Friday 29 de March, 2024

COSTUMBRES | 10-08-2012 13:11

Condenados a la soledad

Nuevas lecturas sobre el aislamiento alertan sobre su crecimiento y la falta de estrategias para tratarlo. Estereotipos y enfermedad.

Nacemos y nos morimos solos; en el intervalo, se supone que deberíamos tener el mundo de relaciones que se ve reflejado en series como “Seinfeld”, “Friends” o “Sex & the City”. Es decir: de cuatro a seis amigos íntimos que “estarán ahí para nosotros”; además de una pareja o, por lo menos, aventuras románticas numerosas. A esto hay que sumarle ciertas relaciones que son tema de otro estilo de “sitcom”: familia, colegas y vecinos o “miembros de la comunidad” –a menudo las grandes amistades provienen del barrio o incluso del edificio donde se habita–. Queda claro que incluso para los “nerds” de “The Big Bang Theory”, la soledad es antes una imposibilidad que un problema.

Pero ¿qué pasa cuando el espectador es alguien cuyos fines de semana transcurren sin otra interacción humana que las que mantiene con los vendedores de los locales adonde va a hacer compras? ¿Qué hay de aquellos para quienes una reunión familiar, una fiesta con amigos o una cita con una posible pareja se convierten en excepciones, y esta situación se prolonga durante años? Eso es lo que le pasó a Emily White, una abogada norteamericana que vive en Canadá y que atravesó cinco años en estado de soledad crónica. “Era muy difícil sentirte aislada y vivir en una cultura en la que la sociabilidad se presentaba como algo muy fácil de alcanzar”, escribe en su libro “La habitación vacía” (Aguilar), una investigación sobre la soledad que acaba de ser publicada en la Argentina.

Instigada por los terapeutas a quienes consultó, White llevó un diario íntimo para ver “qué quería decirle su soledad”, al tiempo que investigó la “jurisprudencia” acerca del tema: qué había llegado a establecer la ciencia sobre el tema. Finalmente, abrió un blog a través del cual se puso en contacto con otras personas que también se asumían como solitarias y que prestaron su testimonio.

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por Paula Ancery

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