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LIBROS | 31-08-2012 14:27

La persona y la obra

“Miguel Ocampo”, de Flaminia Ocampo. Fotografías de Tomás Barry. 111 págs. $ 200.

El aspecto es de álbum gráfico sobre un pintor, incluso de catálogo lujoso. Por suerte el libro es mucho más, gracias a una serie de decisiones que lo convierten en otra cosa, poco frecuente.

Los textos son breves, rara vez pasan de una página, a veces de un párrafo. Escritos por una de las hijas del pintor, aportan datos o precisos o íntimos, no en el sentido hoy de moda, sino cotidiano, dentro de una vida peculiar. Miguel Ocampo era de buena familia, esa familia le pagó con vacas un viaje a Europa, donde se quedó más de lo planeado y aprendió mucho, algo frecuente en cierta época de la cultura argentina. Eligió la carrera diplomática. Se casó con la escritora Elvira Orphée y disfrutó o sufrió la movilidad permanente de su profesión.

Las fotos de una época lo muestran delgado, elegante, alto, sin agregados pedantes. A su lado la escritora no le va en zaga, y las hijas tampoco. En cada lugar donde residía, el pintor se fabricaba su taller, de límites bien claros, cuando llegaba a casa se quitaba la ropa elegante y se ponía prendas de trabajo. La diferencia era tal, que un vecino llegó a sospechar que había dos Ocampos, gemelos: uno rico que explotaba al otro, trabajador.

Cuando en 1978 decidió vivir en La Cumbre, Córdoba, lo hizo para dedicarse a pintar sin interrupciones. Allí construyó su taller definitivo. Y también allí inauguró una sala de exposición, para mostrar sus cuadros a los lugareños.

Los cuadros son mostrados a toda página, sin títulos, y tienen relación directa o abstracta con el entorno. Se mezclan en un mismo tono con los paisajes, con el cuerpo o el rostro del propio pintor recorriendo el tiempo, cada vez más calmo, más meditabundo o pacífico.

por Elvio E. Gandolfo

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