Thursday 28 de March, 2024

TEATRO | 11-04-2014 08:00

“El principio de Arquímedes”, la calumnia

De Josep Maria Miró. Con Juan Minujin, Martín Slipak y elenco. Dirección: Corina Fiorillo. San Martin, Corrientes 1530.

★★★★ “La calumnia es una brisa muy gentil, que imperceptible, sutil, ligera, suavemente comienza a susurrar. A ras de tierra, en voz tenue, sibilante, va corriendo, va zumbando; en las orejas de la gente se introduce de manera hábil y las cabezas y los cerebros, hace aturdir e hinchar”, dicen las primeras estrofas de la inmortal aria de la ópera “El barbero de Sevilla” de Rossini, que describió como nadie el efecto devastador de un rumor malicioso.

Desde el comienzo del chisme entre dos personas hasta cuando al multiplicarse entre otras, es amplificado con crueldad. En este feroz siglo XXI, la cibernética, a través de las redes sociales, magnifica cualquier mínimo guiño o palabra a niveles insospechados. La intimidad quedó abolida en nombre de la libertad de informar y no hay límites para observar cualquier aspecto como bajo la lupa de un entomólogo.

Aunque la obra del dramaturgo español Josep María Miro, que produce el Complejo Teatral de la ciudad de Buenos Aires, hace foco en un supuesto caso de pederastia, en esencia habla de esto: la forma de mirar un gesto, quizás inocente, y deformarlo. Más cuando está ligado a la sexualidad.

El tema no es nuevo. Ya lo retrató la estadounidense Lillian Hellman en su magnífica pieza “The children hour” (1934) y, recientemente, otro compatriota suyo, John Patrick Shanley, con la espléndida “Doubt” (2004) que luego llegó al cine con las actuaciones de Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman.

En sendos títulos los autores hincaron el diente en las complejas personalidades y las angustiadas reacciones de las criaturas que desatan y sufren el drama dentro de una rica trama argumental. Por contraste, Miró se queda en un chisporroteo dialéctico. Muy ingenioso, aunque epidérmico.

La directora de un natatorio (Beatriz Spelzini) debe enfrentar la seria acusación del padre de un infante (Nelson Rueda) ante el extraño accionar de un joven instructor (Juan Minujin), quien besó a un asustado niño, delante del resto, para alentarlo a nadar. El cuarteto que lleva la acción se completa con otro profesor (Martin Slipak), incrédulo confidente de las sospechas de la encargada.

Curiosamente, la versión porteña exporta la escenografía del montaje ibérico, donde Fiorillo conduce de forma correcta a los intérpretes. Precisamente, son esos desempeños los que logran soslayar el esquematismo del texto, y sostienen el verdadero interés y atractivo de la propuesta.

Spelzini exhibe su proverbial oficio y emotividad, Minujin se compromete con su atribulada y ambigua criatura mientras Slipak acierta al crear a alguien que prefiere mantenerse al margen. A su turno, a Rueda, el padre iracundo, le basta una sola escena, apoyado en su portentosa voz y autoridad expresiva, para demostrar que no hay roles pequeños para buenos actores.

por Jorge Luis Montiel

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