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MUNDO | 14-02-2015 09:35

El infierno tan temido

Arabia Saudita y Jordania, dos tronos en una región crítica del planeta, de cara a la amenaza del Estado Islámico.

Cuando Salman bin Abdulaziz al Saud se sentó en el trono que creó su padre y heredó de su hermano, carecía de certezas sobre el rumbo de su reinado. Lo que expresó al tomar el mando fue un deseo: la continuidad lineal de la política que rige desde la fundación de Arabia Saudita: el pragmatismo en la política exterior y el más riguroso fundamentalismo en la política interior.

A eso se refirió el nuevo rey cuando proclamó, al coronarse, que la constitución del país seguirá siendo el Corán. La religión, en la vertiente oscurantista impulsada en el siglo XVIII por su ancestro Muhamad ibn Abd al Wahhab, es lo que Salman intentará mantener como un dictat en la vida interna del reino.

Así lo hicieron su padre y todos los hermanos que lo antecedieron. Ellos también mantuvieron el pragmatismo exterior con que nació ese Estado familiar, debido a que necesitaba de la tecnología y el capital norteamericano para extraer y exportar el petróleo sobre el que flota el inmenso desierto peninsular.

La pregunta es si el nuevo rey logrará que Arabia Saudita siga siendo ese extraño dios Jano, con Mahoma rigiendo la vida de los súbditos, mientras los intereses económicos y geoestratégicos rigen la proyección exterior. No está claro que pueda seguir siendo un Estado con dos rostros contrapuestos, como la deidad de la mitología romana.

Esa contradicción ha parido ya dos monstruos: primero Al Qaeda, después el Estado Islámico (ISIS).

En rigor, el segundo es un desprendimiento del primero. Lo creó el jordano Abu Mussab al Zarqawi para combatir a los marines, kurdos, chiítas y árabes cristianos en Irak. Pero Abú Bakr al Bagdadí lo transformó en ISIS (Estado Islámico Irak-Levante) para obtener la financiación saudita y qatarí a los grupos salafistas que luchan contra el régimen chiíta sirio y el Hizbolá en el Líbano.

El “califato” proclamado por ISIS en Irak y Siria es un lunático Tercer Reich ultrarreligioso, que ha hecho de la crueldad su señal de identidad, y ejecuta un proceso de aniquilamiento étnico que pronto alcanzará el rango de genocidio.

Las últimas medidas del fallecido Abdulá Bin Abdulaziz al Saud fueron cortar la asistencia a ISIS y apoyar la ofensiva contra el “califato” que está siendo en el Oriente Medio lo que el Khemer Rouge fue en Camboya en la década del setenta: una utopía genocida y demencial.

El nuevo rey mantendrá al país en la ofensiva contra ISIS, pero tal vez eso no alcance. La sombra de sospecha que cae sobre Arabia Saudita por los monstruos que ayudó a engendrar, tal vez le impongan a Salman bin Abdulaziz al Saud la obligación de moderar la doctrina teológica que rige su política interna, mediante una reforma religiosa profunda.

La furia de Jordania contra ISIS roza a Qatar y al reino de la familia Saud. La imagen del piloto jordano ardiendo como una antorcha en una jaula, sacó a la monarquía hachemita de su habitual moderación. Abdulá II ordenó la ejecución de dos jihadistas que había capturado e intentado canjear por el piloto del F-16 caído en el norte de Siria. Fue un inaceptable ojo por ojo diente por diente lo que hizo el rey jordano, producto de la ira que le causó la ejecución al modo medieval con que la inquisición quemaba “brujas” y “herejes” en sus hogueras. El mundo occidental no reaccionó ante la desmesurada venganza jordana, porque observaba estupefacto a los yihadistas que matan homosexuales arrojándolos desde edificios, mientras crucifican y entierran vivos a niños y adolescentes en Irak.

Hasta ahora, los únicos que han enfrentado con dignidad y valentía al ISIS son los kurdos. Con la ayuda de los bombardeos de la coalición que formó Barack Obama, los “peshmergas” (milicianos) del Kurdistán iraquí los derrotaron en el monte Sinjar, salvando a miles de yazidíes que estaban a punto de ser exterminados. Luego colaboraron con la heroica resistencia de Kobane, la ciudad kurda que se convirtió en la Stalingrado del norte sirio cuando su pueblo luchó durante meses hasta derrotar al poderoso ejército ultraislamista. Solo contaron con el apoyo aéreo de la coalición, porque el ejército turco no atravesó la frontera para ayudarlos. Tampoco movió un dedo por Kobane el régimen sirio, mientras que Jordania no había enviado su ejército, sino que solo aportó aviones como el F-16 del piloto que los jihadistas quemaron vivo.

ISIS llegó demasiado lejos con su delirante criminalidad y su ostentación de la crueldad. Ese Reich que lleva meses existiendo en un territorio equivalente a Bélgica, avergüenza a todos los Estados árabes, empezando por esa feudal propiedad familiar que es Arabia Saudita.

La dinastía que reina en Jordania desciende de Hashim ibn Abd al-Manaf, bisabuelo de Mahoma que fundó el clan Banu Hashim. Aún teniendo entre sus ancestros al mismísimo profeta, primero el rey Husein y ahora su hijo, conducen un Estado entre religioso y secular, notablemente más abierto que los reinos petroleros del Golfo. Y Abdulá II ha proclamado su voluntad de seguir modernizando la vida de Jordania, sin abandonar la esencia del Islam.

Lo mismo deberá plantearse el nuevo monarca saudita. Sus ancestros no descienden de Mahoma como los hachemitas, sino de Al Wahhab, impulsor de la corriente más cerrada e intolerante.

Primero en Afganistán y ahora en el propio corazón árabe de Oriente Medio, milicias esperpénticas muestran la criminalidad a la que conducen las aplicaciones literales de los textos sagrados. Aun contra sus deseos y convicciones, Salman bin Abdulaziz al Saud deberá impulsar en Arabia Saudita lo que la Dirección de Asuntos Religiosos (Dyanet) impulsa en Turquía: el Proyecto Hadiz.

Creada por Atatürk en 1923, la Dyanet ha puesto a sus ulemas a estudiar la actualización de miles de hádices –compilaciones de actos y dichos de Mahoma– para eliminar todo lo que justifica prácticas retrógradas, como los “crímenes de honor”, la ablación en niñas y el cercenamiento de libertades básicas a las mujeres. Arabia Saudita siempre tuvo alianzas contrarias a la vertiente teológica que la guía: con Washington por el petróleo y con los regímenes seculares árabes por las guerras contra Israel. Pero en el último medio siglo engendró y financió grupos de la más brutal intolerancia para combatir a los regímenes laicos y a la ofensiva del chiismo iraní.

Nada le salió bien. Los chiítas tomaron el poder en Yemen y se aprestan a extirpar a Al Qaeda del sur de la península, mientras la guerra contra ISIS en Irak y Siria está modificando los mapas trazados en Europa tras la caída del Imperio otomano. A su vez, Estados Unidos negocia con el moderado presidente Rohaní una nueva relación con Teherán.

Demasiados cambios para que nada cambie en el reino de la familia Saud.

por Claudio Fantini

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