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TEATRO | 27-03-2013 19:22

Reencuentro con un clásico nacional

“El organito”, de Armando y Enrique Santos Discépolo. Con Rubén Stella y elenco. Dirección: Julio Baccaro. Teatro De la Ribera, Pedro de Mendoza 1821.

A principios del siglo XX, en un suburbio porteño, dentro de una cochera ruinosa transformada en única habitación, aunada en la miseria, dependiente de la limosna del prójimo, convive una típica y empobrecida familia de inmigrantes italianos: el organillero Saverio (Rubén Stella), padre amargado, cínico, amarrete, que no expresa ni siente ningún atisbo de cariño por los demás, ejerce con mano dura su autoridad.

La resignada esposa Anyulina (María Ibarreta), fiel a la tradición ancestral, acompaña en silencio el despotismo del marido. Los tres hijos adolescentes que se asoman a la adultez, Nicolás (Gustavo Pardi), Florinda (Carolina Papaleo) y Humberto (Leo Martínez), quienes tras una niñez hundida en la indigencia, intentan ganarse el pan por medios propios, con viveza, ingenuidad y no demasiadas luces, respectivamente. Junto a ellos, también habita la improvisada vivienda Mama Mía (Emilio Bardi) el añoso y discapacitado hermano de Anyulina, atropellado por las mismas penurias. Finalmente, ante el arribo de otro compatriota, Felipe (Joselo Bella) “el hombre orquesta”, enamorado en secreto de Florinda, el astuto Saverio ve la posibilidad de lucrar para su cosecha personal a través de la formación de una dupla “artística”.

El feroz retrato de un sector social atrapado en la pobreza, teñido de conflictos, con valores morales trastocados y la imposibilidad de “hacer la América”, no perdió un ápice de su intacta vigencia. Mal que nos pese, la certera radiografía que realizó el tándem de los famosos hermanos Discépolo refleja la eterna frustración argentina y su perenne recurso del “sálvese quien pueda”.

Estrenada en 1925, “El organito” es realmente una de las cumbres del grotesco criollo, ese género que con justificadas y bienvenidas razones vuelve a poblar los escenarios oficiales.

Hay que celebrar entonces el regreso de este clásico al Teatro de la Ribera, ubicado en el mítico barrio de La Boca, en una puesta en escena digna en todos sus aspectos. El director Baccaro hace gala de su vasta experiencia al conducir con solvencia un eficiente equipo creativo y actoral, dentro de una escenografía espectral que remeda aquel sector de la ciudad.

Se lucen el aceitado oficio de Bardi y Bella, el promisorio Martínez y ese gran actor (uno de los mejores de su generación) que ya es Pardi. Mientras Papaleo sorprende gratamente, al lograr transformarse en la réplica exacta de una chica de 17 años. En tanto, Ibarreta teje sutil y conmovedoramente, apenas con gestos, miradas y acciones, el sufrimiento interno de una mujer sumisa. Stella confirma su estatura interpretativa en la encarnación perfecta del torturado protagonista. Aunque cabe un solo reproche: que ostente un moderno aro en una de sus orejas.

por Jorge Luis Montiel

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