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TEATRO | 24-02-2012 14:09

Un fin de semana traumático

Quién iba a pensar que en pleno Siglo XXI, justamente en la Argentina, se volvería a cultivar la estética del astracán, ese subgénero teatral cómico muy popular en los escenarios españoles allá por el primer tercio del siglo XX. Vale recordar que la astracanada explotaba el uso del equívoco y situaciones disparatadas a través del juego de palabras o retruécanos, porque lo único que importaba era divertir.

La cita viene a cuento tras apreciar las puestas de “Comedor” (Table manners), “Living” (Living Together) y “Jardín” (Round and round the garden), las obras que componen “Todos contentos”, traslación porteña de la trilogía teatral originalmente titulada “The Norman Conquests”, perteneciente al prolífico y aclamado autor inglés Alan Ayckbourn (1939). Estrenada en la temporada londinense de 1973 (y exhumada con gran éxito en 2008) la trama transcurre durante un fin de semana en los años `60 , y en apariencia es la misma para las tres obras, salvo los ambientes donde transcurren y, claro está, las perspectivas en las que es abordada.

Una familia compuesta por tres hermanos, dos casados y una solterona, más el eterno prometido de esta última, se ve obligada a reunirse en la vieja casona paterna, bajo la omnipresente sombra de Irma, una madre inválida de pasado voluptuoso. En las pocas horas de convivencia, aflorarán y estallarán de manera efervescente una reciente infidelidad, los añejos reproches y el malogrado presente de los protagonistas.

Entre otras cosas, nos enteraremos que el lujurioso Daniel (Juan Minujín) pretende escapar junto a Ani (Muriel Santa Ana), la cuñada atrapada en una relación con el pusilánime veterinario Charly (Peto Menahem). La aventura será frustrada por Sara (Carola Reyna), la insatisfecha y nerviosa esposa de Leo (Carlos Portaluppi), un extravagante agente inmobiliario que sueña con patentar un juego y conocer el éxito comercial, al convocar a Eva (Silvina Bosco) la esposa miope de Daniel, obsesionada con su trabajo.

Ya de por sí hay suficiente salsa en la historia, pero se espesa al haber optado por ubicar la acción, sin cambiar de época, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. La decisión es acertada, puesto que de otro modo no veríamos a la atildada clase media inglesa de entonces, y sí, en cambio, a nuestros viscerales ancestros italianos o españoles. Y es en este sentido donde se nota la inobjetable pericia e inteligencia del director (notable destreza de Oscar Martínez al guiar los pasos de estas criaturas cotidianas), al punto que la gente se divierte mucho más con las acciones y no por lo que expresan estos atribulados y simpáticos seres.

La marcación exasperada, la impecable factura estética (nuevamente el escenógrafo Alberto Negrín alcanza la excelencia) y un elenco de homogénea, superlativa calidad, donde sería injusto destacar a unos sobre otros, consiguen el noble propósito de hacer reír por un buen rato, al tiempo que se comprende que todos viven una lujuria no correspondida y hasta alguna desdicha sexual profunda. Conviene no revelar aquí lo que sucede en cada una de las piezas ni recomendar alguna por sobre otra, dado que pueden verse de manera independiente. Sin embargo, este cronista aconseja a los futuros espectadores realizar el esfuerzo de no perderse ninguna, para terminar de armar el rompecabezas argumental. De otro modo, se privaría de descubrir cómo el autor logra que la risa cabalgue sobre el escalofrío.

por Jorge Luis Montiel

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