Thursday 28 de March, 2024

TEATRO | 17-02-2012 15:21

Mucho más que un imitador

“Por amor a Sandro” de Daniel Dátola y Julian Vat. Con Fernando Samartin, Natalia Cociuffo y elenco. Dirección: Ariel del Mastro. Broadway 1, Avda. Corrientes 1155.

Si el libro no fuera muy flojo y por demás extenso, sumado a una dirección actoral totalmente exasperada, quizás podría hablarse de un logrado musical en homenaje a Sandro, el ya mítico ídolo de América. Lamentablemente, esto no sucede.

Vamos por partes. El texto de Dátola, que intenta reflejar el derrotero personal de Alicia (Natalia Cociuffo) una de las famosas “nenas” del popular cantautor, en paralelo con el meteórico y merecido ascenso a la fama del artista, es un compendio de lugares comunes y misoginia. De forma tal que el arco vivencial de esta mujer, que abarca desde su juventud hasta la madurez, gravita únicamente en torno a cualquier guiño del astro, sin que importe nada más. Al punto de mostrarla como una fanática desaprensiva, capaz de abandonar compartir momentos junto a su atribulado marido Antonio (Christian Giménez), acontecimientos familiares e incluso la inminente llegada del futuro nieto, con tal de recoger una migaja que arroje su ídolo en cualquiera de sus celebradas apariciones públicas. Las incongruencias se trasladan al retrato de grupo de amigos del fiel esposo, atornillados en un bar, que alguna vez soñaron con ser una banda rockera, cuyas intervenciones no implican otra cosa que reiterar la obsesión de la primera y la paciencia amorosa del segundo, a lo largo de cuarenta años. Nada menos.

Con semejante material, encima las marcaciones interpretativas bordean lo caricaturesco al llevarlas a un registro altisonante, desmedido o sensiblero, alternadamente, sin que haya ninguna justificación. Sin embargo, el elenco cuenta con un ramillete de excelentes exponentes del género vernáculo como Diego Hodara, Deborah Turza, Leandro Bassano o Mariu Fernández, por mencionar algunos. Poco pueden hacer para darles carnadura o verosimilitud a sus personajes, sometidos al contexto de la exaltación del estereotipo.

De todos modos, salvo por un errático diseño de vestuario, la factura visual del espectáculo es fabulosa. La escenografía de Jorge Ferrari y el dispositivo lumínico de Ariel del Mastro, ensamblados, son realmente admirables. Finalmente, también quien contribuye a la calificación de esta propuesta, es la camaleónica transformación del hasta ahora desconocido joven Fernando Samartin en la piel del famoso protagonista. Según su curriculum, hace ocho años que imita a Sandro, pero lo suyo va más allá, es un verdadero prodigio la forma en que capturó el timbre, los gestos, la inflexión del habla o el andar del gitano. “¡Es Sandro!”, vocifera una de las espectadores al verlo y escucharlo cantar. Y tiene toda la razón.

por Jorge Luis Montiel

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