Thursday 28 de March, 2024

SITIOS EXTERNOS | 09-06-2014 16:35

Desencanto brazuca: "¡Que Brasil no gane!"

Desde el país vecino, una periodista argentina cuenta, en directo, los sentimientos encontrados ante la perspectiva de quedarse con la copa.

"¡Dios me libre de que Brasil gane!”, me dijo, caipiriña en mano, mi amiga Marcia. “Con dolor en el alma, yo hincho en contra de Brasil”, confesó Luciano, el profesor de gimnasia. “Cruzo los dedos por ustedes, los argentinos. Porque si Brasil gana, hay que irse del país”, dictaminó tajante una vecina en un dialogo inaudito en el ascensor. ¿Que les pasa a los brasileños?

El corazón partido a la hora de elegir camiseta es propio de inmigrantes y sus hijos. En las maternidades brasileñas se bromea que las parejas extranjeras son las únicas en las que los dos sufren por igual. Las madres por las contracciones y el padre porque algún gracioso siempre le regala al recién nacido una camiseta de Brasil. Pero parece que este gobierno consiguió lo que nadie: que muchos brasileños enfrenten a su propia alma y digan: ¡Ojala que Brasil no gane!.

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No son todos, ni siquiera la mayoría, pero son muchos. De los lectores del periodista Ricardo Setti, bloguero de la revista Veja que entre marzo y abril de este año impulsó una encuesta sobre el apoyo a la selección brasileña, la mayoría dijo que iría a vestir la camiseta del contrario. De los 11.000 votos, apenas un 22% declaraban que iban a hinchar por Brasil. El 32% no apoyaría su país, el 13,5 % no estaría ni a favor ni en contra y el 34% dijo directamente que iba a hinchar en contra. Curiosamente, en una encuesta posterior sobre a quién le darían su apoyo, Argentina, terminó en el segundo lugar en las preferencias –con 937 votos–, después de Alemania.

En las redes. Los brasileños que dos semanas antes de la primera patada a la Brazuca dicen que van a hinchar en contra de Brasil comparten terapéuticamente su dolor en Facebook (donde está la página Torcer contra o Brasil na copa), conversando en los blogs, y lanzando sus consignas revolucionarias en ciento cuarenta caracteres. El sentimiento hasta tiene un himno, creado por uno de los jóvenes talentos de la música popular, Edu Krieger. Lo titulo “Desculpe Neymar” y con voz pausada explica por qué no va a apoyar a la selección nacional.

El clima que se vive es mucho más que apenas de falta de entusiasmo. ¿Por qué las calles todavía no están pintadas? ¿Por qué faltan las banderas? El tema aparece en las radios, en las conversaciones, en los blogs personales. “Hinchar en contra de nuestra selección es la mayor prueba de civismo que un brasileño puede mostrar en un país donde el amor a la nación solo ocurre cada cuatro años”, se lee en uno de ellos.

Los personajes públicos que temen que la euforia de la conquista opaque los graves problemas que enfrenta el país y abone el terreno a la reelección de políticos inescrupulosos son diversos. Desde el Pastor Renato Vargens, que publicó en su blog “Seis motivos por los que voy a hinchar para que Brasil pierda el Mundial”, hasta Fernando Gabeira, –un periodista brillante que abandonó asqueado la militancia política– que escribió esperanzado: “No importa cuántos goles nos haga el atacante, la gloria del futbol no oscurece más nuestras miserias políticas y sociales”.

Este movimiento sin líder a favor del país, y en contra de Brasil en la cancha, abarca sobre todo a los que creen que alzar la Copa sería un regalo inmerecido para el partido gobernante. Los empresarios coinciden: si el mundo estuviera regido apenas por la lógica, quien no vota por Dilma debería hinchar en contra de la selección porque la derrota aumenta las chances de un nuevo presidente. “Si Brasil pierde, puede haber un impacto positivo en las acciones”, vaticinan. Pero ellos mismos saben que para contrariar el propio corazón debe buscarse un objetivo mayor que la derrota del Partido de los Trabajadores.

Todo por dinero. Ante el Mundial de Fútbol más caro de la historia, los brasileños sienten que solo se acuerdan de ellos a la hora de pagar la fiesta. Y tienen expectativas de aprovechar la indignación de un fracaso en el estadio para cambiar el paisaje habitual de corrupción, violencia, impunidad, promesas no cumplidas y servicios públicos de pésima calidad o insuficientes. Como escribió el escritor angolano Valter Hugo Mae sobre San Pablo: “Todas las personas renacen al bajar de un transporte público. La oportunidad de volver a ser feliz está en la base de cada instante”. Sospecho que esta foto de rebeldía futbolística sea como aquellas imágenes que se transmiten por los celulares y que duran apenas unos segundos. En esta recta final, el cuadro se va a ir repintando, y por varios motivos.

Para los “contras” no es fácil mantenerse en esta posición. Muchos irán abandonándola a medida que transcurran los días por la dificultad de resistirse a la unanimidad, por la imposibilidad de enfrentar con ideas racionales el corazón palpitante, o por influencia de los millones que se gastan en publicidad para alentar el amor al equipo local. En la última semana, el gobierno comenzó a llenar los espacios con distintos spots en los que muestra al pueblo alegre por albergar la “Copa das copas”. Muchos tonos de piel, igualados por los colores patrióticos y la sonrisa amplia. Eugenio Bucci, un prestigioso periodista y profesor universitario, ironiza: “Convengamos que es extraño. Antes el gobierno quería hacer el mundial en Brasil porque eso traería felicidad general a la nación. Ahora necesita gastar dinero público para estimular a la Nación a ser feliz. A veces, dependiendo del clima político, hasta la alegría es autoritaria”.

Los medios también optaron por una manera peculiar de “hacer patria” mostrando más entusiasmo. Como advierte sabiamente Luciano Martins en el Observatorio da Imprensa, “ciertamente, uno de los efectos del gran evento está en la producción de cierta amnesia que borra de la memoria tantos escándalos... Pero es tempo de fútbol y, como se sabe, cuando la pelota empieza a rodar, el periodismo se pasa a la tribuna, y la mitológica objetividad se va a las duchas”.

Siempre son unos pocos los que con periodicidad marcada por la FIFA intentan sin éxito arruinar la fiesta recordando que los mundiales son instrumentos de manipulación ideológica. Pero esta vez los que rechazan la política del pan y circo parecen ser más. Probablemente, esto sea así apenas por un tiempo y serán pocos los que mantengan sus ideas firmes hasta el último partido. O, como me dijo un brasileño que, como la mayoría, ya tiene lavado y planchado su calzoncillo de la suerte: “Al final, el Mundial va a terminar, el PT se va a ir, pero el título se va a quedar”.

La autora es periodista argentina, residente en Brasil.

por Roxana Tabakman

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