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OPINIóN | 14-09-2012 11:02

La banda opositora

De la Sota. Su reclamo económico a la Casa Rosada lo proyecta como uno de los candidatos al 2015, junto con Macri, Scioli y Binner.

Cristina dice que “cada gobernador es muy parecido a un presidente en su propia provincia”. Bromea, claro está: a lo sumo, son interventores. Si la Argentina fuera una federación auténtica, estaría en lo cierto pero, como la líder máxima entiende mejor que nadie, en el país unitario que efectivamente existe, ningún gobernador tiene derecho a darse aires presidenciales. Incluso insinuar que, siempre y cuando Cristina se dignara salir de la Casa Rosada el día previsto por la Constitución nacional, a uno le gustaría probar suerte como candidato, será tomado por una manifestación imperdonable de deslealtad que los pretorianos de La Cámpora se encargarán de castigar.

La voluntad de la Presidenta y sus incondicionales de mantener bien subordinados a los gobernadores puede entenderse. A diferencia de otros países en que los aspirantes a triunfar en el campeonato político necesitan contar con el apoyo de un gran partido, aquí es rutinario que una gobernación provincial les sirva de plataforma de lanzamiento. El sistema resultante es nefasto, sobre todo si el eventual ganador proviene de una provincia escasamente poblada como La Rioja o Santa Cruz, puesto que llevará consigo una cáfila de familiares, amigotes y dependientes que se pondrán enseguida a aprovechar las oportunidades brindadas por el poder pero, por desgracia, parecería que este esquema perverso ya se ha institucionalizado. Convendría, pues que en el caso de que se reformara la Constitución, se le agregara un artículo destinado a impedir que, en adelante, un gobernador saltara directamente de su cuartel general provinciano a la Casa Rosada. De más está decir que es nula la posibilidad de reformas encaminadas a atenuar los perjuicios atribuibles a las particularidades más perniciosas de la cultura política criolla; antes bien, los cambios que tienen en mente los contrarios a la Constitución actual servirían para agravarlos.

Sea como fuere, aunque es factible que en los meses próximos un mandatario de provincia chica logre sorprendernos metamorfoseándose en un presidenciable debidamente carismático, por ahora todos los precandidatos presuntamente serios proceden de jurisdicciones de dimensiones respetables: el bonaerense Daniel Scioli, el porteño Mauricio Macri, el cordobés José Manuel de la Sota y el ex gobernador santafesino Hermes Binner. Los cuatro son moderados pragmáticos, aunque a diferencia de sus rivales Binner, un socialista, se las ha arreglado para ubicarse en la franja progresista del extraño mapa ideológico nacional. Desde el punto de vista de los kirchneristas, el que el santafesino domine el dialecto progre es un problema; si bien ellos mismos son conservadores natos, defensores empedernidos de un orden corporativista arcaico, les encanta calificar de “derechistas” a sus adversarios. Por lo demás, Binner no está a cargo de Santa Fe; por lo tanto, es menos vulnerable que sus contrincantes a las presiones económicas brutales que Cristina utiliza para disciplinar a los díscolos.

Si bien, según las pautas que suelen aplicarse en otras latitudes Scioli, Macri y De la Sota son “centristas”, tratarlos como representantes de “la derecha” brinda a Cristina y sus soldados un pretexto a su juicio inmejorable para procurar hundirlos, ya que dicen estar defendiendo al pueblo contra los atropellos del enemigo ancestral. A lo ancho y lo largo del país, desde Santa Cruz hasta los feudos del Norte, emplean la misma estrategia para poner en apuros a aquellos gobernadores que les parecen excesivamente ambiciosos.

Por un lado, impulsan paros y manifestaciones en su contra, por el otro, los privan de los fondos que necesitarán para tranquilizar a una multitud combativa de estatales. Con todo, aunque el movimiento de pinzas así supuesto ha servido para hacerles la vida imposible a millones de personas atrapadas, como rehenes, en los distintos campos de batalla, no ha puesto fin a las aspiraciones presidenciales de los mandatarios de los tres distritos más importantes; para frustración de los kirchneristas, la popularidad del trío ha mermado menos que la de la mismísima Presidenta. Es lógico: por ser Cristina tan poderosa, muchos bonaerenses, porteños y cordobeses que la habían respaldado en los buenos tiempos propenden a oponérsele en los malos.

A pesar de tener tanto en común, sería poco probable que Scioli, Macri y De la Sota cerraran filas organizando un frente formal. En la Argentina, la política no funciona así. Además, por ser distintas las circunstancias en que se encuentran, han optado por estrategias muy diferentes. Scioli ha elegido desempeñar el papel del kirchnerista fiel pero mal comprendido, víctima inocente de sospechas injustificadas. Apuesta a que, al darse cuenta Cristina de que le sería inútil continuar soñando con la re-re y que no le sería dado transformar un cortesano servicial en un candidato presidencial convincente, llegará a la conclusión de que, de todas las alternativas disponibles, la representada por el bonaerense es la menos mala, lo que le permitiría apropiarse de la maquinaría electoral oficialista, además de ahorrarse un sinfín de conflictos engorrosos. Huelga decir que a los militantes furibundos de La Cámpora les parece repugnante la idea de que herede el poder alguien como Scioli, a su entender un hombre de la derecha oligárquica y golpista, pero si no prospera el operativo re-re, para Cristina sería la opción más segura.

Mientras tanto, Macri ha adoptado la postura de un opositor cada vez más frontal a Cristina y todo cuanto significa su “proyecto”. De temperamento conciliador, el jefe porteño comparte con Scioli el deseo de concentrarse en administrar bien el distrito que le ha tocado gobernar y también la falta de interés en las lucubraciones ideológicas, filosóficas e históricas del ala pensante del kirchnerismo y de las diversas facciones de la izquierda nacionalista. Dice que le molesta “la tibieza” de su vecino bonaerense y que se siente indignado por la “cobardía” del empresariado que, en su opinión, está entregando al país a un “proceso de chavización”. Con todo, Macri no puede sino entender que, si Scioli rompiera con Cristina, la confusa batalla política por la sucesión entraría de golpe en una fase tan nueva como peligrosa. Es que Scioli, lo mismo que los empresarios, temen a la Presidenta no solo porque son pusilánimes sino también porque la creen lo bastante irresponsable como para preferir provocar una crisis de dimensiones equiparables a las que siguieron al rodrigazo y al desplome de la convertibilidad a reconocer que el “modelo” que reivindica con tanta pasión ya ha fracasado y que los intentos de “profundizarlo” no podrán sino tener consecuencias calamitosas para el país.

Por su parte, De la Sota ha decidido tomar en serio la definición optimista de Cristina del rol de los gobernadores. Actúa como si creyera que la Argentina realmente es una federación y que el Gobierno nacional se ve obligado a respetar las reglas constitucionales, planteo este que a juicio de los kirchneristas suena pueril, ya que desde su punto de vista es absurdo pedirles respetar normas que serían apropiadas para un gobierno liberal burgués cuando lo que están haciendo es protagonizar una epopeya revolucionaria destinada a cambiar la historia. Lo que quiere De la Sota es que “la Nación” le dé la plata que le corresponde, pero sucede que para Cristina y los suyos dinero es poder, razón por la que no se les ocurriría ponerse a distribuirlo conforme a criterios que no sean exclusivamente políticos. A esta altura, De la Sota debería de entender que la actitud del Gobierno nacional frente a las provincias es idéntica a la que ha asumido ante los medios de comunicación: a cambio de dinero contante y sonante, los gobernadores tendrían que sumar sus voces al coro de los aduladores; si por algún motivo se niegan a hacerlo, que aprendan a vivir de sus propios recursos.

Cristina no se equivoca por completo cuando señala, en términos similares a los favorecidos por los voceros del FMI o, últimamente, por la canciller alemana Angela Merkel, que los mandatarios provinciales administran llamativamente mal las finanzas de sus distritos. Puede que en comparación con la forma en que Cristina, Axel Kicillof, Guillermo Moreno, Mercedes Marcó del Pont y Hernán Lorenzino están manejando la economía nacional, los esfuerzos de Scioli, Macri y De la Sota se destaquen por su eficiencia y realismo, pero sucede que, por motivos que podrían calificarse de estructurales, les es virtualmente imposible gobernar con prudencia. Todos dependen en cierto modo de “la Nación”, es decir, de su relación personal con una Presidenta que ha hecho de la irresponsabilidad fiscal una especie de religión política, aumentando alocadamente el gasto público, intensificando la presión impositiva, permitiendo que los pibes de La Cámpora colonicen zonas crecientes del sector supuestamente privado y repartiendo jubilosamente la riqueza ajena entre los dispuestos a rendirle homenaje, sin inquietarse en absoluto por las consecuencias de lo que está haciendo. No hay que decir que en tales circunstancias gobernar bien una provincia como Buenos Aires o Córdoba, o una ciudad de la magnitud y complejidad de la Capital Federal, exigiría dotes muy especiales, dotes que, por desgracia, no suelen encontrarse en ninguna parte.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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