Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 10-08-2012 13:01

En la corte de la reina Cristina

Kicillof, el nuevo hombre fuerte de Cristina desplaza a Moreno en la conducción de la economía.

Mientras la oposición no está, los hombres y mujeres que conforman el oficialismo se entregan a su juego favorito: la interna. Aunque las reglas de esta diversión tradicional que tanto fascina a los políticos o sus equivalentes no han cambiado mucho desde la edad de piedra, en las democracias modernas los premios suelen ser más modestos que en el pasado y, por fortuna, menos atroz el destino de los perdedores.  En la versión argentina del juego, lo peor que puede suceder a quienes tropiezan es verse condenados a una estadía prolongada en una cárcel donde, para sobrevivir, tendrían que participar de murgas dirigidas por militantes políticos estrafalarios, asistir a “actividades culturales” en clave K  y soportar el ruido infernal producido por bateristas psicópatas, lo que, pensándolo bien, es mejor que terminar decapitados, como solía ser el caso en épocas menos ilustradas que la nuestra. ¿Y los ganadores? Si tienen mucha suerte, por un rato disfrutarán de la aprobación de Cristina, un privilegio que está reservado para muy pocos.

Para frustración de los que quisieran que la política fuera una actividad dominada por grandes estadistas que trabajen sin descanso para impulsar el bienestar del conjunto, el progreso científico, la competitividad, la educación y la seguridad ciudadana, escasean los cuadros oficialistas que sienten interés por temas tan aburridos. Parecería que en el fondo lo único que realmente importa a los militantes K es el estado de ánimo de la señora Presidenta. Bien que mal, otros tienen que respetar el mismo orden de prioridades, ya que de los caprichos de Cristina depende la conformación de su gobierno y, por lo tanto, mucho de lo que ocurre a lo ancho y lo largo del territorio nacional.

Así, pues, si es verdad que Cristina ya no confía tanto como antes en las dotes administrativas e intelectuales del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, el país tendrá que prepararse para un cambio de rumbo económico, pero puede que solo haya sido cuestión de rumores, o que, si bien le gustaría echar al ferretero luego de haberle permitido provocar una cantidad descomunal de desaguisados, no lo haga por entender que sus enemigos festejarían su salida con júbilo malicioso.

Durante varios años, la relación personal de Cristina con Moreno ha incidido más en la evolución del país que cualquier otro factor. Los resultados están a la vista. Entre otras cosas, el funcionario más temido del gobierno kirchnerista le ha regalado una recesión que a juicio de los especialistas en la materia pudo haberse evitado, además, claro está, de la destrucción meticulosa del Indec, una repartición que antes de su llegada gozaba de un grado envidiable de prestigio internacional pero que en la actualidad es un hazmerreír planetario, despreciado hasta por los chinos.

Pues bien: de estar en lo cierto los arúspices, en adelante las vicisitudes nacionales dependerán casi por completo de la relación de la señora con Axel Kicillof, un cuarentón de look estudiantil, patilludo como Elvis Presley o el nuevo héroe deportivo británico, el ganador “mod” del Tour de Francia Bradley Wiggins. Según los enterados, Kicillof ha logrado encandilarla ofreciéndole un cóctel ideológico de su propia factura en que ha mezclado ingredientes suministrados por Karl Marx y Lord Keynes, combinándolos con la ilusión de que sea posible asegurar que el “modelo” siga su camino por muchos años más.

A juzgar por el desempeño calamitoso de Aerolíneas Argentinas, empresa cuya contabilidad era supervisada por Kicillof pero que, a pesar de la ventaja así supuesta, se las arreglaba para perder todos los días un par de millones de dólares, el viceministro de Economía siente más afinidad por los relatos que por los números –“cosas horribles”, diría–, pero puesto que a ojos de Cristina las estadísticas son lo de menos, sus presuntas deficiencias en dicho ámbito carecerán de importancia. Sea como fuere, no cabe duda de que hoy en día, Kicillof se destaca entre todos los cortesanos de Cristina, acaso porque, a diferencia de tantos, no parece resuelto a brindar una impresión de mediocridad servil ya que ha sabido dosificar sus manifestaciones de lealtad eterna con algunos gestos que, debidamente interpretados, reflejan cierta independencia de criterio.

De acuerdo con las malas lenguas, Kicillof debe su ascenso rapidísimo en buena medida a su aspecto físico: guarda cierto parecido con aquel de Alex (Malcolm McDowell), en la película “La naranja mecánica”, de Stanley Kubrick –luce más joven de lo que realmente es, tiene ojos tan celestes como los mundialmente famosos de Domingo Cavallo, le molestan las corbatas–, de suerte que en opinión de los escépticos es el sucesor de otros favoritos, como Martín Lousteau y Amado Boudou, que fueron elegidos según criterios más estéticos que profesionales, o incluso ideológicos. Es factible: en la Argentina que ha sido refaccionada política, económica y culturalmente para que quepa en el proyecto kirchnerista, todo se ve subordinado a los antojos presidenciales.

A Kicillof, un coleccionista al parecer insaciable de cargos administrativos de jure o de facto –para disgusto de diversos gobernadores provinciales, y del jefe formal de YPF, Miguel Galuccio, acaba de apoderarse de todo lo vinculado con el petróleo–, le convendría tener cuidado. Otros jóvenes maravillosos descubrieron un buen día que aunque se trata de la presidenta de la República, “la donna è mobile, qual piuma al vento”, y no hay ninguna garantía de que Kicillof no despierte una mañana sin los poderes mágicos que le han permitido trepar hasta las alturas resbaladizas de la política nacional. Por lo demás, si, como bien podría suceder, la economía, que se ve manejada por un cuarteto o quinteto de personas más preocupadas por las alternativas de la interna palaciega en la que están compitiendo que por el futuro del país, se precipita en una recesión abismal, Cristina no titubearía un solo minuto en sacrificar a algunos de sus funcionarios económicos, tal vez a todos, culpándolos por el desastre con el propósito de minimizar los costos políticos que le correspondería abonar.

En las semanas últimas, han subido mucho las acciones de Kicillof –los hay que ya ven en él una especie de pre-precandidato presidencial por si la re-re no funciona, papel que por algunas semanas estuvo en manos de Boudou– mientras que según los expertos han bajado bastante las de su rival principal, Moreno, y mucho las del cada vez más aislado Julio De Vido. Pero a veces, el mercado político local se vuelve tan volátil como las plazas bursátiles de los países ricos, de modo que en cualquier momento podrían caer. Asimismo, no podrá sino ser consciente de que el oficialismo no constituye una fuerza organizada sino un aglomerado circunstancial que se ve aglutinado por Cristina o, al menos, por el temor difundido a lo que podría significar abandonar el statu quo en un país de instituciones tan penosamente raquíticas que apenas logran mantenerse de pie.

Lo mismo que la ciudadanía rasa, los dirigentes opositores están mirando el espectáculo desde afuera. Aunque les gustaría tomar su lugar indicado en el escenario, como es previsto por el sistema institucional que en teoría rige pero que en realidad es una especie de ideal que pocos toman en serio, no pueden hacer mucho más que formular comentarios indignados, lamentando la negativa de los miembros del elenco gubernamental a prestar atención a sus declaraciones. Desgraciadamente para los peronistas disidentes, la gente del PRO, radicales, socialistas, progresistas sueltos y otros, su influencia seguirá siendo escasa a menos que logren movilizar a una cantidad suficiente de sus compatriotas para protestar contra la usurpación de cuotas desproporcionadas de poder por una facción que, según las encuestas, ya ha despilfarrado una parte sustancial del apoyo conseguido en las elecciones de octubre del año pasado.

En países de instituciones consolidadas, el juego político propende a ser binario: el oficialismo ocupa una mitad, más o menos, de la cancha, y la oposición otra. Aquí, el juego es a un tiempo decididamente más complicado, ya que las reglas son a lo sumo tácitas, y mucho más sencillo porque el carismático de turno monopoliza el poder. El esquema imperante es de círculos concéntricos que giran en torno a Cristina y la camarilla hermética que se ha formado a su alrededor. Fuera del poder casi absoluto previsto por el esquema hiperpresidencialista que se ha instalado, están los aliados coyunturales, legisladores, gobernadores, intendentes, sindicalistas, militantes “sociales” y operadores que, por ahora, dependen de la voluntad de quienes están en condiciones de repartir fondos procedentes de la caja y por lo tanto son reacios a desafiarlos. Más lejos aún del centro están aquellos que, si bien militan en una de las distintas facciones opositoras, son integrantes plenos de la corporación política, y, virtualmente marginado, está el resto de la población del país que, con escasas excepciones, mantiene cruzados los dedos con la esperanza, cada vez más tenue, de que en esta ocasión “los dirigentes” no se las ingenien para provocar una nueva crisis política, económica y social como tantas otras que han jalonado la agitada historia reciente del país.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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