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OPINIóN | 20-06-2013 14:11

El país de los trenes chocadores

Colapso. La tragedia de Castelar desnudó el discurso oficial sobre la “revolución ferroviaria”.

En el mundo mágico del kirchnerismo, el tiempo puede apurar su marcha o frenarse según la voluntad de la jefa todopoderosa. Es maravillosamente flexible. Todo depende de las circunstancias. Así, pues, aunque Cristina se ufana de habernos regalado una “década ganada”, dando a entender que, gracias a su propia gestión y al aporte de su marido que se sacrificó por la Patria, la Argentina ha disfrutado de una etapa prolongada de prosperidad creciente y justicia social para todos y todas, a menudo habla como si su gestión apenas hubiera comenzado y que por lo tanto sería terriblemente injusto atribuirle cierta responsabilidad por las muchas lacras nacionales que todavía persisten. Para reparar los daños provocados por los militares, radicales y menemistas, insinúa, necesitaría contar con varias décadas más.

No las tendrán. Si bien Cristina aún conserva la lealtad de millones de personas, la mayoría muy pobre, que conforman su clientela electoral, el país está alejándose del kirchnerismo que no tardará en verse depositado, al lado del menemismo, en el basural de la historia. Al difundirse la sensación de que al Gobierno de la señora no le será nada fácil llegar intacto a diciembre de 2015 y que, aun cuando lo logre, no podría mantenerse en el poder un día más, en las profundidades del fangoso maremágnum político están gestándose diversas alternativas, casi todas peronistas. De estas, la considerada más promisoria es la representada por el intendente tigrense Sergio Massa, acaso porque nadie sabe muy bien lo que tendría en mente.

Como sucedió hace algunos años a Carlos Reutemann, otro dueño de sus silencios y afirmaciones enigmáticas, Massa, se lo habrá propuesto o no, se ha visto beneficiado por las ilusiones de millones de hombres y mujeres que, según las encuestas, estarían dispuestos a votarlo; con razón o sin ella, ven en él un político capaz, moderado, dialoguista y, según las pautas imperantes, honesto. Daniel Scioli y Mauricio Macri esperan que Massa resulte ser una estrella fugaz, como tantas otras que en distintos momentos han cruzado el firmamento político nacional para entonces extinguirse sin dejar rastro, pero los dos corren peligro de ser víctimas del tiempo porque en la imaginación colectiva pertenezcan a la “década ganada”, y por lo tanto pasada, que fue protagonizada por el kirchnerismo, una década que muchos querrán consignar al olvido cuanto antes.

Néstor Kirchner y Cristina sembraron muchos vientos; a esta le ha tocado recoger las tempestades. Día tras día soplan con mayor violencia, derribando las defensas precarias proporcionadas por aquel “relato” cada vez más patético que fue inventado por el colectivo nac y pop a fin de legitimar los atropellos de un gobierno que de progresista no tiene nada. No solo se trata de la corrupción impúdica que es típica de quienes “van por todo” y suponen que, por ser “revolucionarios”, les es dado pisotear reglas apropiadas para gente de pretensiones más modestas, sino también de la ineptitud apenas concebible que ha sido una de las características más llamativas de la gestión de una presidenta que es tan insegura de si misma que, además de rodearse de mediocridades incondicionales, ha aplicado el principio de dividir para reinar en todas las reparticiones gubernamentales.

Lo mismo que en aquellas embajadas soviéticas en que el chófer tenía más poder real que los diplomáticos, en ministerios como los de Economía y Seguridad, el jefe formal ha de acatar las órdenes de un presunto subordinado que responde directamente a Cristina. No sorprende, pues, que con frecuencia los funcionarios perpetren errores grotescos; muchos que participan de las incesantes intrigas internas se dedican a tender trampas con el propósito de hacer tropezar a los militantes de bandas rivales. Por lo demás, todos son conscientes de que no les convendría motivar la envidia de otros cortesanos, o las sospechas de la señora Presidenta, cumpliendo demasiado bien sus tareas respectivas.

Las consecuencias concretas del sistema aberrante así supuesto están a la vista. La inflación sigue causando estragos, el déficit energético se agiganta, continúa la sangría de divisas, el desempleo propende a subir, los únicos que se animan a invertir algo son especuladores que, como es su costumbre, están preparándose para sacar provecho de las desgracias ajenas. Aunque los gurúes “ortodoxos” se esfuerzan por ser optimistas, ningún economista ignora que, tal y como están las cosas, a pesar de los ingresos fabulosos suministrados por la soja el país se acerca con rapidez hacia otra de sus periódicas crisis terminales. ¿Qué harían Massa, Scioli, Macri o cualquier otro sucesor hipotético de Cristina para atenuar el impacto de lo que nos aguarda? Por motivos comprensibles, los presuntamente presidenciables no quieren asustar a quienes dependen de la largueza oficial hablándoles de “ajustes” por venir, pero puesto que el “modelo” tiene los días contados, al próximo gobierno no le quedará más opción que la de intentar reducir el gasto público.

Frente al desastre que sufrió un tren de la línea Sarmiento, en Castelar, que hace poco más de una semana mató a tres pasajeros e hirió a más de trescientos, Cristina, recién llegada al poder, confesó sentir “un poquito de bronca e impotencia”. Le hubiera gustado repetir lo dicho por Florencio Randazzo el encargado de Transporte desde que el choque aún más mortífero de una formación de la misma línea en la estación de Once forzó al Gobierno a tomar un poquito más en serio los problemas angustiantes planteados por el estado catastrófico de lo que aún queda de la red ferroviaria. El político bonaerense aseveró que sería injusto exigir “que en un año cambiemos lo que no se hizo en 50”, pero puesto que la gestión presidencial de Cristina comenzó en diciembre 2007 y el de su cónyuge en mayo de 2003, no pudo imitarlo.

Que la Presidenta sienta “bronca e impotencia” por lo que está ocurriendo en el país es comprensible. Aun cuando resultara que todos los muchos accidentes ferroviarios de los años últimos se han debido a “errores humanos”, sería posible minimizarlos modernizando el sistema para que, en el caso poco probable que el motorman caiga dormido, el tren que maneja frenara automáticamente si encuentra un obstáculo en la vía. Pero, claro está, el “modelo” kirchnerista, basado como está en “el capitalismo de los amigos”, no se presta ni a inversiones modernizadoras ni a servicios aceptables, ya que la prioridad absoluta de casi todos “los amigos” es acumular muchísimo dinero en el lapso más breve posible, enriqueciéndose ellos mismos y también a sus apadrinadores.

Es un esquema intrínsecamente corrupto y, de más está decirlo, visceralmente antipopular porque permite a sujetos inescrupulosos medrar a costa del resto de los habitantes del país. ¿Lo entiende Cristina? Parecería que no, que la Presidenta se las ha ingeniado para convencerse de que está impulsando el surgimiento de aquella mítica “burguesía nacional” en que los capitanes de la industria patria de mañana serán prohombres de la talla de Lázaro Báez. Cristina podría decir que no es su culpa que tantos allegados hayan entendido mal lo que procuraba hacer, que la traicionaron privilegiando sus propios intereses, pero ya le es tarde para que trate de desvincularse de las barbaridades que se han cometido en nombre del fantasioso “modelo económico de acumulación de matriz diversificada con inclusión social” que reivindica en sus arengas.

Además de tener que “dar la cara” toda vez que se produce una calamidad imputable a la negligencia de un gobierno cuyos miembros se sienten obligados a consentir todos sus caprichos, Cristina se ve frente a la hostilidad lógica de los medios más influyentes que quisiera asfixiar, privándolos de publicidad y, como si el bombardeo diario de noticias negativas no fuera suficiente, un alzamiento judicial desatado por su voluntad proclamada de “democratizar la Justicia” para que se sume a su “proyecto” particular. De todos los fallos recientes, desde su punto de vista el más alarmante fue aquel del Tribunal Oral en lo Penal Económico Nº 3 según el cual el ex presidente Carlos Menem se vio sentenciado a siete años entre rejas por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador.

Aunque Menem, antes de metamorfosearse en un senador kirchnerista más, fue uno de los blancos principales de las diatribas de Néstor y Cristina por haber sido, en una encarnación anterior, un “neoliberal” responsable de los horrores de la década de los noventa del siglo pasado, el que un personaje que por muchos años disfrutaba de un nivel de popularidad equiparable al alcanzado por los Kirchner, y, como ellos, se suponía impune de por vida, pudiera dar con los huesos en la cárcel no puede sino perturbarla.

¿Será distinto su propio destino si pierde el poder protector? No hay motivos para creerlo. Es de prever, pues, que en adelante Cristina y sus soldados vayan a cualquier extremo a fin de aferrarse a lo conquistado. Por cierto, no permitirán que bodrios burgueses como la Justicia y la Constitución nacional les impidan mantener a raya a los resueltos a obligarlos a rendir cuentas por lo hecho en el transcurso de lo que, para ellos por lo menos, fue una “década ganada”.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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