Friday 19 de April, 2024

OPINIóN | 05-04-2013 15:20

El peronismo que viene

Peralta. El gobernador de Santa Cruz le enrostró a CFK su triunfo en las internas del PJ provincial.

Tiene razón el presidente uruguayo José “Pepe” Mujica: “en la Argentina son todos peronistas, aun los que no son peronistas. Trabajan en claves difíciles de entender para nosotros”. Y, pudo haber agregado, a menudo son difíciles de entender para los peronistas mismos, para no hablar de sus presuntos compañeros honorarios. Así y todo, como nuestro vecino sabe muy bien, el movimiento amorfo en que militan es un fenómeno proteico que se adapta a nuevas circunstancias con rapidez asombrosa. A su manera, el multifacético PJ se asemeja a aquellos microorganismos que, para desconcierto de los científicos que los creían definitivamente derrotados, pronto desarrollan resistencia a las drogas que deberían de matarlos, alimentándose de ellas con fruición. Desde que hizo su aparición casi setenta años atrás, el peronismo ha sido fascista, izquierdista, centrista, desarrollista y neoliberal. No hay por qué creer que haya dejado de evolucionar. Si bien nada está escrito, ya ha comenzado a asomar el peronismo de mañana.

Los Kirchner y quienes se sumaron a su “proyecto” procuraron remodelar el movimiento nacional por antonomasia para que los ayudara a acumular cada vez más poder y dinero. En tal sentido, su grito de batalla, “vamos por todo”, es inequívoco. Por algunos años, la suerte les sonrió, pero últimamente han proliferado las señales de que el peronismo, un animal político que suele salir fortalecido de los desastres descomunales que provoca con regularidad deprimente, esté preparándose para una nueva mutación.

Siempre y cuando las circunstancias lo permitan, esta vez asumirá la forma de un movimiento moderado, sensato, realista y respetuoso de los valores democráticos. ¿Y Cristina? Desgraciadamente para ella, no le sería del todo fácil adecuarse al perfil del peronismo soñado por los convencidos de que el ciclo kirchnerista tiene los días contados y que por lo tanto les convendría asumir una postura menos combativa y más franciscana.

Para Cristina, el resultado de la interna peronista que acaba de celebrarse en Santa Cruz fue una advertencia de lo que podría suceder en los meses próximos. Aunque se trataba de una elección apenas municipal en que aproximadamente diez mil personas se dieron el trabajo de votar, fue tan contundente el triunfo de la lista apadrinada por el gobernador rebelde Daniel Peralta que los kirchneristas, en especial los muchachos y muchachas vehementes de La Cámpora, tienen motivos de sobra para sentirse preocupados. Si ni siquiera son capaces de defender el territorio que creen propio y que, para más señas, se vio beneficiado por la presencia de comprovincianos en la Casa Rosada, podrían sufrir reveses igualmente dolorosos en otros distritos en que se suponen hegemónicos. Por lo demás, los santacruceños, comenzando con los peronistas, conocen muy bien a Cristina. Puede que muchos teman que los castigue por haber apoyado al infame traidor Peralta, cortándoles los víveres con el propósito de depauperarlos para que aprendan a amarla, pero por una cuestión de dignidad la mayoría, ha preferido oponérsele.

Desde hace décadas, Santa Cruz es feudo de los Kirchner, es su lugar en el mundo, la provincia en que perfeccionaron la metodología omnívora con la que, después de trasladarse a la Casa Rosada, se apropiarían de una proporción sustancial de los recursos del país para invertirlos nuevamente en política, creando lo que en el ámbito económico se llamaría una burbuja: todos salvo los congénitamente ingenuos saben que “el proyecto” de Cristina tiene fecha de vencimiento, pero muchos creen que vale la pena tratar de aprovecharla hasta vísperas del estallido previsto.

Al festejar la victoria aplastante de los suyos sobre los soldados kirchneristas, Peralta la atribuyó no tanto a la sensación difundida de que “el modelo” improvisado por Cristina está deslizándose hacia un precipicio, cuanto al fastidio que sienten muchísimos peronistas por la soberbia de los hombres y mujeres de La Cámpora. Dejó en claro que a su juicio se trata de una manga de “imberbes” inútiles que se creen superdotados pero que en realidad no entienden nada.

Huelga decir que los peronistas santacruceños distan de ser los únicos que están hartos de los “militantes” subsidiados por Cristina que actúan como si fueran comisarios políticos en la Unión Soviética comunista, denunciando a los sospechosos de cometer crímenes ideológicos o de mostrarse reacios a acatar las inapelables órdenes presidenciales. En buena parte del país, los peronistas veteranos están aguardando con impaciencia el momento para desalojar a los intrusos de los nichos que, gracias exclusivamente a Cristina, se las han arreglado para ocupar. Desde su punto de vista, de trata de una reedición un tanto farsesca, pero así y todo muy ingrata, de lo que ocurrió en los años setenta del siglo pasado cuando los montoneros y sus aliados coyunturales se pusieron a fagocitar las estructuras de un movimiento con el que, bien que mal, “el pueblo” se sentía identificado.

Con todo, si bien es probable que los peronistas deseosos de librarse de los chicos de La Cámpora logren su propósito, es una cosa frustrar los designios monopolistas de una facción interna molesta y otra muy distinta prepararse para gobernar un país tan problemático como la Argentina. Cuando de alcanzar el poder se trata, los peronistas son maestros consumados, pero por desgracia todos los gobiernos que han formado han fracasado, algunos de manera catastrófica. Es que por su naturaleza, el peronismo –basado como está en el reparto discrecional de recursos que un país un tanto más rico que la Argentina debería estar en condiciones de aportar– es una modalidad política inflacionaria. Por motivos de orgullo nacional, sus dirigentes suelen entregarse al voluntarismo, como si a su entender fuera antipopular respetar los límites impuestos por la realidad siempre desagradable.

La variante menemista del peronismo logró cierta estabilidad monetaria endeudándose hasta el cuello, de ahí el default cataclísmico de los días finales del 2001, pero una vez superadas las secuelas del ajuste tremendo que siguió al desplome de la convertibilidad, la versión kirchnerista, excluida de los mercados de crédito internacionales, no pudo encontrar ninguna alternativa a la maquinita. Los diversos personajes que pelean por el control de la economía apuestan a que la inflación, supuestamente frenada por Guillermo Moreno, no ocasione dificultades inmanejables antes de las elecciones legislativas fijadas para octubre. También rezan para que el gobierno siga contando con fondos suficientes como para financiar la colosal red clientelista que ha creado. Sin embargo, de agravarse mucho más la situación, los kirchneristas correrían el riesgo de perder el apoyo de la multitud de dependientes que conforman su reserva electoral. En tal caso, los peronistas pragmáticos, por llamarlos así, no vacilarían en abandonarlos a su suerte, como hicieron cuando se dieron cuenta de que Carlos Menem ya no estaba en condiciones de garantizarles muchos millones de votos.

La propensión de los peronistas –Mujica diría, de todos los políticos argentinos–, a privilegiar las internas por encima de lo demás, los hace reacios a pensar en lo que sería necesario hacer para mantener a flote la maltrecha economía nacional. Hombres prácticos, piensan en términos tácticos, concentrándose en el corto plazo, dejando a teóricos imaginativos preocuparse por las vaguedades estratégicas que interesan a sus homólogos de otras latitudes.

Por razones comprensibles, no quieren asustar al electorado susurrando palabras feas como “ajuste”. Les parece mejor dar a entender que los problemas del país se deben a nada más grave que la “falta de diálogo”, a la terca negativa de Cristina a permitirse aconsejar por personas ajenas a su minúsculo círculo áulico, como si en la raíz de la gran crisis cultural y estructural del país estuviera el carácter un tanto huraño de una presidenta anímicamente aislada. Aunque es de suponer que a esta altura los disidentes saben muy bien que el eventual sucesor de Cristina se verá obligado a desmantelar “un modelo” inviable, tarea esta que entrañará un sinnúmero de riesgos económicos, sociales y políticos, por miedo a la reacción previsiblemente adversa de una parte sustancial del electorado son reacios a formular demasiadas propuestas concretas.

Cuando el “proyecto” caudillista de turno entra en una fase declinante, aquellos peronistas que habían optado por no acompañarlo se alistan para tomar el relevo, descolocando a los radicales, socialistas y conservadores que, en un sistema más prolijo, constituirían la alternativa opositora. Pueden hacerlo porque casi todos coinciden en que el peronismo es dueño absoluto de “la gobernabilidad”, que de encontrarse en el llano no titubearía en hacerle la vida imposible a un gobierno de otro signo cuyo jefe tendría que “huir en helicóptero” antes de llegar a su fin el período previsto por la Constitución aún vigente.

Así, pues, hay un consenso de que el país tendrá que optar entre el peronismo de “Cristina eterna” y el peronismo menos urticante de Daniel Scioli o José Manuel de la Sota. En cuanto a Mauricio Macri, para contar con alguna posibilidad le sería forzoso adquirir una “pata peronista” lo bastante fuerte como para permitirle mantenerse de pie en las arenas movedizas de la caótica política nacional.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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