Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 16-08-2012 15:41

Cristina va a la guerra

Va por todo. La Presidenta disfruta del conflicto y combate en distintos frentes a la vez: Macri, Scioli, Moyano y Clarín, sus obsesiones.

El militar prusiano Carl von Clausewitz es recordado principalmente por haber dicho que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Si bien hasta ahora la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su tropa de militantes solo han reivindicado de forma tangencial “otros medios”, como el supuesto por la lucha arma, ellos también se aferran a la idea de que, por ser la política una actividad esencialmente conflictiva, para consolidar su poder hay que pasar por alto las reglas propias del juego democrático. Por suponerse mejor dotados que los demás para aprovechar los enfrentamientos, se las ingenian para provocarlos aun cuando a primera vista no tengan motivo alguno para hacerlo, de ahí aquellas “batallas culturales” que tanto les gustan y, desde luego, las ofensivas furibundas que emprenden a diario contra políticos que en su opinión son ajenos al “proyecto”. Con todo, aunque la mentalidad oficialista, por llamarlo así, tiene mucho en común con aquella de los partidarios de causas tan nefastas como el fascismo y el comunismo, los kirchneristas no han logrado forjar una ideología totalitaria que serviría para justificar nuevos atropellos. Es una suerte: de pertrecharse el gobierno de una, al país le aguardaría una etapa tan aciaga como la que ensangrentó la década favorita de la Presidenta, la de los años setenta del siglo pasado.

Por cierto, plantea muchos peligros el que la estrategia del gobierno nacional se haya basado en la noción de que los conflictos sean de por sí buenos ya que, para citar al fallecido islamista Osama bin Laden, la gente siempre confiará más en un “caballo fuerte” que en uno “débil”, y por lo común los más agresivos –en el caso argentino, los kirchneristas–, a menudo brindan una impresión de fuerza incontenible, a diferencia de los tibios a quienes Dios vomita que hablan de diálogo y la conveniencia de hacer algunas concesiones. Para alcanzar los objetivos, o sea, “todo”, los militantes del gobierno nacional no vacilan en derribar instituciones, intentar eliminar la libertad de expresión y hasta sabotear a las economías regionales por suponer que las víctimas de sus atropellos culparán por sus penurias a los mandatarios locales. Como los anarquistas y bolcheviques de antaño, muchos oficialistas hacen de la consigna “peor es mejor” el principio rector: lejos de tratar de solucionar o al menos atenuar los problemas de la gente, procuran agravarlos por suponer que les sería ventajoso. Según la lógica tradicional, que un gobierno se dedicara a sabotear lo que en teoría es su propia obra sería absurdo; según la kirchnerista, no lo es, ya que, manejados con astucia, los conflictos sirven para generar poder.

En tiempos de guerra total, los civiles suelen proporcionar muchas bajas, detalle este que no preocupa en absoluto a Cristina y sus conmilitones, ya que a su juicio solo se trata de pedazos de carne de cañón electoral, útiles para hacer número a la hora de votar o de asistir a actos proselitistas pero para nada más. Asimismo, puesto que desde su punto de vista los porteños merecen ser castigados por el crimen de lesa majestad, los kirchneristas están decididos a hacerles la vida imposible privándolos de seguridad, de transporte, de la posibilidad de defender sus ahorros amenazados por la hoguera inflacionaria comprándose algunos dólares, y muchas otras cosas.

Para que los ingratos aprendan de una vez que cometieron un error imperdonable cuando votaron a favor del “derechista” Mauricio Macri, los guerreros gubernamentales, con la ayuda valiosa de gremialistas que se imaginan de izquierda, se las han arreglado para poner la Capital Federal bajo sitio. No les importa demasiado que el larguísimo paro en el subte haya deslustrado aún más a ojos de millones de personas la imagen ya nada brillante de Cristina, porque apuestan a que la de Macri sufra todavía más. Parece que tienen razón. Para minimizar los costos políticos que le está ocasionando el hostigamiento oficialista-gremial, el jefe del gobierno de la ciudad supuestamente autónoma tendría que tomar la iniciativa, lo que no le sería nada fácil en medio del aquelarre agravado por las maniobras de sindicalistas respaldados por un gobierno nacional que carece por completo de escrúpulos. Ha intentado hacerlo formulando algunas propuestas concretas y lamentando el desprecio oficial por la legalidad, la verdad y el valor del respeto mutuo, pero parecería que para la mayoría solo se trata de abstracciones.

Huelga decir que Macri dista de ser el único que se ha visto condenado por Cristina a una muerte política dolorosa. Lo acompañan en el camino que, de prosperar las tácticas oficiales, los llevará al patíbulo el gobernador bonaerense Daniel Scioli, culpable él de preferir un estilo personal que es llamativamente más amable que el patentado por los kirchneristas no bien se instalaron en el poder, y su homólogo cordobés, Juan Manuel de la Sota, hombre que, para indignación tanto de los oficialistas como de muchos que a pesar de todo son reacios a figurar en la lista de “traidores” a la Presidenta, quiere hacer trizas del “pacto fiscal” de 1992 en nombre del federalismo.

De animarse, muchos otros gobernadores respaldarían a De la Sota, ya que entienden muy bien que es escandalosa la forma brutal en que Cristina aprovecha su dependencia de fondos en teoría procedentes de “la Nación”, pero con frecuencia de origen provincial, para pagar a tiempo a los tradicionalmente belicosos empleados estatales, pero no se atreven a hacerlo en parte por miedo a compartir el destino de Macri y, en parte, porque no quieren que De la Sota se erija en el jefe indiscutido de una rebelión del interior contra la rapacidad insaciable de una Presidenta que ha resultado ser aun más unitaria de lo que era su marido.

Así y todo, de agravarse mucho más la recesión, De la Sota no tardará en conseguir algunos aliados; por motivos comprensibles, a los gobernadores no les complace resignarse a ser denigrados por la Presidenta toda vez que les toca aplicar los ajustes que ha hecho necesarios la serie de errores grotescos que han sido perpetrados por la esperpéntica armada Brancaleone que ella misma puso a cargo de la economía nacional. Por lo demás, la voluntad kirchnerista de apoderarse de todo el negocio petrolero ha enojado sobremanera a muchos políticos en las provincias que disponen de recursos energéticos al brindar a la oposición local un pretexto inmejorable para ensañarse con mandatarios que, en su opinión, son obsecuentes pusilánimes que privilegian su propia relación con Cristina por encima de los intereses de sus respectivas jurisdicciones.

Además de querer hundir a aquellos intendentes y gobernadores que podrían plantear problemas a los decididos a ir por todo, pisoteando cuanto encuentren en el camino, los kirchneristas se han propuesto disciplinar a aquellos medios periodísticos perversos que aún no han comprendido que, perdida la “batalla cultural”, les corresponde asumir su derrota para sumarse dócilmente a las huestes victoriosas con la esperanza de que, después de un período en el purgatorio reeducativo, puedan tomar su lugar en el opulento paraíso oficialista. A sabiendas de que el arma más efectiva de los medios aún insumisos es la credibilidad, Cristina y sus laderos han elegido concentrar su fuego en lo que creen es su flanco más vulnerable, el supuesto por la ética.

Si bien a esta altura es evidente que en dicho ámbito ni los kirchneristas ni sus esforzados soldados mediáticos cuentan con nada que podría calificarse de autoridad moral, sus propias deficiencias en tal ámbito los tienen sin cuidado. Son realistas. Saben que, mal que les pese, los periodistas independientes se ven constreñidos a acatar pautas éticas que son mucho más rigurosas que las juzgadas apropiadas para políticos o propagandistas a sueldo. Por lo tanto, una acusación que no perjudicaría en absoluto a un “militante” –antes bien, lo ayudaría a congraciarse con la líder máxima– podría resultar más que suficiente como para desprestigiar por años a alguien cuya reputación se basa en su presunto compromiso con ideales más elevados.

La campaña de Cristina y los suyos contra el Grupo Clarín no terminará hasta que “la corpo” se haya visto reducida a escombros, eventualidad que, prevén, serviría para aleccionar a los periodistas de todos los demás medios para que se integren a los equipos de aplaudidores automáticos de la genialidad de la Presidenta. ¿Lograrán su propósito? Depende en buena medida del desempeño de la economía. Si, merced al aporte de la soja y otros productos del campo, se reanuda el crecimiento y, para sorpresa de muchos, amaina la inflación, el Gobierno tendrá el poder y el tiempo que precisa para avanzar con la obra de demolición que se ha propuesto. En cambio, de complicarse el panorama económico, lo que, aún cuando sequías en los Estados Unidos, Rusia y otros países hagan subir los precios de los commodities, bien podría ocurrir a causa de las fallas estructurales del “modelo” y las extravagancias de los personajes que están tratando de manejarlo, el futuro del Gobierno y de Cristina podría volverse tan dramático que el Grupo Clarín consiguiera sobrevivir a los ataques despiadados de quienes ven en él la fuente de todos los desastres nacionales.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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