Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 26-04-2013 14:15

Cacerolas y valijas

Lázaro Báez. Las denuncias de lavado contra el supuesto testaferro de Kirchner potenciaron el cacerolazo.

No es del todo grato ser el blanco principal de las críticas mordaces de millones de personas que se sienten estafadas y que salen a la calle para decirle lo que piensan batiendo cacerolas y gritando consignas hostiles. Felizmente para Cristina, en vísperas del 18-A, la tercera protesta multitudinaria que le ha tocado enfrentar desde septiembre del año pasado, pudo ausentarse del país para asistir a la entronización de su homólogo venezolano Nicolás Maduro, un matón incoherente que, de no ser por lo que presuntamente representa, merecería su desprecio. Desde el exterior, Cristina se esforzó por minimizar la importancia de las manifestaciones gigantescas de repudio que colmaron casi todos los centros urbanos del país; conforme al INDEC presidencial, solo se trataba de la ira de algunos consumidores frustrados que, Julio De Vido le aseguró, fantaseaban con irse de compras a Miami.

Así, pues, como una novelista que decide borrar un capítulo ya escrito que le parece fuera de lugar en el relato que está confeccionando, la Presidenta tuitera optó por pasar por alto un acontecimiento que, para preocupación de sus simpatizantes y regocijo de sus adversarios, debería haberle informado de que buena parte del país ya no está dispuesta a continuar tolerando la prepotencia kirchnerista y que, a menos que el Gobierno lo entienda, la etapa que ya ha comenzado podría resultar tan tumultuosa como otras que vieron el colapso de un “modelo” supuestamente definitivo antes de haberse armado el siguiente. En la Argentina, tales interregnos no suelen ser tranquilos.

Por supuesto, es factible que, en privado, Cristina haya comprendido muy bien que la mayoría está dándole la espalda y que no le será nada fácil llegar a diciembre del 2015 con su proyecto personalísimo aún intacto. También lo es que se suponga capaz de superar las dificultades que están amontonándose en el camino aunque solo fuera porque una oposición dividida y chata no parece estar en condiciones de encargarse de un país tan problemático como la Argentina. Al fin y al cabo, se dirá, consiguió recuperarse del bajón que sufrió cuando el campo se alzó en rebelión y el electorado bonaerense prefirió a Francisco de Narváez que a Néstor Kirchner y su tropa abigarrada de candidatos testimoniales, de modo que le parecería razonable apostar a que una vez más, la mayoría, consciente de que lo que precisa el país es un gobierno fuerte, vuelva a sus cabales.

¿Podría repetirse la historia? Es poco probable, pero aun así la verdad es que Cristina tiene que convencerse de que los cacerolazos son episodios meramente anecdóticos, que solo es cuestión de la voluntad de miembros de una minoría acomodada que a veces necesitan desahogarse maltratando utensilios culinarios y proclamándose indignados por alguno que otro motivo. Caso contrario, sabría que, para mantenerse a flote durante los casi dos años que la separan del fin previsto por la Constitución nacional de su mandato, le sería forzoso modificar radicalmente su forma de gobernar, despidiendo a casi todos sus colaboradores, además de elegir otro rumbo económico, o sea, resignarse al fracaso inapelable del “modelo” que quisiera exportar a Europa.

Constreñida a elegir entre la Argentina ficticia del Indec y el país que efectivamente existe, Cristina se quedará con la primera; no podrá sino entender que ya le es demasiado tarde para cambiar porque se las ha arreglado para confeccionar un embrollo económico fenomenal. Desgraciadamente para ella, parecería que los teóricos del populismo nunca le advirtieron que los practicantes de dicha modalidad han de alternarse periódicamente en el poder con “liberales”, estos sujetos desalmados que no vacilan en llevar a cabo los ajustes antipáticos exigidos por las circunstancias, una empresa que tarde o temprano les costará la simpatía del electorado y de tal forma despejará el camino para el regreso triunfal de los populistas responsables del desastre. He aquí una razón por la cual lo de la “Cristina eterna” es un contrasentido; el populismo es un brebaje que debería tomarse en dosis limitadas.

Si, como se ha propuesto, Cristina intenta huir hacia delante, “radicalizando” atropelladamente el modelo al estatizar más sectores económicos con la esperanza de llenar una y otra vez la caja y “democratizando” la Justicia para que jueces respetuosos de aquella mayoría de octubre de 2011 le obedezcan como es debido, los cacerolazos próximos podrían ser aun mayores, y mucho más vigorosos, por decirlo de algún modo, que los que ya se han celebrado; en cambio, si trata de batirse en retirada, replegándose para defender lo defendible, se difundiría enseguida la sensación de que el ciclo kirchnerista se ha agotado por completo, lo que la privaría del apoyo de los muchos oportunistas que se encolumnaron coyunturalmente detrás de su bandera, y la dejaron con nada más que los militantes de agrupaciones como La Cámpora, el Vatayón Militante y los soldados de la Tupac Amaru de la jujeña Milagro Salas.

Si no fuera por el estado poco prometedor de una economía desangrada, sin inversiones productivas, que parece condenada a experimentar, si tenemos mucha suerte, largos años de estanflación, pero que merced a la ineptitud de quienes la están manejando, también corre el riesgo de precipitarse en una recesión brutal de desenlace incierto, Cristina podría amortiguar el impacto de las revelaciones acerca de las actividades recaudadoras ilícitas de su marido fallecido, y de sus cómplices de la incipiente burguesía nacional como Lázaro Báez, sacrificando media docena de emblemáticos, pero ya le es demasiado tarde para tales maniobras.

¿Se siente desbordada la Presidenta por lo que está sucediendo en su alrededor? Por tratarse de un persona que se ha habituado a refugiarse en un mundo de su propia creación y que es reacia a prestar atención a quienes tratan de ayudarla, no sorprendería que, al darse cuenta de la gravedad de la situación en que se encuentra, decidiera que por no estar el país a su altura, lo mejor sería abandonarlo a su suerte.

Quienes creen conocerla, dicen que Cristina es una obsesiva que, lo mismo que Néstor cuando aún estaba entre nosotros, procura controlar absolutamente todo, que es una señora desconfiada que trata a sus subordinados como sirvientes, espiándolos por temor a que se pongan a conspirar y prohibiéndoles hablar con extraños. Por ser como son los personajes que la rodean, tal actitud puede considerarse realista, pero aun cuando la Presidenta haya entendido que le convendría reemplazarlos por otros un tanto más idóneos, alejándose definitivamente de los amigos menos recomendables de su marido, no ha querido hacerlo porque algunos, acaso muchos, se desquitarían formulando denuncias tremendas que, de regir aquí la misma lógica que en otros países democráticos, la expondrían a una serie interminable de juicios políticos que culminarían con su destitución.

Fue con el propósito de reducir el riesgo que le plantearía dicha eventualidad que Cristina y su cónyuge construyeron aquel “relato” emocionante en que un matrimonio progresista luchaba con heroísmo revolucionario contra corporaciones oligárquicas resueltas a continuar saqueando al pueblo como, según su versión interesada de la historia nacional, vienen haciendo desde los días de la colonia. El blindaje así supuesto, reforzado por el temor generalizado al caos que con toda seguridad acompañaría una nueva crisis institucional, ha resultado ser extraordinariamente eficaz. Hasta hace apenas un año, la mayoría, alentada por cohortes de intelectuales progres, se aferró a la noción de que, a pesar del sinnúmero de errores garrafales que perpetraban sus integrantes, el gobierno de Cristina era mejor que cualquier alternativa concebible, y que, si bien era tan corrupto como virtualmente todos los anteriores, la Presidenta misma estaría por encima de las barbaridades cometidas por quienes aprovechaban su capacidad para cosechar votos para enriquecerse. Puede que algunos sigan convencidos de que sería mejor fingir creer en el “relato” oficial, pero parecería que son cada vez menos.

En las semanas últimas, las denuncias en torno a la rapacidad de los vinculados con el kirchnerismo, con Néstor Kirchner a la cabeza, se han multiplicado a un ritmo infernal. Además de las proporcionadas por el programa televisivo de Jorge Lanata, que confirmaron las sospechas de quienes siempre habían visto en Néstor un padrino inescrupuloso que, con desfachatez burlona, se apropiaba de centenares de millones de dólares o euros sin preocuparse del todo por la eventual reacción de una ciudadanía a su juicio ovejuna que se dejaría esquilmar, han surgido otras procedentes del Departamento de Justicia estadounidense que involucran a la empresa Ralph Lauren, la que pagaba peaje como corresponde para que sus productos atravesaran la aduana, mientras que los directivos de Embraer niegan haber facilitado con coimas la venta de veinte aviones a Austral. Habrá más denuncias de este tipo, claro está, que contribuirán a enojar todavía más a quienes ya se sienten defraudados por una gestión que habían respaldado en el cuarto oscuro y que por lo tanto quieren contar con buenos pretextos para justificar su voluntad reciente de oponérsele.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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