Thursday 28 de March, 2024

CIENCIA | 27-12-2012 18:13

Con voluntad no alcanza

Cómo y por qué las acciones individuales no son suficientes para frenar la actual destrucción del medio ambiente. El efecto del hiperconsumo capitalista.

En los últimos veinte años, con el corte de cinta inaugural de la Era Verde que supuso la Eco’92 de Río de Janeiro, crecieron de manera paralela y exponencial los problemas ambientales y la cantidad de charlatanes dedicados a explicarlos e ilustrarnos acerca de lo sencillo que es resolverlos “si tomamos conciencia”. La cantidad de diagnósticos y propuestas de soluciones mágicas, sin embargo, resulta directamente proporcional al empeoramiento de la situación. Llueven, no obstante, las recetas y las invocaciones a cambios de conductas individuales que garantizan una suerte de aproximación sucesiva a la felicidad ecológica.

Todos saben, sabemos, en teoría, cómo terminar con los problemas ambientales, salvar al planeta y volver a vivir en armonía con nuestro entorno, cual si remedáramos un tiempo lejano que imaginamos en equilibrio con la naturaleza. Quizás ahí aparezca una primera contradicción insalvable: las consignas que sobrevuelan indican que debemos entrar más en contacto con lo natural, consumir menos productos nocivos, generar menos basura, usar menos electricidad, todos consejos que van a contramano con el sistema en el que vivimos y que, no lo neguemos, en un punto asociado con el deseo, disfrutamos.

Nada –salvo una tesis repetida, pero no por eso comprobada– indica que ese listado de buenas conductas nos llevará a la solución de los problemas ambientales,

independientemente de la escala de estas calamidades (calentamiento global, extinción de especies, contaminación de los ríos, basurales a cielo abierto, aire irrespirable).

Sabemos cómo solucionar los problemas ambientales y, no obstante, cada día redescubrimos –lugar común– cómo los humanos estamos destruyendo el planeta. ¿Qué esperás para salvarlo?, se nos interpela como si apenas se tratara de accionar una palanca distinta a la que accionamos cada mañana, adquirir la conciencia indispensable y convertirnos en seres “amigables” con el medio ambiente.

Estas páginas están siendo escritas exactamente veinte años después de aquella Cumbre de la Tierra de 1992 que, en los papeles y los discursos inflamados de los jefes de Estado, daba inicio a la era de remediación de los problemas ambientales: ya hemos destruido demasiado el planeta, decían los líderes del mundo en Río de Janeiro, ahora es tiempo de recuperarlo. Dos décadas después, todos los indicadores ambientales, principalmente aquellos que en 1992 habían hallado en el desarrollo sustentable la fórmula de la reversión del deterioro, se confirman empeorados. El cambio climático, por ejemplo, solo cosechó decenas de informes indicando la proximidad del Apocalipsis, conocido técnicamente como “punto de no retorno”: los famosos tres grados centígrados de incremento de la temperatura del planeta, más allá de los cuales –incluso considerando una irreal abolición inmediata de la emisión de gases de efecto invernadero– la ciencia no presume que exista forma de recuperar el estado anterior. De hecho, el volumen de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera no solo no disminuyó desde la creación de la Convención sobre Cambio Climático en 1992, sino que se incrementó contra todas las recomendaciones, protocolos y acuerdos firmados. En cuanto a la biodiversidad, no solo no se revirtió la tendencia a su explotación irracional, sino que se profundizó: la llegada del capitalismo a China agregó mercados de demanda de alimentos que, de manera sistémica, presionan sobre los recursos naturales –por ejemplo a través de un incremento aberrante de la desforestación– para liberar tierras potencialmente arables. En el transcurso de las dos décadas de compromiso ambiental mundial que se conmemoraron en 2012 se produjeron, por ejemplo, el mayor derrame petrolero (British Petroleum en el golfo de México) y el mayor accidente nuclear (Fukushima) de la historia, así como el efecto más furibundo del cambio climático sobre una sociedad supuestamente preparada para enfrentarlo (Katrina sobre Nueva Orleans), la aparición de un sistema de saqueo mundial descontrolado (la minería a cielo abierto) y la irrupción de la genética vegetal como plataforma de consolidación agrícola del monocultivo que la evolución invirtió miles de años en desterrar de la naturaleza.

Más información en la edición impresa de la revista.

por Sergio Federovisky *

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