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OPINIóN | 21-01-2013 15:12

El espectro de Scioli

La permanente diferenciación de Scioli con respecto al Gobierno hartó a Cristina.

omo aquellos neoyorquinos que en 1841 preguntaban a gritos a los pasajeros de un transatlántico que se acercaba al puerto si era verdad que la Pequeña Nell había muerto, millones de argentinos esperan con impaciencia las próximas entregas de la gran novela de Cristina, una autora tan imaginativa como Charles Dickens. En una obra que ya incluye una serie de monólogos interiores joyceanos, disquisiciones filosóficas, docenas de tuits salpicados de palabras en inglés y otras innovaciones estilísticas, Cristina se las ha ingeniado no solo para crear una realidad alternativa sino también para obligar al país a vivir en ella. Se trata de una hazaña nada común, de eso no cabe duda, pero los hay que se sienten asustados. Temen que el mundo ficticio de Cristina resulte ser una burbuja que un buen día estallará, dejando atrás nada salvo un gran vacío.

Luego de haber basureado en entregas recientes a la “corporación judicial”, o sea, la Justicia, Cristina optó por reintroducir un tema que es todavía más polémico: el supuesto por su propio patrimonio. Lo hizo de manera bastante extraña: aprovechó la oportunidad que le había brindado el actor Ricardo Darín que, lo mismo que muchos otros, quisiera saber cómo una pareja de empleados estatales se las había arreglado para acumular millones de dólares en un lapso muy breve, para embestir contra el gobernador bonaerense Daniel Scioli.

Aunque Cristina se negó a revelar los secretos de su éxito financiero, dio a entender que a su juicio es terriblemente injusto que ciertos medios se preocupen más por su fortuna particular que por las de otros políticos cuyos “esposas, hijos, hijas y otras yerbas” llevan una “vida rumbosa” en mansiones ubicadas en lugares emblemáticos como “el Delta, Punta del Este y Miami”. Parecería que no se le ocurrió a Cristina que es lógico que la gente sienta más interés por la evolución asombrosa del patrimonio presidencial que por las vicisitudes materiales de mortales comunes que, en su opinión, son tan venales y tan codiciosos como el que más. Asimismo, se ensañó con Scioli porque tiene una cuenta en dólares imperialistas, lo que a ojos de los kirchneristas es un crimen de lesa patria, una manifestación de desprecio por el peso nacional y popular, y por no difundir su declaración jurada, omisión esta que el gobernador no vaciló en remediar.

La reacción de Scioli ante la embestida furibunda de Cristina fue a un tiempo cortés y contundente. Además de explicar que necesita dólares por motivos médicos, ya que tiene que trasladarse periódicamente al exterior para seguir un tratamiento que no está disponible aquí, subrayó que su propio patrimonio no es misterioso en absoluto puesto que “todo el mundo sabe lo que yo tenía” antes de dedicarse a la política. Tiene razón. Nunca le ha faltado plata al ex campeón motonáutico, un deporte en que solo compiten quienes cuentan con mucha. Podría argüirse que su trayectoria sirve para reivindicar la idea decimonónica de que sea mejor dejar la política en manos de personas ya acaudaladas porque serán menos proclives a robar que otras, teoría esta que, si bien parece lógica, se basa en una ilusión. Sea como fuere, hasta ahora cuando menos nadie ha acusado a Scioli de enriquecimiento ilícito: en un país en que un político que muere relativamente pobre, como Arturo Illía, será reverenciado durante generaciones como un santo cívico, tal privilegio es de por sí una marca de distinción.

Puesto que no existe motivo alguno para suponer que la Argentina esté por experimentar una convulsión ética parecida a la que, hace ya veinte años, hundió a la fenomenalmente corrupta clase política italiana, reemplazándola por otra de características similares, el intento de Cristina de defenderse atacando a Scioli fue tomado por una señal de que, en el próximo capítulo del relato, el gobernador romperá definitivamente con la Presidenta, erigiéndose así en el jefe de la oposición peronista contra los usurpadores K.

Scioli preferiría demorar el divorcio por algunos meses más, de ahí su voluntad estoica de soportar con ecuanimidad sonriente las agresiones verbales de Cristina y de sus servidores como Gabriel Mariotto y Florencio Randazzo, pero en la Argentina actual, la Presidenta es dueña de los tiempos. De ella depende el ritmo del baile político y, para alarma de muchos simpatizantes, parecería que se ha propuesto hacerlo más frenético por momentos, como sucede en el de San Vito, con la presunta esperanza de desorientar tanto a los demás participantes que todos se desmayen, dejándola solita en el escenario.

Si bien es innegable que la estrategia elegida por Cristina le ha permitido desconcertar a tirios y troyanos, esto no quiere decir que la ayudará a perpetuarse en el poder. Ya antes de bombardearnos de tuits y, en su papel de fan cholula, enviar aquella carta impulsiva a Darín, la conducta rara de la Presidenta motivaba comentarios ya preocupados, ya sumamente despectivos, en torno a su estado emotivo. Por lo demás, los estallidos de ira, los que según los enterados deberían atribuirse a la resistencia a morir del Grupo Clarín, últimamente han ido in crescendo. Es como si la Presidenta ensayara probar que para ella no existen límites, que la ciudadanía o, por lo menos, su propia clientela, tolerará cualquier excentricidad de su parte, de tal modo ratificando su hegemonía sobre el conjunto. Por lo pronto, Cristina ha conseguido salirse con la suya, pero tarde o temprano descubrirá que los límites sí existen. ¿Y entonces? Nadie sabe la respuesta a este interrogante clave, pero pocos supondrán que le será dado seguir despotricando por casi tres años más contra quienes se animan a cuestionar su forma cada vez más caprichosa de actuar.

Para Cristina y, más aún, para sus dependientes, Scioli es un enemigo siniestro, terriblemente astuto, porque a su modo representa la antítesis de su propio “proyecto” voluntarista. Desde el punto de vista de los K, el gobernador encarna el sentido común y la moderación contra los cuales están en guerra desde hace décadas. Para colmo de males, a pesar de los esfuerzos de Cristina, Mariotto y compañía por hacer de su gestión una pesadilla, Scioli ha logrado conservar un buen índice de aprobación. No es “carismático”, tampoco es un buen orador, pero así y todo parece más confiable y más amable que la Presidenta, cuyas acciones han bajado muchísimo desde que fue plebiscitada en las elecciones de octubre de 2011 y que, tal y como están las cosas, parecen destinadas a seguir cayendo, lo que tendría consecuencias políticas y, quizás, institucionales alarmantes. En efecto, si no fuera por el miedo de lo que podría suceder si se consolidara la opinión de que, por motivos de salud, Cristina debería resignarse a desempeñar un papel exclusivamente protocolar, sus embestidas desenfrenadas contra la Justicia, contra los medios periodísticos que no le gustan y contra oficialistas con ideas propias como Scioli o progres no debidamente sumisos como Darín, además de su forma extravagante de manejar la economía nacional, ya hubieran dado pie a una crisis política de proporciones.

El peligro planteado a los K por Scioli –y por otros dirigentes peronistas de perfil equiparable que están en condiciones de disputarle el liderazgo de una eventual sucesión no rupturista–, les parecería menos grave si en sus propias filas se encontraran algunos presidenciables pero, huelga decirlo, no se halla ninguno. El mero hecho de que, hace apenas un año, algunos hayan especulado acerca de la posibilidad fantasiosa de que Máximo Kirchner o Alicia Kirchner pudieran prolongar el reinado de la dinastía fue más que suficiente como para llamar la atención a las carencias en tal sentido del movimiento gobernante. Asimismo, fracasó por completo el intento de hacer de Amado Boudou un sucesor confiable. En cuanto a los demás integrantes del equipo de Cristina, fueron elegidos por su “lealtad”, o sea, por su obsecuencia, una cualidad que no suele figurar entre las consideradas apropiadas para un presidente, a menos que se trate de un sustituto coyuntural como Héctor Cámpora.

Aunque Scioli, con sinceridad o por motivos que podrían calificarse de pragmáticos, nunca ha titubeado en proclamarse leal a Cristina, nadie ignora que, de mudarse de La Plata a la Casa Rosada, el cambio resultante sería casi tan grande como el supuesto por una eventual presidencia de Mauricio Macri. El ex vicepresidente y actual gobernador nunca ha manifestado interés alguno en aquellos temas recónditos que obsesionan a los intelectuales orgánicos del kirchnerismo o en las elucubraciones extravagantes de los muchachos de La Cámpora.

De ser Cristina una política con sentido práctico, entendería que, dadas las circunstancias, le sería mejor contar con la simpatía de peronistas light como Scioli que no toman en serio las cuestiones ideológicas de lo que sería aferrarse a sus propios prejuicios, corriendo así el riesgo de que el próximo gobierno se sienta convocado para librar una guerra sin cuartel contra la corrupción propia del “modelo” santacruceño, basado –como está– en el capitalismo de los amigos, que, con su marido, consiguió implantar en todo el país. Pero sucede que no hay lugar para el sentido práctico en el relato de Cristina, razón por la que su gestión se encamina, con rapidez desconcertante, hacia un desenlace épico.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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