Thursday 28 de March, 2024

SOCIEDAD | 21-10-2013 16:49

El emotivo homenaje a Vidal Buzzi de su hija Cayetana

La conmovedora despedida de su hija y sucesora en las criticas de restaurantes de NOTICIAS.

¿Cómo escribir sobre la persona más importante de tu vida a una semana de su muerte? Mi padre, Fernando Vidal Buzzi, me hizo quien soy: sin recetas, a fuerza de improvisación pero con contundencia, condimentándome con su pasión por la vida. Hasta bastante grandecita pensé que era de Cáncer, porque mi papá era de Cáncer. Cangrejos: duros por fuera, blandos por dentro. Siempre me reconocí en él y siempre lo sentí mi amigo. Los que nos han conocido íntimamente, dicen que éramos muy parecidos. Cabezaduras, curiosos, morfones, cascarrabias, exagerados, sentimentales. También heredé de él el humor, un poco negro, y reírnos juntos sin dudas va a ser lo que más extrañe.

Papá tenía la obsesión de escribir sus memorias: un libro de anécdotas de su vida mezcladas con recetas. Era demasiado inquieto para semejante tarea, un periodista nato que prefería saltar de un tema al otro, profundizar un rato, y seguir viaje. Llegó, sin embargo, a escribir algunas páginas que comienzan con la frase: “Mi relación con la comida es mi relación con la infancia”.

Las recetas incluidas en ese esbozo de memorias estaban anotadas, con su característica letra diminuta e incomprensible, en un cuaderno que llevó durante años. Él mismo nombraba los platos: tomates de la despedida, risotto solitario, matambre filipino, peras cardenalicias. Allí está la receta de uno de mis platos favoritos de la infancia, las naranjas sevillanas, que yo llamaba “naranjas con pelos”: naranjas glaseadas con la cáscara cortada en tiras, que se enrulaban.

La educación gastronómica de sus hijos era una misión para papá. En casa había que comer de todo, probar de todo, sin chistar, lo cual fue un conflicto para algunos de mis hermanos, pero nunca fue un problema para mí. De chica me mandaba al colegio con una vianda que consistía en, por ejemplo, un hinojo entero, un huevo duro y unas aceitunas negras. Por suerte en casa se resarcía con platos más elaborados, quiche lorraines y boeuf bourguignon, todo muy francés, porque era la cocina de la época, aunque también cocinaba milanesas.

Papá era un gran entusiasta, un apasionado del conocimiento y de la buena vida, pero sin ningún aire de grandeza. Estaba lejos de ser un snob: comía en “Los Cocos”, en la esquina de su casa, con el mismo placer que en “Tomo I”, que fue siempre su restaurante favorito (le dedicó la última guía de restaurantes a su cargo a Ada Concaro, a quien quería y admiraba profundamente). Vidal Buzzi decía muchas malas palabras, comía con la servilleta adentro del cuello de la camisa para no mancharse las corbatas y, en los 80, se mondaba.

Era una provocación: la cocina argentina se estaba desacartonando, el Gato Dumas a la cabeza. La cocina francesa, único referente de la alta gastronomía hasta los años 70, perdía los modales. Empezaron a surgir cocineros como Martín Carrera, Ramiro Rodríguez Pardo, el propio Gato y Ada; que le dieron un giro radical a nuestra historia gastronómica. Eran los años 80 y papá estaba en la cresta de la ola. Escribió de gastronomía y vinos en diarios y revistas: Mercado, El Cronista Comercial, Salimos, La Nación, Hombre, Playboy, Cuisine & Vins y en NOTICIAS, donde hizo las críticas de restaurantes desde el primer número.

Cada párrafo de esta nota podría extenderse el triple. Abundancia es una palabra que también define a Vidal Buzzi. Tuvo cuatro mujeres: mi madre fue la segunda y Maite Auzmendi, a quien conoció a los 72 años, fue la última. Hay también otro aspecto poco conocido de su vida: fue el gerente de editorial Sudamericana en los 60, cuando surgía la nueva guardia de la literatura latinoamericana. Sobre esa época, me cuenta su amigo, el escritor Luis Harss: “Hubo resistencia por parte de la 'vieja guardia' de Sudamericana a lanzarse con un autor desconocido. Tu papá se jugó el sueldo si la cosa salía mal”. El autor desconocido era García Márquez y a lo que se jugó papá fue a la publicación de “Cien años de soledad”. Conoció también a Julio Cortázar, Ernesto Sabato, José Bianco, Alberto Pezzoni y Tomás Eloy Martínez, a quien ayudó a conectarse en el exilio venezolano.

El mayor orgullo de papá era su biblioteca. Cuidaba sus libros (y sus vinos) como un perro rabioso. Adoraba las teorías conspirativas sobre quién se los había robado. La verdad es que todos, al menos una vez, hemos “robado” libros de su biblioteca. Era demasiada la tentación… Tener que desarmarla ahora nos resulta una tarea mesiánica que quiero dejar registrada en un documental; será mi versión de sus memorias.

Papá amaba la ópera y el cine. Fellini era su favorito y se reía igual que Jack Nicholson. Les ha pedido a todos los bartenders de Buenos Aires que le hagan Martinis “stirred, not shaken” (revuelto, no batido), como los de James Bond. Sus películas favoritas sobre cocina eran “La Grande Bouffe”, donde un grupo de hombres planea un suicidio colectivo, comiendo hasta morir; y “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”, una oda al canibalismo. Vidal Buzzi estaba lejos de ser una persona simple, pero era inofensivo y podía reírse absolutamente de todo.

Si escribo alguna vez mi autobiografía, la primera línea va a ser: “Mi relación con la cocina, la literatura y el cine… es mi relación con mi padre”. Su impulso de vida, su amor por los grandes placeres de la vida, estarán por siempre en mis genes. Es un honor para mí el poder continuar su legado. Adiós, mi cocinero. Nos vemos en algún banquete celestial, con un champancito en la mano. Chin chin.

por Cayetana Vidal Buzzi

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios