Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 20-01-2012 12:42

Un verano muy inquieto

Desinformación. El papelón comunicacional del Gobierno en torno a la salud de Cristina dio la vuelta al mundo.

Los coautores del gran relato nacional, aquellos miembros del equipo de sociólogos, abogados e historiadores aficionados que está procurando dar a la gestión presidencial de la doctora platense Cristina Fernández de Kirchner un sentido especial, quisieran hacer de su obra una epopeya edificante, pero la realidad insiste en modificarla introduciendo detalles góticos propios de un género muy distinto. Aunque no haya conexión alguna entre la muerte extraña en un hotel montevideano del militante de La Cámpora y funcionario gubernamental Iván Heyn, el asesinato a manos de su esposa en el dormitorio de su chacra del gobernador rionegrino Carlos Soria, el anillo de diamantes que le costó al juez más célebre del país, Norberto Oyarbide, la módica suma de 250.000 dólares, y el viaje humanitario al Caribe del gobernador chaqueño Jorge Capitanich y sus dos hijas en el avión oficial de la provincia que, dicen, supuso un gasto de casi un millón de dólares, para no hablar del revuelo ocasionado por la internación de Cristina por una enfermedad que, según nos aseguraron los médicos después de operarla, no tenía, tales episodios se han combinado para difundir la sensación de que algo raro está sucediendo en el país.

Es como si muchos integrantes de la clase política, sobre todo los relacionados con el oficialismo, se creyeran libres de la obligación de guardar las apariencias. Sería comprensible. Una consecuencia natural del triunfo arrollador de Cristina en las elecciones de octubre del año pasado y, más aún, del abatimiento de una oposición irremediablemente fragmentada, ha sido difundir entre los comprometidos con el “proyecto” cada vez más excéntrico y arbitrario de la Presidenta la convicción de que ya no tendrían que preocuparse por lo que piensan de su conducta los ciudadanos rasos.

¿La corrupción? No acarrea costos políticos. ¿La ostentación? Tampoco. ¿El nepotismo? Es normal confiar más en familiares que en personas de lealtad cuestionable.

De haber sido menos categórico el resultado de aquellas elecciones, quienes ocupan espacios en el mundillo oficialista entenderían que les convendría disciplinarse, pero puesto que no hay oposición, “el pueblo” los apoya y, como todos saben, quienes critican al gobierno de Cristina son mercenarios miserables al servicio de corporaciones malignas que pronto recibirán su merecido, dan por descontado que podrán hacer cuanto se les ocurra.

Parecería, pues, que el estado de ánimo que rige hoy en día en el oficialismo se asemeja mucho al imperante a mediados de los años noventa cuando, para desconcierto de los opositores, los menemistas se anotaban un triunfo tras otros, lo que no debería motivar sorpresa ya que, las pretensiones ideológicas de los protagonistas aparte, se trata de la misma cultura política y, en muchos casos, de las mismas personas. Así las cosas, es de prever que en las semanas próximas se multipliquen los escándalos de diverso tipo; como dijo una vez un experto en la materia, el empresario Alfredo Yabrán, el poder significa impunidad.

Mientras tanto, los “militantes” del cristinismo continuarán procurando aprovechar en beneficio propio el capital político acumulado por su jefa sin hacer el menor esfuerzo por ocultarlo. Por ser tan extraordinariamente hermético el círculo áulico de la Presidenta, y tan proclives los deseosos de formar parte de la nueva elite a entregarse a intrigas bizantinas, hay más rumores que certezas acerca de los que está sucediendo en la corte de Cristina, pero no hay duda de que están en alza las acciones de Máximo Kirchner, el equivalente nacional del flamante mandamás norcoreano Kim Jong-un, el joven rechoncho –en un país de flacos esqueléticos– de menos de treinta años que heredó el trono del reino comunista de su papá Kim Jong-il. Por fortuna, la monarquía popular argentina es menos fuerte que la de Corea del Norte y la carrera política de Máximo podría ser aún más breve que la de otros hijos del poder que durante algunos meses consiguieron motivar la atención de los interesados en las vicisitudes de la interna del oficialismo de turno, pero el que el primogénito de los Kirchner desempeñe un papel significante en el entorno presidencial nos dice mucho sobre la evolución reciente de la variante argentina del sistema democrático.

Los partidarios de Máximo afiliados a La Cámpora están esforzándose por apoderarse del movimiento peronista y, por supuesto, de su rama administrativa, el Estado nacional, desplazando a personajes que no comparten su fe vehemente en las cualidades preternaturales de Cristina. El blanco favorito de su ira es el gobernador bonaerense Daniel Scioli que, para indignación de los guardianes de la combativa ortodoxia cristinista, tiene la costumbre de charlar amablemente e incluso de jugar fútbol con enemigos tan siniestros de la causa como el jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri. Parecería que los neocamporistas se han propuesto continuar hostigándolo hasta que reaccione rebelándose contra la tutela de su representante, Gabriel Mariotto, lo que les daría un pretexto para emprender el asalto final, pero para su frustración Scioli ha hecho de la ecuanimidad su marca de fábrica. Parece decidido a mantenerse a flote cueste lo que le costare a la espera de que todos sus contrincantes terminen hundiéndose.

Desde agosto, cuando se hizo evidente que para Cristina las elecciones culminarían con su consagración como monarca absoluta de la Argentina, la línea divisoria de la política nacional pasa –una vez más– por el peronismo, lo que a la luz de la experiencia dista de ser una buena noticia. Además del riesgo de que a raíz del conflicto entre Cristina y sus muchachos por un lado y los reacios a someterse por completo por el otro comiencen a producirse enfrentamientos tan truculentos como los que ensangrentaron épocas supuestamente superadas, el internismo rabioso, este fenómeno que es típico de los movimientos coyunturalmente hegemónicos, no podrá sino incidir en el manejo de la economía. Puesto que un ajuste brutal ya está en marcha, el espectáculo brindado por los resueltos a apropiarse de la parte de león del cuantioso botín electoral solo servirá para exasperar a quienes verán achicarse abruptamente su poder adquisitivo y que, en muchos casos, votaron a favor de Cristina por atribuirle el boom de consumo que, la noche del 23 de octubre, llegó a su fin.

En el mundo entero, 2012 amenaza con ser un año sumamente agitado. Podría ver el naufragio definitivo de la Eurozona, con consecuencias nada agradables para los habitantes del bien llamado “Viejo Continente”, y una guerra cataclísmica en el Oriente Medio al acercarse a su objetivo alarmante el programa nuclear de los furibundos teócratas iraníes. Aunque la Argentina se quede relativamente alejada de las convulsiones ajenas, fronteras adentro, las perspectivas son preocupantes por razones que tienen menos que ver con lo que está sucediendo en el exterior que con la evolución previsible de la economía nacional. El “modelo” populista que se basa en el consumo febril y el gasto público en aumento constante ya está haciendo agua –la máquina de movimiento perpetuo no ha sido inventado aún– , de suerte que un gobierno cuya popularidad se debe en buena medida a su negativa a ajustar tendrá que hacerlo.

Para los propagandistas oficiales, no se trata de un ajuste sino de “sintonía fina”, del “redireccionamiento de subsidios”, de cambios menores destinados a hacer más equitativa una sociedad notoriamente injusta, pero los eufemismos elegidos para amenizar lo que está haciendo el Gobierno no convencen a nadie. A fin de solucionar el problema “de comunicación” así supuesto, los encargados de distintas partes de la economía ya han iniciado una caza de brujas acusando a las empresas petroleras de ser responsables, empezando con Shell, de la suba de los costos del transporte. En las semanas venideras, proliferarán las denuncias de esta clase destinadas a desviar la atención de la gente de las deficiencias manifiestas de la gestión económica del superministro de facto Guillermo Moreno, además de medidas destinadas a mantener a raya a las importaciones, sin excluir a los insumos industriales, y, desde luego, diatribas contra “el mundo” por habernos traicionado entregándose al neoliberalismo. Se tratará de una reedición de la estrategia muy exitosa que fue patentada en su momento por el entonces presidente Néstor Kirchner que, no bien se instaló en la Casa Rosada, se puso a embestir con furia llamativa contra los supuestos responsables de las desgracias socioeconómicas nacionales, de tal modo exonerando al grueso de la clase política local.

¿Funcionará nuevamente? La verdad es que no hay muchos motivos para creerlo. Cristina no puede afirmarse heredera de un desastre provocado por otros; el gobierno que encabeza ya está en el poder desde hace más de ocho años. Si bien tratará de hacer pensar que todos los problemas se deben a los enemigos de siempre de lo nacional y popular, algunos, tal vez muchos, los atribuirán a la torpeza de personajes como Moreno que, por cierto, distan de ser los indicados para llevar a cabo una operación de “sintonía fina”.

* PERIODISTA y analista político,

ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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