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OPINIóN | 22-12-2011 16:07

Tirano y revolucionario

Como en un juego de espejos, los destinos de los fallecidos Kim Jong-il y Vaclav Havel se cruzaron sobre el abismo ideológico de la historia.

Murieron el mismo día, como si la historia quisiera reunirlos en las portadas de los diarios para dar un mensaje al mundo. El mensaje diría que el humanismo y la racionalidad son incompatibles con el totalitarismo, porque el devenir de todo régimen totalitario desemboca inexorablemente en lo absurdo e inhumano.

Vaclav Havel y Kim Jong-il, reunidos en los medios informativos de todo el planeta, vivieron dos historias radicalmente opuestas en la misma dimensión ideológica. El dramaturgo checo pidió un  “socialismo con rostro humano” y el régimen comunista le respondió con tanques soviéticos. Y Kim Jong-il heredó de su padre la corona y el trono de una monarquía absolutista con constitución de “república democrática, popular y socialista”.

Havel enfrentó el totalitarismo y terminó derrotándolo con la “revolución de terciopelo”. En cambio Kim expresó el totalitarismo en su versión más delirante: el comunismo dinástico de Corea del Norte.

La historia oficial dice que el nacimiento del “Querido Líder” fue anunciado por un ruiseñor que habló en lengua humana; mientras que al día del alumbramiento lo acompañó un arco iris sin lluvia sobre la cumbre del monte Paektu. La leyenda dice que en el Lago del Cielo, en la cumbre de esa montaña de la Cordillera de Changbai, moraba el dios que creó la península coreana y al pueblo que la habitó. Por eso el Paektu es un monte sagrado a través del cual se expresan los dioses. Y con aquel  arco iris anunció que llegaba al mundo el hijo de Kim Il-sung, quien a esa altura de la historia era considerado una deidad viviente.

Había sido comandante de la milicia coreana que, junto a los soviéticos, vencieron al ejército nipón en el norte de esa península que separa el Mar Amarillo del Mar del Japón. Y después de que en Yalta se decidiera hacer con Corea lo mismo que con Alemania, Kim Il-sung creó al norte del paralelo 38 el régimen aliado de Moscú.

Al principio fue un típico sistema de partido único, pero tras la guerra que estalló en 1950, a pesar de haber sido derrotado por MacArthur, el líder norcoreano cayó en una megalomanía cesarista. Ese totalitarismo demencial decía oficialmente que el “Gran Líder” podía estar en varios sitios al mismo tiempo y sabía lo que pensaba cada uno de los coreanos. El desvarío contenía el intimidante mensaje totalitario: no hay nada que el Estado no sepa, nadie que esté fuera de su alcance. En la “Doctrina Suche”, Kim Il-sung mezcló marxismo-leninismo con creencias ancestrales y con el culto maoísta a la personalidad, dando por resultado la desopilante teogonía comunista en la que el líder es una deidad que rige sobre una masa de autómatas dispuesta a inmolarse.

Al morir en 1994, se agregó a la constitución comunista un artículo inderogable que establece la inmortalidad de Kim Il-sung, lo que lo convierte en presidente eterno de los norcoreanos.

Por eso Kim Jong-il, el “querido líder” cuya llegada al mundo de los mortales fue anunciada por el ruiseñor y el arco iris, heredó de su padre la titularidad del régimen, pero con el rango de vicepresidente. Y como no cambió absolutamente nada de ese sistema basado en la alienación total, también es vicepresidente el joven Kim Jong-un, hijo del “Querido Líder” y nieto del “Gran Líder”.

El padre del muchachito desconocido que ahora reina con una gerontocracia de generales, mantuvo el sistema de chantaje nuclear para negociar ayudas alimentarias y otras prebendas. Seguramente, también el proclamado “Brillante Camarada” apuntará, cada tanto, sus ojivas nucleares a Seúl para tomar a surcoreanos de rehenes en una negociación. Mientras sigan vivos esos ancianos mariscales, quien ocupe el trono de la dinastía comunista hará lo mismo que el antecesor: mantener vigente una economía colectivista de planificación centralizada que, como colapsó hace varias décadas, produce recurrentemente hambrunas en ese país económicamente miserable pero militarmente poderoso.

También como en los casos anteriores, el resto del mundo no tiene la menor idea de quién es el nuevo líder. En todo caso, de Kim Jong-un solo se sabe que no tiene ni 30 años y que, si siendo el menor fue ungido sucesor, es porque su hermano Kim Jong-nam fue descubierto años atrás en el aeropuerto de Narita, intentando ingresar ilegalmente en Japón para huir del régimen que creó su abuelo y por entonces lideraba su padre. Algo tan absurdo como ese totalitarismo hermético ahora presidido por el llamado “el Brillante Camarada”.

Incluso es posible que Kim Jong-il haya muerto hace tiempo (quizá no mucho después del ataque de apoplejía que sufrió en el 2008) y que el delfín haya tenido un regente (el viejo cuñado del líder fallecido) hasta que el nuevo amo alcanzó una edad más aceptable para parecer un estadista. Todo es posible en ese régimen que sigue teniendo oficialmente como presidente a su fundador, sencillamente porque la constitución dice que es inmortal.

Un adiós de terciopelo recorrió Praga despidiendo a Vaclav Havel. Protagonista entrañable de la historia checa y eslovaca, murió el hombre que simboliza la lucha por la dignidad del individuo y la libertad de la sociedad.

Llegó a ser un notable dramaturgo a pesar de haber tenido que estudiar teatro por correspondencia, pero sus obras más notables estaban prohibidas en su propio país. “La fiesta del jardín” y “El memorando” tuvieron éxito en los Estados Unidos y Europa Occidental, pero no podían exhibirse en Checoslovaquia. La mente y creatividad de Havel eran demasiado libres como para someterse al “realismo socialista”.

Havel fue lo que Muñoz Molina describe como el “héroe liberal” que enfrenta la tiniebla totalitaria. Por eso apoyó la “primavera de Praga” con que Alexander Dubcek quiso democratizar y liberalizar el comunismo. Desde entonces fue un hombre perseguido y encarcelado. Su última estadía en prisión duró cinco años. En la celda escribió “Cartas para Olga”, dedicado a su esposa, una de las más esclarecedoras descripciones del totalitarismo. Describió el régimen de partido único desde sus efectos en las personas, mediante un sistema de propaganda, censura e infiltración en la vida íntima, creado para imponer un pensamiento único y totalizante. El régimen comunista encarceló a Havel para preservarse de sus ideas libertarias, y lo que logró fue lo contrario: el libro que aceleró el proceso emancipador llamado Revolución de Terciopelo.

El dramaturgo eternamente censurado y perseguido, se convirtió en presidente de Checoslovaquía. El mayor sinsabor de aquel gobierno fue la separación de checos y eslovacos, que habían estado unidos desde el fin de la Primera Guerra Mundial, en el estado que inventó Tomás Masarik y los comunistas convirtieron luego en satélite soviético.

Havel presidió entonces la República Checa y después se retiró, convencido de que la democracia debe tener presidentes que no parezcan monarcas. El día de su muerte, el comunismo norcoreano sepultó al “Querido líder”, abriendo la sucesión en la dinastía creada por un rey “inmortal”.

por Claudio Fantini

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