Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 07-04-2021 10:38

¿Et tu, Randazzo?

¿Hay lugar para una tercera vía? No será un camino de rosas para Lavagna y el ex ministro: no se ve en frente de quien quieren plantarse, y las elecciones se tratan contrastes.

“Nuestro F5 no tiene la relación empuje y peso que tiene el Mig 28, pero este avión ruso no puede volar invertido” explica la profesora de astrofísica Charlie en la súper clásica Top Gun, a la par que el canchero piloto Maverick lo niega. “Yo pude ver a un Mig 28 invertido, nos sacamos fotos a un par de metros”. Un Sergio Massa tan pícaro como aquel aviador encarnado por Tom Cruise, podría aseverar lo mismo con relación a la existencia de la tercera vía que muchos niegan. En particular, las dos últimas experiencias electorales presidenciales, 2015 y 2019, sugieren que hay una tendencia a la concentración del voto entre las dos principales fuerzas políticas argentinas. Mientras que el Frente para la Victoria y Cambiemos acapararon el 71% de los sufragios en la primera vuelta de 2015, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio amalgamaron el 88% en idéntico turno.

Tal evidencia le dio brío a los colegas que ven realizado el vaticinio de Torcuato Di Tella, in memoriam. Puntualmente, la configuración del tablero en base a dos grandes polos políticos, uno de centroizquierda versus otro de centroderecha. En ese esquema, no habría lugar para ningún tercer sendero, sino apenas para una delgada Gillette. “Pero las encuestas dicen otra cosa” repiten algunos como un mantra. Seguramente algunos allegados a Florencio Randazzo y Roberto Lavagna los entusiasmaron con esa argumentación que goza de sustento empírico. De hecho, una reciente encuesta de Trespuntozero por Shila Vilker estima alrededor de un 17% que no sabe a quien darle su respaldo político y un 13% que no votaría a ninguno. Por cierto, ese 30% resulta más del 25% que acompaña al Frente de Todos y cerca del 32% que se inclina por Juntos por el Cambio.

¿Cómo que no hay lugar para una tercera vía con semejante terreno vacante? Aquí conviene detenerse un minuto y revelar que somos grupos de riesgo Covid, versionando una vieja canción de Miguel Cantilo. ¿Dónde va la gente cuando vota? Sería un nuevo hit plagado de evidencia empírica. Más aún, si nos remontamos a los primeros tiempos del regreso de la democracia, podemos constatar que un peronismo en estado calamitoso, aquejado por el trauma de la muerte de su líder y por el fracaso de su turbulenta experiencia de gobierno, sacó igualmente 40% de los votos en su primera derrota por vía de las urnas. Unos años más tarde, el radicalismo obtuvo en las elecciones de 1989 un milagroso 37% de los votos, en el marco de un comicio marcado por la entrega anticipada de Raúl Alfonsín y los fogonazos de los saqueos y la hiperinflación.

No obstante, las elecciones de 1995 serían un punto de inflexión respecto de aquel bipartidismo nítido. En frente del 50% de Carlos Menem, aparecerían dos fuerzas con un caudal electoral repartido entre el 30% del frente País liderado por el Frepaso y el 17% del radicalismo clásico. Pero esta nueva configuración tripartita del tablero político sería desmentida por las elecciones de 1999, donde un 90% de los votos se concentrarían entre la fórmula aliancista triunfadora de Fernando de la Rúa y el challenger peronista derrotado Eduardo Duhalde. Todo parecía volver al bipartidismo original. Sin embargo, Argentina siempre se encarga de tramar su venganza para quienes ansían estabilidad y orden. El Big Bang de 2001 hizo saltar todos los esquemas por el aire, quedando en pie de competitividad cinco fuerzas políticas con vistas a las elecciones de 2003.

El PJ oficial encabezado por Carlos Menem, el PJ díscolo pos Congreso de Lanús comandado por Néstor Kirchner, Recrear capitaneado por Ricardo López Murphy, el tercer sello PJ liderado por Adolfo Rodríguez Saá y el ARI conducido por su fundadora Elisa Carrió. La anomalía política fue de semejante calibre que, salvo la fórmula con la jefatura del desgastado riojano, cualquiera de los cuatro candidatos podría haber sido presidente en un ballotage. La distancia entre el segundo y el quinto no superó el 8% en la primera vuelta. Unos años más tarde, 2007, las elecciones retomaron una apariencia 1995, de ninguna manera el bipartidismo nítido de 1983, 1989 o 1999. Del otro lado del 45% de Cristina Kirchner, tal como ocurrió con Menem en 1995, se abrió el arco no peronista entre el 23% de Elisa Carrió y el 17% de Roberto Lavagna.

En una palabra, un resultado casi en espejo de aquella elección de los 90 donde corren por cuerda separada Octavio Bordón con su 29% y Horacio Massaccesi con su 17%. De cierta manera, los comicios de 2011 repitieron el patrón de 1995 y 2007. Un oficialismo peronista fuerte, con una oposición dividida en frente. Ahora bien, la elección de 2015 es un capítulo aparte. En tal aspecto, la historia electoral moderna argentina podría dividirse entre un antes y un después de 2015. En primer lugar, es la elección inaugural donde se pone operativo el ballotage, no solo abriendo camino para una sustancial mejora del oficialismo en segunda vuelta, 11 puntos más, sino para una unidad inédita de la oposición que mejoró 17 puntos su performance con relación al primer turno.

En ese aspecto, el papel de los votantes de Massa en la primera vuelta no solo fue decisivo en términos de la elección del presidente sino también de la composición del Congreso definida en el primer turno y no en el segundo. En una palabra, y a diferencia del endeble antecedente de la Alianza y la prematura fuga del vicepresidente Chacho Álvarez a poco de rodar la pelota en el gobierno, aparece con el Frente Renovador una tercera fuerza con una identidad política nítida y una vocación de poder difícilmente asimilable a lo que fue el Frepaso en tiempos del ocaso del menemismo. Más aún, la fuerza política liderada por Sergio Massa jugó un papel superlativo en términos de la gobernabilidad de Cambiemos tanto en el ámbito nacional como de la provincia de Buenos Aires, en una postura muy distante del petardismo denunciador del lenguaraz líder frepasista.

En conclusión, dando por sentado, aún prematuramente, que el sistema político argentino marcha a la consolidación de un bipartidismo nítido estilo años 80, ¡ojo fukuyamistas argentinos, eh!, ¿Quién puede negar que en un contexto donde el ballotage se vuelva la regla y no la excepción, las terceras fuerzas puedan jugar un papel decisivo no solo en la definición del resultado electoral sino también en la formulación del gobierno? En tal sentido, si hay una lección nítida del Primer Tiempo de Macri fue el garrafal error de no incorporar al massismo en su coalición de amigos del Newman integrada por sus empleados del Pro. Ello de ninguna manera le augura un camino de rosas al tándem Randazzo-Lavagna. Si hay algo que demostró Massa a lo largo de estos años es que, estando al borde de la extinción política, siempre sacó un conejo de la galera, aunque sea moribundo.  De Florencio y Roberto no se conocen más que amagues. En especial, no se ve en frente de quien quieren plantarse. En última instancia, las elecciones se tratan contrastes. K o M. No se puede batalllar simultáneamente en dos frentes.

*Por Daniel Montoya, analista Político, @DanielMontoya_

por Daniel Montoya

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