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CULTURA | 05-12-2013 11:00

#TopTen: Las películas esenciales de la democracia

El crecimiento del cine argentino fue más potente desde 1995, con la Ley de Fomento Cinematográfico.

En toda lista de “diez mejores” siempre faltará algo. En el caso del cine argentino, la mayoría de esas “mejores películas” vinieron después de 1995, cuando se sancionó la Ley de Fomento Cinematográfico y el sistema de subsidios y créditos permitió que creciera la industria. Un hecho que se combinó con el paso a la acción de los primeros egresados de las escuelas de cine. A la hora de elegir, apelé a tres criterios: el gusto individual; el peso del film dentro y fuera del cine; y la búsqueda de lo universal desde lo local. No se busca eludir la discusión sino, por el contrario, abrirla.

1. Las veredas de Saturno, de Hugo Santiago (1985).

Habían pasado más de 20 años desde la extraordinaria Invasión, Santiago vivía (vive) y filmaba en París y rueda esta historia que alude a la dictadura argentina, pero va por otros caminos: el de la aventura, el de lo fantástico, el de la reflexión estética. Rodolfo Mederos interpreta a un músico que vuelve a la vencida Aquilea desde su exilio europeo. Santiago narró la Argentina de entonces con la distancia justa, en busca del sentido humano y universal de una tragedia, con el bisturí preciso de la ficción.

2. El exilio de Gardel, de Fernando Solanas (1985).

La otra cara de la misma moneda: Solanas vivía y filmaba, como Santiago, en París. Pero si Santiago planteaba la permanencia subterránea del mal, Solanas apostaba a una esperanza. Que, curiosamente, pasaba por saldar deudas con el pasado y apostar por el futuro, el desparpajo, la alegría de la comedia desde el grotesco hasta el musical (¿quién podía no sentir que la Primavera Alfonsinista no tenía el rostro pura luz de Gabriela Toscano?).

3. Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain (1992)

Aristarain, uno de los pocos cineastas argentinos de su generación que comprendía perfectamente que Hollywood era mucho más que una avanzada ideológica, utilizó las herramientas del western clásico para narrar el espacio argentino y sus posibilidades épicas. “Un lugar...” es, antes que un film “sobre los argentinos”, una carta de amor por el cine como ese lenguaje que vuelve universal lo local, por el solo hecho de registrarlo llanamente.

4. Gatica, el Mono, de Leonardo Favio (1993)

Favio realizó la gran película sobre el sentido del peronismo, a pura metáfora y espectáculo. Todo es desaforado, gigantesco, de una ambición notable y total. Maestro del travelling lateral, de contarnos los personajes a través de la pura acción, Favio hizo una película al mismo tiempo salvaje y precisa. Transforma en un enorme circo la Argentina subterránea, oculta, a puro golpe de puño.

5. Mundo grúa, de Pablo Trapero (1999)

Había un cine nuevo: Trapero, en blanco y negro, cuenta la fábula de un hombre que pierde su trabajo. Pero no solo eso: narra las consecuencias reales del salvajismo menemista, con imágenes al mismo tiempo cotidianas y fantásticas. Como un film de ciencia ficción donde una presencia invisible lo ha ocupado y corroído todo, “Mundo grúa” excede con creces sus máquinas deformes, sus desiertos patagónicos, su conurbano empobrecido.

6. La libertad, de Lisandro Alonso (2001)

Un misterio, o el cine como misterio: un hachero en el monte, solo, con su perro. Lo vemos trabajar, vivir, viajar brevemente a un pueblo, cazar una mulita, comer, soñar. Nada más, pero nada menos: Alonso transforma esos gestos triviales en una respuesta al sentido del término “libertad” que declara el título. Todo permanece en suspenso y juega a parecer un documental sin serlo. La mejor democracia del cine: interesarse por él y lo otro.

7. El aura, de Fabián Bielinsky (2005)

El cine argentino perdió, con Bielinsky, a un maestro. Después de “Nueve reinas”, un policial extraordinario sobre la ciudad como lugar moral, “El aura” representó la traducción al suspenso casi onírico de lo que se oculta detrás de la máscara de la mediocridad. No solo es el gran papel de Ricardo Darín, sino una fantasía notable sobre el deseo y la violencia.

8. La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel (2008)

Quizás la mejor película sobre las consecuencias de la dictadura militar, sin nombrarla jamás. Una mujer puede o no haber matado accidentalmente a un chico. Fuerzas extrañas, voces a medias, una red de poderes que se manifiestan lateralmente conspiran para ocultar el posible crimen. Auténtico film de terror (género que Martel ama), declara con tensión insoportable que, en el fondo, nada ha cambiado demasiado.

9. Historias extraordinarias, de Mariano Llinás (2008)

El film más luminoso, cómico, emotivo, aventurero, generoso que ha dado el cine argentino en estas tres décadas. Muchos cuentos con aires literarios que juegan a Borges, a Kipling, a Tintín, a Hitchcock, a Jane Austen, a Mark Twain. Hay ríos, arquitectos locos, asesinatos, robos espectaculares, explosiones, una genial historia de amor, música, tanques de guerra, leones. Y muchísimo humor: un barajar y dar de nuevo, que parece decir basta de llorar la oscuridad: ya es hora de salir a la luz. La provincia de Buenos Aires nunca lució más bella.

10. El estudiante, de Santiago Mitre (2011)

La única, real, película política argentina. El contexto es la militancia universitaria, lo que permite eludir los nombres de los partidos políticos y las referencias estrictas para que este retrato de un hombre que aprende a conseguir y manejar el poder (que eso es lo que debe ser el auténtico cine político) tenga validez universal. Scarface en la UBA, y un retrato preciso, al mismo tiempo, de una década demasiado declamada.

por Leonardo D’Espósito

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