgo, y en cierta forma débil, porque no se puede ignorar que son coherentes dado que abrevan en ciertos valores permanentes y en la idea de que el desarrollo de los individuos depende de sus méritos o esfuerzos. Hay cierta coherencia interna entre lo que dicen sostener, sus valores, y los resultados de los sistemas que sostienen. La crítica al progresismo, a los cándidos del progreso, es más difícil y menos simpática.

Pero sigue siendo insoslayable pues los progresistas sostienen, por acción o por omisión, los sistemas económicos y jurídicos que atentan contra las posibilidades de bienestar concreto de la población cuya representación y defensa se adjudican. Esto es lo que merece el análisis –y la crítica de ser necesario–, para reencausar ese rol social de ser los que buscan equilibrar la realidad impulsando los cambios necesarios para el progreso social.

La pandemia de COVID-19 ha modificado de manera drástica el funcionamiento del mundo, algunos cambios son abiertos y tangibles, otros son subterráneos e invisibles, al menos por el momento, pero como en un juego de dominó una vez que se dispara la primera ficha, todas las siguientes van cayendo una tras otra.

 

* Jurista y autor de "La candidez progresista" (Prometeo), del cual se extrajo el anterior fragmento. 

por Enrique Gross Sibona

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