Thursday 28 de March, 2024

SOCIEDAD | 08-06-2012 20:18

Intelectuales contradictorios

Tanto Ernesto Laclau, en una entrevista con Página 12, como Mario Vargas Llosa, en su columna dominical en El País de España, tuvieron un fin de semana de expresiones contrapuestas con sus doctrinas.

Dos indignados notables y “opuestos por el vértice”, como dicen las maestras en clase de Geometría. Ernesto Laclau, uno de los intelectuales más mimados por el kirchnerismo cultural, bancó este domingo en Página/12 la reelección indefinida de los actuales líderes latinoamericanos. Su argumento es que si la voluntad popular expresada en las urnas lo pide, entonces es bueno. Y que precisamente los enemigos de las democracias nac&pop atacan a los caudillos y caudillas de larga duración para quebrar los procesos revolucionarios populistas.

Dicho esto, en la misma entrevista minimiza las consecuencias de la enfermedad de Hugo Chávez con respecto a la continuidad del modelo bolivariano, en el caso eventual de la desaparición de su líder. Laclau asegura que el chavismo ya ha transformado lo suficiente a la sociedad como para que incluso la revolución sobreviva a su mentor.

Suena contradictorio defender la reelección indefinida en América latina si se cree, al mismo tiempo, que el proceso de cambio populista puede seguir más allá de sus fundadores. ¿Para qué eternizar familias en el poder si el sistema no lo necesita? Es justamente eso lo que se le suele criticar a los regímenes “longevos”: su dependencia dramática de la supervivencia del líder, o al menos del apellido del líder en el trono. Así es la Corea de los Kim, la Cuba de los Castro... y hay quienes sueñan con una Argentina para siempre de los Kirchner.

En el otro extremo ideológico, Mario Vargas Llosa incurrió también este domingo en una contradicción sintomática, en su columna del diario El País de España. Así como Laclau se indignaba desde la izquierda con los que señalan las grietas de su doctrina latino-populista de la democracia, Vargas Llosa se enfureció con Damien Hirst, el joven maravilla del mercado del arte internacional, que triunfa con polémicas instalaciones de tiburones, vacas y otros pobres bichos.

Vargas Llosa, intelectual mimado de los think tanks liberales más ortodoxos de Occidente, se indigna con el desfachatado fenómeno de mercado que representa la obra de Hirst, si es que se le puede llamar “obra” (Vargas Llosa lo duda). Bella contradicción: a Vargas Llosa le fastidian las objeciones contra el libre mercado global, pero le repugna que un éxito mercantil cope el presunto espacio sacrosanto de los museos más prestigiosos del planeta.

Laclau y Vargas Llosa encarnan, cada uno en su trinchera, la lucha contra el tan teorizado “fin de las ideologías”. Pero si sus ideologías no resisten la contradictoria presión de la realidad concreta, entonces cabe sospechar  que sus relatos no sean más que pura propaganda.

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