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EMPRESAS | 30-10-2014 20:11

Un clásico otra vez en alza

La familia Bunge-Shaw renueva su oferta de identidad: balneario y ciudad jardín.

Lo que hoy es Pinamar, hace ochenta años era el patio de atrás de la pampa productiva: puro médano que no servía para cultivar ni para criar vacas. Pertenecía a la familia Guerrero, dueña de las tierras desde el sur de Chascomús hasta pasando lo que hoy se llama Cariló. Entre las dunas y el mar solo se levantaba el viejo Hotel Ostende. Hasta que el arquitecto Jorge Bunge le echó el ojo a la zona, inspirado en los emprendimientos urbanísticos de los balnearios que había visto en Europa. Imaginaba una ciudad jardín, con tanta convicción que convenció a Valeria Guerrero de aportar 2000 hectáreas. Enseguida, empezaron a plantar pinos. Bunge buscó socios capitalistas y trazó el plan director original. En 1939 fundaron Pinamar S.A. y en el '43, la compañía empezó a vender terrenos en el flamante balneario.

De aquellas primeras 2.000 hectáreas, poco más de la mitad está construido: unas 500 fueron vendidas, y el resto se convirtió en calles, espacios verdes y comunitarios. La empresa sigue en manos de los descendientes de Jorge Bunge. El presidente de la compañía es su nieto, Jorge Shaw. El CEO, su bisnieto, Enrique. Y la comunicación está en manos de otra nieta, Elsa Shaw de Canale.

La estrategia. El corazón del negocio sigue siendo el loteo, la construcción y venta de distintos barrios "para distintos públicos”, según detalla Enrique Shaw. Antes de construir, se foresta, se abren las calles y se instalan los servicios básicos de manera subterránea (para mantener la ciudad jardín libre de la contaminación visual de cables y caños). Sus desarrollos premium son el barrio privado La Herradura y el todavía más exclusivo Isla del Golf. En el formato de complejo de departamentos con amenities, crearon Villa de Mar, bien al norte sobre la playa. También el centro comercial Náyades, hacia el oeste. Y están trabajando en un proyecto de barrio multifamiliar para residencia permanente. Además, la compañía administra los dos campos de golf y el histórico hotel Playas, completamente remozado.

“Como empresa fundadora y desarrolladora, tenemos una relación de convivencia forzada con el municipio, en un rol no político y no partidario, de largo plazo”, explica Shaw. “Trabajamos juntos en proyectos de todo tipo. Hacemos barrios privados, pero también vivienda social, asociados con cooperativas, y hasta primera vivienda para el plan Pro.Cre.Ar -explica con entusiasmo-. Proyectamos los espacios verdes, los centros comerciales y educativos, por ejemplo la nueva sede de la UADE, que le dan mucha vitalidad a la ciudad. También estamos muy ligados a la comunidad por la forestación y el cuidado del espacio público. Este año, regalamos millares de pinos a todos los que presentaron un proyecto para plantarlos. Y también convocamos a diseñadores y artistas para pensar y mejorar la ciudad: la iniciativa de poner esculturas monumentales fue nuestra, pero participó todo el mundo”.

El auge turístico. Pinamar creció fuerte en los últimos diez años. Un estudio del economista Orlando Ferreres estima hoy una población permanente de 35.000 a 40.000 personas, que supera a las de General Madariaga y Villa Gesell. Después de una previsible caída del turismo  antes y después de la crisis del 2001, las visitas empezaron a repuntar: “El 2003 fue bueno, del 2004 al 2006 las construcciones brotaban como hongos y el 2010 y 2011 fueron años fantásticos”, recuerda Shaw. “Los últimos dos años también fueron buenos, tuvimos que pesificarnos. En términos de turismo, Pinamar rompe récords todos los veranos. En enero y febrero de este año entraron 1.200.000 personas, un 20% más que en el 2013. Y según los corralones, ahora se está construyendo como el año pasado”.

Eso sí, el perfil de propietarios cambió: “Antes, nuestros clientes eran un 75% gente de campo. Después, mucho industrial pyme, inversores y profesionales. Ahora, se sofisticó la demanda, que se orienta a complejos turísticos: ya nadie quiere estar acá menos cómodo que en el suburbio”. Los los hoteles no cierran más que un mes y medio en otoño para hacer mantenimiento y funcionan no menos de 25 restaurantes abiertos todo el año”, detalla Shaw. “En julio hubo 104.000 personas; y en cualquier fin de semana, 15 de las 90 unidades de Villa de Mar están ocupadas. Se ve cómo la estacionalidad está bajando, entre la llegada del gas de red que simplifica la calefacción, la autopista que acorta el viaje y el boom de los eventos, como festivales o congresos. Queremos construir un centro de exposiciones para apuntalarlo”.

por Marcela Basch

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