Tuesday 16 de April, 2024

OPINIóN | 22-04-2013 11:35

El pajarito canta hasta morir

Las sospechas sobre el triunfo de Maduro condicionan su futura gestión.

Cuando Karl Marx nos aseguró que los grandes personajes de la historia aparecen dos veces, una vez como tragedia y la otra como farsa, aludía a Luis Bonaparte que, en su opinión poco caritativa, era “una caricatura del viejo Napoleón”. ¿Qué diría el gran pensador alemán del marxista lumpen Nicolás Maduro? En menos de un mes, el flamante abanderado del socialismo del siglo XXI logró liquidar buena parte del capital político que le había legado el difunto caudillo Hugo Chávez. Al darse cuenta de que le sería inútil procurar emular a su ídolo, Maduro, un ex sindicalista que, según parece, realmente cree en lo de la transmigración de las almas, intentó convencer a los venezolanos de que el comandante no los había abandonado por completo, que, reencarnado en un pajarito que se había sentado sobre su sombrero de paja, seguiría encabezando la cada vez más esperpéntica revolución bolivariana. De este modo, el vozarrón de Chávez se vio reducido a una serie de piadas, silbidos y gorjeos incoherentes con los que Maduro procuró enfervorizar a los fieles. Así mueren las revoluciones posmodernas, con un pío pío tenue.

De acuerdo común, Maduro fue el gran derrotado del torneo electoral que culminó el domingo pasado. Inició la campaña relámpago que siguió al anuncio del fallecimiento de Chávez con una ventaja de casi veinte puntos sobre su rival Henrique Capriles; terminó con una que, según los resultados oficiales, fue de menos de dos, a pesar de contar con los recursos enormes del Estado venezolano, el respaldo de instituciones colonizadas por chavistas y el aporte de bandas de matones. Aun cuando Maduro haya conseguido más votos que su rival, lo que a esta altura será imposible averiguar porque muchísimas boletas ya han sido quemadas, todo el proceso electoral fue viciado a fin de asegurar el triunfo del autoproclamado “hijo de Chávez”.

Capriles, cuyos partidarios detectaron más de 3.000 irregularidades, reclama una auditoría exhaustiva, pero se prevé que tendrá que aguardar hasta que el gobierno de Maduro se haya desintegrado y, después de un período de anarquía, tal vez de guerra civil, en lo que ya es uno de los países más violentos del planeta, los militares que llevan la voz cantante decidan que la forma menos mala de salir del pantano en que Venezuela se ha metido consistiría en celebrar nuevas elecciones. Por lo demás, a Capriles, que se ha erigido en jefe indiscutido de la oposición a la prepotencia bolivariana, le conviene esperar.

De haber ganado, al joven gobernador del Estado de Miranda le hubiera tocado aplicar, para regocijo de los chavistas, un ajuste fenomenal, depauperando todavía más a millones de pobres e indigentes, tarea esta que habrá de emprender Maduro; antes de transformarse del “papagayo tropical” que en una ocasión motivó las burlas del recordado escritor mexicano Carlos Fuentes en una especie de benteveo caribeño chiquitito, Chávez se las arregló para arruinar una economía que, gracias a sus reservas petroleras, debería estar entre las más prósperas del mundo entero. Despilfarró decenas de miles de millones de dólares en clientelismo tanto nacional como internacional, repartiendo valijas atiborradas de dólares yanquis entre sus simpatizantes y subsidiando la economía raquítica de Cuba que, sin sus donaciones, ya se hubiera desplomado por completo, brindando a los atrapados en la isla un nivel de vida equiparable con el de otro país víctima de la distopía comunista, Corea del Norte. Es por lo tanto justo que el hombre que dice contar con la ayuda espiritual de Chávez haya tenido que encargarse del desastre que produjo el extinto comandante.

Maduro, un hombre cuyas nociones religiosas, es de suponer de raíz hindú, se asemejan mucho a las reivindicadas por el brujo peronista José López Rega, exageró un tanto con el relato del pajarito que le enviaba mensajes desde el más allá, pero no es el único mandatario de la región que se comunica con los muertos. El propio Chávez daba a entender que en cualquier momento Simón Bolívar podría asistir a una reunión del gabinete; por si aceptara el convite, dejaba una silla vacía para que descansara el fantasma del Libertador. Cristina no celebra reuniones de gabinete, pero dicen que ella también se siente asesorada por el espíritu de su marido fallecido que, a veces, se le aparece flotando en el aire. Según los enterados, la Presidenta suele reprocharle con amargura por haberle legado un sinfín de problemas explosivos, sobre todo los ocasionados por los integrantes más rocambolescos de su entorno personal.

Aunque en la actualidad, los populistas latinoamericanos se afirman representantes de una variante novedosa de la tradición izquierdista, de ahí las alusiones frecuentes al “socialismo”, la “revolución” y otras prioridades supuestamente progresistas, lo que más los caracteriza es la nostalgia por tiempos ya idos. Quieren regresar al pasado para reanudar la obra frustrada de una generación anterior, sea la de las luchas por la independencia protagonizadas en lo que sería Venezuela por Bolívar o sea, en el caso de Cristina y sus soldados, la década de los setenta cuando el tío Héctor Cámpora mantuvo abiertas las puertas de su gobierno a pelotones de montoneros y otros de la misma mentalidad. Algunos, más nostálgicos aún, se aferran a Evita, cuya imagen tutelar suele acompañar a Cristina.

El populismo de Chávez y de Cristina, pues, deriva su poder de persuasión de la idea de que sus países respectivos, los que conforme a la lógica del mundo desarrollado deberían ser ricos pero que en realidad son desesperadamente pobres, podrían salvarse rebobinando la historia, regresando a una época antes de que tomaran el rumbo que los llevaría a su condición actual para entonces comenzar de nuevo. He aquí una razón por la que no les interesa en absoluto el largo plazo que, para su desazón, se ubica en el futuro.

En consecuencia, la gestión de Chávez, al igual que la de Cristina, fue extraordinariamente miope. A ninguno de los dos se le ocurrió pensar en los desafíos que plantearían a su país los años próximos; han estado demasiado ocupados reformando el pasado con miras a adecuarlo a sus necesidades inmediatas. De más está decir que el resultado de la miopía principista de ambos caudillos plebiscitados ha sido calamitoso. Tanto la revolución bolivariana de Chávez como la versión todavía light que ha impulsado Cristina están por precipitarse en un abismo.

Si bien Maduro fue gravemente debilitado por el resultado electoral y es posible que, de efectuarse un recuento, Capriles fuera el auténtico ganador, el que haya conseguido tantos votos nos dice mucho sobre el atractivo del relato retro populista en ciertos países latinoamericanos. En Venezuela, como en la Argentina, los líderes de movimientos que defienden con uñas y dientes el atraso dependen del temor de sus compatriotas más pobres a cambios que, andando el tiempo, les permitirían gozar de los beneficios materiales conseguidos por sus equivalentes en China en que, en un lapso muy breve, centenares de millones de personas han logrado salir de la miseria ancestral para integrarse a la llamada clase media mundial. Desde el punto de vista de Chávez, Cristina y sus admiradores “progresistas”, el gobierno chino ha traicionado el único credo verdadero, el suyo, entregándose al capitalismo liberal, cuando no “neoliberal”, lo que a su juicio es imperdonable. Su actitud se parece a la de Fidel Castro que antepone la defensa del “socialismo” por encima del bienestar de los cubanos de carne y hueso. Si hubiera que sacrificarlos todos en aras de una teoría socioeconómica fantasiosa, no vacilarían en hacerlo.

El populismo es una forma de abrazar el fracaso, de anotarse triunfos “morales” sobre las fuerzas del mal atribuyendo todas las desgracias a improbables conspiraciones urdidas en Washington o en alguna cueva financiera exótica. Para compensar las deficiencias patentes de sus propios “modelos”, Chávez, como su mentor Castro, movilizaba a sus huestes para gritar insultos contra el “imperio” norteamericano. Pudieron hacerlo con éxito porque eran “carismáticos”, líderes que en la imaginación de sus seguidores era de dimensiones míticas, héroes de una epopeya fabulosa, pero felizmente para los habitantes de los países que trataron como laboratorios en que se dedicaron a buscar la piedra filosofal revolucionaria, Chávez y Castro no tendrán sucesores. Maduro no tiene la más mínima posibilidad de tomar el lugar que fue dejado por “el Cristo redentor venezolano”; tampoco podría hacerlo otro integrante, militar o civil, de la tropa del comandante.

Para los comunistas cubanos, el fin del extraño experimento bolivariano será un desastre comparable con la implosión de la Unión Soviética. ¿Y para los kirchneristas? El revés que acaba de sufrir el chavismo les ha asestado un golpe muy duro ya que, combinado con la situación nada promisoria que enfrentan en casa, sirve para hacer pensar que, por mucho que protesten los pajaritos mágicos, en esta parte del mundo el populismo, una corriente tradicional que se vio fortalecida pasajeramente por la irrupción de China en la economía mundial y el aumento resultante de los precios de productos como el petróleo y la soja, tiene los días contados.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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