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COSTUMBRES | 12-04-2013 14:30

El mundo de los ultra millonarios

Hay 187.380 personas en todo el planeta que disfrutan de una fortuna mayor que el PBI de muchos países. En qué gastan y cómo los tientan las grandes marcas. Fotos.

¿Qué se le puede regalar para su cumpleaños a un amigo que tiene una fortuna superior a 1.000 millones de dólares?

La pregunta no es retórica porque en el mundo hay 2.160 potentados que poseen un patrimonio de ese volumen. Pero, en total, existen 187.380 personas con un capital superior a 30 millones de dólares, según un informe del instituto Wealth-X.

Ese grupo de ultrarricos equivale a la población de una ciudad como La Plata, es decir, casi insignificante en relación con los 7.100 millones de habitantes del planeta. A pesar de su escaso tamaño, globalmente posee una riqueza de 25,8 miles de millones de dólares, cifra que representa casi el doble del PBI de los Estados Unidos, que fue de 15,8 miles de millones en el 2012.

Esa elite, que algunos socio-economistas denominan “el 0,1 por ciento” más poderoso del planeta, es la codiciada categoría compuesta por los HNWI (“high net worth invididuals” –individuos valiosos por sus altos ingresos–) y sobre todo los UHNWI (“ultra high net worth invididuals” –individuos valiosos por sus ultraaltos ingresos–) que les sacan el sueño a los promotores inmobiliarios especializados en la venta de castillos e islas privadas, fábricas de automóviles deportivos y vehículos suntuosos, casas de alta costura, vendedores de yates, aviones privados y empresas de artículos de lujo.

Target. Tan grande es la influencia económica de este grupo que la mayoría de las empresas que fabrican artículos de lujo lanzaron ediciones especiales destinadas a esa clientela con el más alto poder adquisitivo del planeta.

El cognac Hennessy, por ejemplo, concibió una serie limitada de apenas 100 ejemplares de “matusalems”, es decir botellones de 6 litros con el mejor néctar de la marca. Cada una de esas obras de arte, diseñadas por Arik Levy, cuesta 20.000 dólares.

Para evitar la banalización de su marca, símbolo del gran lujo, el marroquinero Louis Vuitton creó una línea de alta marroquinería. Hace pocas semanas la boutique de Vuitton en New Bond Street –la calle del lujo en Londres– organizó una velada reservada a un centenar de invitados VIP. Con el pretexto de degustar los mejores viejos añejos de Francia, la firma presentó una colección de carteras únicas en el mundo, fabricadas en cuero de pitón, cocodrilo, lagarto o aun más sofisticadas y difíciles de trabajar como pieles de tigre, pantera, pecarí o foca.

Para responder a la ofensiva de Vuitton, su principal competidor, Hermès, lanzó una versión de la cartera Kelly de cocodrilo incrustado en diamantes. A pesar de su precio –130.000 dólares–, ese modelo se convirtió en el “must” de la clientela rusa, de las petromonarquías del Golfo y de las nuevas millonarias de los países emergentes.

Ese salto de gama del lujo al superlujo con productos casi exclusivos es lo que el CEO de Dior, Sidney Toledano, denomina “premiumización”. “Los HNWI y los UHNWI quieren piezas únicas. Hay que responder a esa demanda específica porque uno solo de esos clientes puede generar más ingresos que una boutique en todo el año”, dijo Bernard Arnault, CEO del grupo de lujo LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy) en la última reunión de altos ejecutivos.

Cada empresa organiza entre 10 y 15 acontecimientos extraordinarios en las ciudades con mayor concentración de ultramillonarios, como Nueva York, Londres, París o Tokio, o en las estaciones de vacaciones de los “happy few” (pocos felices): en invierno Aspen, Saint Moritz, Kloster o Courchevel –que fue totalmente copada por los rusos– y en verano Saint Tropez, Portofino, Costa Esmeralda, Marbella o Martha’s Vineyard. Pero en los últimos años, esa técnica de marketing se extendió a los países emergentes con mayor potencial, como China, India, Brasil, México, Turquía o Indonesia y sobre todo los Emiratos Árabes, que se han convertido en uno de los polos de consumo más importantes del planeta.

En esos lugares seleccionados, Dior puso en práctica desde hace un par de años  un nuevo concepto de marketing denominado “trunk shows”: desfiles de moda reservados para una clientela ultra VIP, que se realizan incluso antes de la presentación oficial de las colecciones. Desde luego, las otras grandes empresas de moda imitaron rápidamente ese método.

Puro lujo. Esa clientela de hiperricos que apareció inesperadamente en el radar, salvó a muchas de las empresas de lujo y, en particular, al sector de alta costura. Ese fragmento estaba amenazado de muerte por cuatro factores más o menos coincidentes: la aparición del “prêt-à-porter”, la desaparición de los grandes aristócratas, el eclipse de las estrellas de la época de oro Hollywood y la “democratización” de la forma de vestir. Un vestido de alta costura cuesta actualmente por lo menos 10.000 dólares, pero el promedio de los modelos interesantes oscila en 50.000 dólares.

Para leer la nota completa, adquiera online la edición 1894 de la revista NOTICIAS.

por Christian Riavale

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