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LIBROS | 03-02-2012 15:04

Padres, hijos, terremotos

El chileno Alejandro Zambra cuenta en primera persona su tercera novela. En un momento, se cruza con un médico que también se llama Zambra, y que señalándose la placa del delantal le dice: “somos familia”. Después le aclara: “Compré tus libros (…) pero no los he leído –se disculpó de una manera denigrante, o simplemente cómica: no tengo tiempo para leer ni siquiera libros cortos como los que tú escribes, me dijo”.

En efecto, los dos primeros libros de Zambra (“Bonsai” y “La vida de los árboles”) eran breves: entre 70 y 100 págs. A tal punto que este tercer “tomo”, con 164, es su libro largo. Como los dos primeros, lo edita Anagrama, buena oportunidad para cualquier autor joven (tenía 26 al sacar “Bonsái”) de ser distribuido más allá de las fronteras de su país.

Por suerte cada nuevo libro amplió al ámbito estilístico y temático del anterior. Aquí las páginas le bastan para dividir el texto en cuatro partes, cada una sutil o directamente distinta a la anterior, y construir una estructura leve y compleja a la vez. “Personajes secundarios” es la más redonda y autosuficiente, no solo por hablar de la adolescencia y primera juventud, sino por ser la primera. Allí aparece un terremoto, un intento de relación con una mujer, y una tarea de vigilancia extraña de un adulto.

La segunda y la tercera se titulan respectivamente “La literatura de los padres” y “La literatura de los hijos”. Se entrelazan al hablar por elevación de la dictadura, de los exilios, también  de los trayectos extraños de un mundo global inevitable (la adolescente de la primera parte ahora vive en Vermont).

La última se titula “Estamos bien”, frase que podría sonar humorística en manos de Zambra (que suele aplicar la ironía o el humor a sí mismo), pero engancha con otro terremoto, mayor y más reciente. Circula además un intento a medias de reconciliación con Eme, una pareja anterior, y una ruptura final, al menos en las páginas de este libro.

Zambra es fresco, directo, zumbón. Se ha vuelto un autor en parte generacional, aunque el término resulte peligroso. El texto circula con una fluidez extrema, y rinde mucho más espacio y tiempo de lo que parece anunciar su cantidad de páginas.

Los cambios de velocidad y de planos de profundidad indican, como ya lo preanunciaba “Bonsái”, que la escritura (casi igual que la lectura) ya definitivamente es lo suyo, cualquiera sea la frecuencia con que la ejerza. Aunque a veces eso parezca preocuparlo.

por Elvio E. Gandolfo

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