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OPINIóN | 10-05-2013 13:46

El viaje a las estrellas del dólar blue

Lorenzino´ s blues. El temeroso ministro de Cristina "cantó" sin querer la creciente inconsistencia del relato económico K.

La estrategia económica de la presidenta, Cristina Fernández, es muy sencilla. Si algo no le gusta, ordena a sus soldados escracharlo. Es una fanática del poder de la palabra, de la idea de que en última instancia importa más lo que cree la gente que la realidad misma y que, con la ayuda de un aparato propagandístico eficaz, le será dado subordinar todo a su propia voluntad, razón por la que ha invertido tanto dinero público en la construcción de un imperio mediático que se dedica a difundir el gran relato oficial.

Para angustia de los comprometidos con “el proyecto” de la patagónica adoptiva, está en marcha una rebelión contra la tiranía del relato. Como emblema, los revoltosos relativamente acomodados han elegido el dólar blue. Puesto que el dólar (mejor dicho, el peso, pero ya es tradicional tratar la divisa patria como una moneda fantasma que en cualquier momento podría esfumarse), es reacio a obedecer a la señora, personajes como Amado Boudou y el esquivo ministro de Economía, Hernán Lorenzino, lo están bombardeando de insultos, asegurándonos que a nadie le importa que la versión blue se haya escabullido de entre sus manos para emprender vuelo hacia la estratosfera. ¿Realmente creen que ningunearlo serviría para que la gente dejara de sentirse inquieta por la escapada de lo que por razones comprensibles es desde hace muchos años la moneda de referencia nacional? Puede que no, pero saben que Cristina quiere que hablen así.

Sea como fuere, los esfuerzos en tal sentido han sido contraproducentes. También lo será el blanqueo más reciente; los memoriosos saben que el modelo de turno está a punto de morir cuando sus artífices tratan de reconciliarse con los evasores. Mal que les pese a los esforzados militantes K, son cada vez más los convencidos de que el blue, que de paralelo no tiene nada, es más auténtico que el verde oficial y que tarde o temprano el Gobierno tendrá que reconocerlo. Por supuesto que Cristina se resiste a prestar atención a los gritos de alarma. Dice que una devaluación formal asestaría un golpe tremendo al “corazón del modelo” que, según parece, consiste en un dólar baratísimo. Es un planteo que sorprendería a aquellos teóricos K que siempre habían creído que lo que el país necesitaba para transformarse en una dínamo industrial capaz de competir con el resto del mundo era un dólar requetealto y que solo a un neoliberal desalmado se le ocurriría ponderar los méritos del tipo de cambio que regía en las fases finales de la convertibilidad. Como los economistas de cabecera de Cristina, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, son contrarios por principio al machismo monetario.

De todas maneras, por enésima vez la Argentina está deslizándose hacia un precipicio porque un gobierno voluntarista se niega tozudamente a modificar “el rumbo” o, cuando de populistas se trata, a abandonar un “modelo” basado en la descapitalización que había adoptado años antes y que pareció funcionar bien hasta que comenzaran a agotarse los recursos que requería. Por cierto, ya no cabe duda de que el esquema que Cristina reivindica con pasión ha fracasado y que procurar prolongar su vida por miedo a los costos políticos de un ajuste solo serviría para que el choque que le aguarda resultara ser aun más espectacular de lo previsto, pero parecería que los kirchneristas preferirían afirmarse víctimas de un maligno “golpe de mercado”, como hicieron los radicales luego de la debacle protagonizada por el gobierno de Raúl Alfonsín, a asumir una postura un tanto más pragmática.

De tratarse de otra persona, Cristina culparía a distintos miembros del “equipo” de aficionados pendencieros que la acompaña por el desastre que está en vías de producirse, para entonces reemplazarlos por especialistas más idóneos, pero no quiere ir en contra de la doctrina de la infalibilidad presidencial. En el universo K, Cristina, la reencarnación de Napoleón, de un arquitecto egipcio de los tiempos de los faraones y vaya a saber cuántos prohombres históricos más, está a cargo de absolutamente todo incluyendo, desde luego, la economía nacional. Para más señas, nunca ha vacilado en dar a entender que les convendría a los atribulados mandatarios europeos importar el modelo made in Argentina.

En el país de Cristina y del INDEC, un organismo antes respetado que su marido incorporó al aparato propagandístico kirchnerista, el peso vale aproximadamente 19 centavos norteamericanos; en el de los demás, ya vale menos de 10. Al continuar intensificándose el clima de incertidumbre que ya cubre todo el territorio nacional, la brecha cambiaria podría ampliarse hasta adquirir dimensiones venezolanas a menos que el Gobierno opte por cortar por lo sano, algo que no parece interesado en hacer. No se equivoca Cristina cuando dice que en el pasado las sucesivas devaluaciones realizadas por una larga serie de gobiernos de distinta clase se han visto seguidas por “el hambre, la miseria y la desindustrialización del país”, pero sucede que tales calamidades se debieron a la terquedad de quienes se las arreglaron para crear una situación en que resultaba imposible defender el valor de la moneda.

De haber actuado a tiempo el Gobierno para frenar la inflación que está devorando los ingresos y lo que aún queda del patrimonio de millones de familias, causando hambre, miseria y desindustrialización en muchas zonas del país, a pocos les interesarían las vicisitudes cotidianas del mercado cambiario, pero ya le es demasiado tarde para hacer mucho más que aplicar parches con el propósito de atenuar las consecuencias de sus propios errores. Si bien la mayoría de los economistas asevera que sería factible corregir con medidas gradualistas las muchas distorsiones que se han producido, de tal modo ahorrándonos un ajuste traumático, la posibilidad de que un gobierno como el de Cristina lograra obrar así es virtualmente nula.

Además de estar resueltos a mostrar al mundo que las recetas imaginadas por los pensadores revisionistas de la ya lejana década de los setenta del siglo pasado realmente son muy superiores a las favorecidas por los “ortodoxos” aburridos que a su entender fueron responsables de todas las muchas debacles socioeconómicas nacionales, Cristina y los suyos entienden que el poder político depende de la fe popular en el “relato” que han inventado. Desde su punto de vista, pues, sería suicida dejarse conmover por hechos tan desagradables como la huida despavorida del blue.

Hace un par de semanas, Cristina habrá esperado que sus colaboradores –Guillermo Moreno, Axel Kicillof, Lorenzino, Mercedes Marcó del Pont y Boudou– consiguieran suministrarle algunas medidas impactantes y heterodoxas, para no decir mágicas, que le permitirían restaurar la confianza de la ciudadanía en su gestión económica, pero parecería que no han podido pensar en nada salvo otro blanqueo impositivo, acaso porque no tienen la menor idea de cómo enfrentar el tsunami que se les viene encima. Contrarios por principio al realismo, los kirchneristas se limitan a reiterar las consignas de tiempos idos y rezar para que se duplique el precio de la soja, que Brasil se despierte pronto de su letargo y que la Justicia neoyorquina decida que, por motivos ajenos a los intereses del gobierno argentino, sería mejor no fallar a favor de los fondos “buitre”.

Huelga decir que la impotencia de los miembros del “equipo” económico, atribuible en algunos casos al temor a discrepar con una Presidenta que es proclive a castigar con dureza a quienes no comparten sus opiniones contundentes, ha contribuido mucho a sembrar la sensación de que el Gobierno ya no está en condiciones de controlar nada. Como suele suceder en tales circunstancias, los empresarios están concentrándose en prepararse para sobrevivir lo mejor que puedan a las tormentas que ven acercándose. Se han reducido las inversiones productivas, lo que, como han advertido sindicalistas como el jefe de la CGT kirchnerista, Antonio Caló, plantea una amenaza al empleo. Aunque el miedo a perder el trabajo puede ayudar a un gobierno que no quiere cohonestar aumentos salariales a su juicio excesivos, cuando no “extorsivos”, también afecta anímica y económicamente a los sectores más vulnerables de la población, de ahí la caída abrupta del consumo que se ha registrado últimamente.

Fuera de los reductos K, se da por descontado que el país tendrá que salir del “modelo”, ya de forma ordenada, lo que sería muy difícil, o, como es probable, de manera caótica, de ahí las alusiones de personas como el ex ministro de Economía Roberto Lavagna al “rodrigazo”, aquel intento desesperado de sincerar de golpe todas las variables que tanto contribuyó a socavar al gobierno de Isabel Perón y despejar el camino para la dictadura militar. Por fortuna, no hay posibilidad alguna de que se repita aquella historia miserable, pero sí la hay de que el colapso previsible del “modelo” de Cristina tenga consecuencias dramáticas. Por razones dolorosamente evidentes, ni la Presidenta ni otros integrantes del Gobierno nacional podrán resignarse a una derrota política, ya que en el llano les esperaría un ejército conformado por militantes de “la corporación” judicial que quieren obligarlos a rendir cuentas por lo hecho cuando aún se creían impunes.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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