Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 06-01-2012 13:10

Cristina descansa, Boudou ajusta

Presidente provisorio. El vice Amado estará encargado del trabajo sucio del ajuste durante enero.

Los europeos están preparándose para hacer frente a un año durísimo: la canciller alemana Angela Merkel dice que el 2012 será peor que el 2011; según el presidente galo Nicolas Sarkozy, “será el año de todos los riesgos y todos los peligros”. Aun más pesimistas, si cabe, son los italianos, españoles y griegos: temen que los buenos tiempos se han ido para siempre, que nunca más disfrutarán de la prosperidad de antes. Es probable que tengan razón: su futuro se ve bloqueado por su incapacidad evidente para competir exitosamente con los alemanes, y ni hablar de los chinos y otros asiáticos que están apropiándose de sectores industriales cada vez más amplios.    ¿Y los argentinos, felices habitantes de un país blindado en que, para regocijo de los hoteleros, proliferan los feriados alargados por “puentes”, el consumo se ve estimulado por un gobierno caritativo, la energía cuesta casi nada y abundan los subsidios para virtualmente todo, una zona en que, para más señas, la señora Presidenta ha declarado repetidamente que nunca jamás se le ocurriría pensar en algo tan inenarrablemente feo como un ajuste? ¿Seguirán prosperando mientras el resto del planeta, martirizado por neoliberales tan insensatos como sádicos, se hunda en una nueva Gran Depresión?

Por desgracia, no existen demasiados motivos para creerlo. Puede que en el mundo mágico del relato presidencial siga la fiesta, pero fuera de aquel enclave privilegiado el ajuste ya ha comenzado y todo hace prever que será brutal. Mal que les pese a los cristinistas, su hora de triunfo ha coincidido con el comienzo de una etapa de repliegue al agotarse los recursos precisos para que siga la expansión.

Lo entenderá el presidente interino Amado Boudou. Si bien el rockero de la sonrisa fácil y las definiciones contundentes ha abjurado de la herejía neoliberal de sus años mozos, no le habrá sido dado olvidar por completo lo que le enseñaron los sacerdotes de dicho culto antinacional y antipopular cuando era un estudiante universitario y, después, cuando militaba con fervor en las huestes de Álvaro Alsogaray. Por lo menos, sabrá que no conviene desafiar por mucho tiempo las duras leyes matemáticas que, en el fondo, son neoliberales.

Con todo, para que nadie cuestione su compromiso con la fe kirchnerista, Boudou tiene que actuar como si estuviera convencido de que en última instancia las palabras importan mucho más que la realidad. Mientras Cristina no esté, pues, nos asegurará que lo único que el Gobierno que formalmente encabeza está haciendo es “redireccionar” subsidios y “reordenar” ciertos gastos, o sea, someter el “modelo” a la “sintonía fina” que es necesaria para mantenerlo funcionando con la eficiencia debida. Aunque Boudou no está a cargo de la economía nacional –la verdad es que nunca lo estuvo, ya que cuando era ministro llevaban la voz cantante Néstor Kirchner primero y, a partir de su fallecimiento, Guillermo Moreno– en ausencia de Cristina le corresponde dar la cara cuando el país está iniciando un período de cambios que podrían transformar el panorama político en un lapso muy breve.

¿Acertó la Presidenta cuando dejó bien en claro que el papel de Boudou sería meramente simbólico, que gente más confiable que el marplatense lo vigilaría desde cerca hasta que termine el período de recuperación para que nadie lo creyera responsable de iniciativa alguna? Acaso hubiera sido de su interés hacer creer que le permitiría obrar a su antojo para poder amonestarlo más tarde por tomar decisiones ingratas, atribuyendo a su impericia los disgustos económicos que con toda probabilidad se multiplicarán en las semanas próximas. Conforme al esquema de Cristina, todo lo bueno se debe a sus propios méritos y lo malo a los errores ajenos, pero en un gobierno dominado por una sola persona no hay lugar para eventuales chivos expiatorios o fusibles. Así las cosas, el ajuste que está cobrando fuerza a lo ancho y lo largo del país es tan de Cristina como lo fue el boom de consumo preelectoral.

En distintas zonas del interior, los cortes sin anestesia previstos por las autoridades ya están provocando protestas airadas. Santa Cruz se ha visto transformada en un campo de batalla en que miden sus fuerzas lo que aún queda del gobierno kirchnerista de Daniel Peralta que luego de haber engordado el Estado local –con la ayuda de sus comprovincianos del gobierno nacional– tiene que adelgazarlo y los miles de empleados públicos que por razones comprensibles se resisten a verse privados de lo que creían eran sus derechos adquiridos. Para sorpresa de nadie, no bien empezaron los enfrentamientos callejeros que son rutinarios en el feudo de los Kirchner, los militantes furibundos de La Cámpora optaron por abandonar a Peralta a su suerte: como buenos populistas, los muchachos dan por descontado que gobernar es repartir y que quitar es trabajo de reaccionarios miserables, enemigos del pueblo, de ahí su solidaridad con las víctimas de la saña para ellos inexplicable del gobernador.

Algo similar estaba por suceder en Río Negro cuando, para estupor de todos, murió baleado el aún flamante gobernador Carlos Soria. A diferencia de Peralta, cuya provincia ha estado en manos de los Kirchner y sus allegados durante décadas, Soria pudo culpar a los radicales por el desaguisado que heredó y, hombre de carácter belicoso, no vaciló un solo minuto en hacerlo. Por lo demás, días antes de su muerte, Soria había calificado de “vagos y ñoquis” a siete mil empleados públicos a los que se proponía echar, garantizándose así meses, acaso años, de luchas encarnizadas que, según parece, le hubieran encantado. Aunque su sucesor, Alberto Weretilneck, es de temperamento menos combativo que Soria, la situación que tendrá que enfrentar es la misma; la provincia está en la vía, ergo no le quedará más alternativa que la de ajustar.

Huelga decir que las provincias patagónicas distan de ser las únicas en que para el Gobierno es difícil, cuando no es netamente imposible, llegar a fin de mes. Detalle más, detalle menos, tendrán que apretarse el cinturón una y otra vez Córdoba, Chaco, Jujuy, Santa Fe, Buenos Aires y otras jurisdicciones. Aunque la decisión de prorrogar por un par de años el pago de las deudas provinciales con la Nación les supondrá cierto alivio, no podrán esperar contar con los fondos de coparticipación que deberían percibir. Mientras tanto, en la Capital Federal y el conurbano, centenares de miles de familias acostumbradas a recibir subsidios están por ser golpeadas por un tarifazo que será tan feroz, y tan penoso, como los que solían producirse en épocas agitadas por la hiperinflación. Saber que no es cuestión de un ajuste sino de un redireccionamiento progresista no les servirá de consuelo.

Al igual que sus homólogos de otras latitudes, el gobierno de Cristina quiere achacar el ajuste a otros. A esta altura, acusar a los “neoliberales de los años noventa” de estar detrás de las penurias de la gente suena un tanto anacrónico, si bien de vez en cuando voceros oficialistas siguen intentándolo. Asimismo, aunque es un poco más convincente culpar al resto del mundo por lo que esta sucediendo, las diatribas en tal sentido se basan en la conciencia de que la evolución económica del país depende en buena medida de la coyuntura internacional, planteo que no le gusta a una administración habituada a minimizar el aporte del “viento de cola” a la recuperación macroeconómica que siguió a la crisis devastadora de hace apenas diez años.

Para algunos, todo será consecuencia del capitalismo nada serio que se practica en el exterior, o de la negativa de los europeos, norteamericanos y japoneses a prestar atención a los consejos sesudos de Cristina, enemiga principista de los ajustes de cualquier especie, pero sorprendería que los perjudicados por los cortes sucesivos que harán trizas muchos presupuestos familiares se conformaran con tales explicaciones.

En Europa y los Estados Unidos, los distintos relatos gubernamentales han tomado un curso muy diferente del cristinista. Se ha difundido allá el consenso de que la gran crisis es producto no solo de la codicia sin límites de banqueros y otros especuladores financieros o de la perversidad neoliberal sino de la miopía tanto de una serie de gobiernos anteriores de todos los colores ideológicos como de consumidores comunes que se endeudaron hasta el cuello sin pensar en la posibilidad de que tarde o temprano se verían obligados a devolver la plata prestada. A su modo, concuerdan en que “todos somos culpables”.

He aquí un motivo por el que en casi todos los países ricos la llegada de lo que amenaza con ser un invierno económico largo y cruento ha provocado un giro generalizado hacia la derecha liberal y no, como muchos habían previsto, hacia la izquierda colectivista y presuntamente solidaria. Aunque pocos quieren que la austeridad les toque personalmente, la mayoría parece reconocer que en principio la austeridad es imprescindible y que no le queda más opción que aceptarla.

¿Se repetirá el mismo fenómeno aquí? Puede que sí. En tal caso, al populismo kirchnerista le esperaría el mismo destino que sufrió el “neoliberalismo” menemista luego del desastre del 2001 y 2002, lo que sería terrible para quienes se las han arreglado para persuadirse de que “el modelo” al que Cristina se aferra con tanta pasión mantendrá su vigencia por muchas décadas más.

* PERIODISTA y analista político,

ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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