Friday 29 de March, 2024

CIENCIA | 19-02-2015 21:17

En defensa de los algoritmos

El matemático afirma que la baja calidad de la enseñanza aleja a la gente del conocimiento.

El matemático ruso Edward Frenkel, de 46 años, cree que el dominio de la matemática por parte de un pequeño grupo de personas puede ser peligroso para la sociedad. Por ello busca llegar a la mayoría, que, en general, no se siente atraída por los números. En el libro Amor y Matemáticas, recién lanzado en Brasil, también relata su difícil trayectoria. Nacido en la Unión Soviética y discriminado por ser judío, Frenkel saltaba el muro de la Universidad de Moscú para asistir a las clases. A los 17 años, resolvió un problema matemático complejo que desafiaba a grandes estudiosos (emoción que se compara a la del “primer beso”). A los 21, lo invitaron a estudiar en Harvard, donde terminó el doctorado en dos años. Actualmente, dicta clases en la Universidad de California en Berkeley, donde brindó la presente entrevista.

Periodista: ¿Por qué tantas personas odian las matemáticas?

Edward Frenkel: Existen varios factores. El principal motivo por el que a la mayoría de las personas no les gustan las matemáticas es porque no saben de qué se trata. Pero piensan que saben, lo que es aún peor, porque aprendieron en la escuela una parte ínfima del tema, de una forma muy mala, y quedó un sabor amargo en la memoria. Uno de los objetivos que me propongo es el de disminuir el daño provocado por el sistema de enseñanza. Sería mucho más fácil si mis lectores nunca hubieran escuchado hablar del tema y yo pudiera explicarlo desde cero.

Periodista: ¿Y qué haría?

Frenkel: Hablaría de cosas totalmente diferentes de las que suelen explicarse en la escuela hoy en día. En la enseñanza, existen paradojas que considero inaceptables. Por ejemplo, el mundo está gobernado por algoritmos. Ellos están en la base de algunas de las más grandes innovaciones humanas. Sin embargo, las personas pueden pasar gran parte de su vida jugando videojuegos, haciendo compras on-line y hablando con amigos en Facebook sin tener idea de cuánta matemática hay en todo eso. Entonces, por qué no aprovechar esas nuevas situaciones de lo cotidiano para llamar la atención hacia las matemáticas y explicar cómo funciona, en lugar de recurrir a temas inútiles que nadie entiende. Garantizo que habría mucho más interés.

Periodista: Quizás las personas tienen que enfrentar razonamientos exageradamente abstractos, de difícil comprensión…

Frenkel: Pero el mundo está cada vez más abstracto, en todos los aspectos. El ejemplo más evidente es el dinero. Antiguamente, con el trueque, era fácil entender que un pescado podía ser cambiado por un pedazo de carne. Luego, se inventó el patrón oro, que era algo bastante concreto. Con la creación del dinero, un pedazo de papel adquirió valor. Ahora, usamos tarjetas de crédito, o el bitcoin, que está en algún lugar en la nube. Todas estas abstracciones surgen de la manipulación de códigos numéricos. Por ello, debemos enseñar a los niños a navegar en esta nueva realidad. No es algo simple. El hecho de que los niños entren en contacto desde muy temprana edad con las computadoras, tablets y smartphones, y vean esos instrumentos como algo natural, facilita bastante. Si no difundiéramos el conocimiento sobre los mecanismos tecnológicos, correremos el riesgo de que quede cada vez más concentrado en manos de unos pocos.

Periodista: ¿Por qué eso le preocupa tanto?

Frenkel: Porque ese conocimiento permite que números y códigos asuman, cada vez más, el lugar del hombre. Gracias a los algoritmos sofisticados, por ejemplo, empresas como Amazon y Google monitorean la red y recomiendan productos, potenciando los negocios de forma inimaginable hasta hace poco tiempo. Los compradores creen que están decidiendo por sí mismos, cuando en realidad están influenciados por programas que analizan su historial y cruzan datos para prever su comportamiento. La mayoría de las personas ni siquiera percibe que está siendo influenciada por una máquina. Si tuvieran un mínimo de conocimiento sobre el tema, por lo menos tendrían la oportunidad de reflexionar críticamente antes de elegir.

Periodista: ¿Usted está en contra de las aplicaciones creadas con base en las matemáticas?

Frenkel: No todas, pero es necesario tener cuidado al manipular números que interfieren en el comportamiento humano. Si hay algo que los algoritmos y las máquinas no reemplazan son las emociones y la capacidad de juzgar, o en otras palabras, la intuición. Por eso me preocupan los caminos que cierta gente está tomando, que, aunque entienda bien el tema, no tiene los mismos filtros que la mayoría.

Periodista: ¿A quién se refiere?

Frenkel: Algunas de las mentes más brillantes de la actualidad, especialmente acá, en Silicon Valley, están intentando crear máquinas capaces de suplir nuestras mentes. Hay gente muy poderosa involucrada, como Ray Kurzweil, jefe de ingeniería de Google. El problema es que determinados científicos, como Kurzweil, ven a los humanos como máquinas y creen que se pueden reemplazar. Cuando se piensa de esa forma y se tiene mucho poder, se corre un terrible riesgo de crear robots y máquinas sin control.

Periodista: ¿No está siendo demasiado pesimista?

Frenkel: Lamentablemente, no. Aquel que piense que una batalla entre robots y seres humanos es algo de ciencia ficción está equivocado. No es necesario irse lejos para encontrar las señales. Las personas comenzaron a delegar funciones cruciales del día a día a las computadoras. Existen diversas historias de aviones no tripulados desarrollados para el disparo de misiles. Hace apenas algunos años, en 2008, el uso indiscriminado de modelos matemáticos inadecuados para controlar aplicaciones financieras estuvo en el origen de la crisis más grande que el mundo haya visto, gracias al desequilibrio en el acceso a las informaciones recolectadas por modelos matemáticos. Aquí hay dos ejemplos poderosos de máquinas que reemplazan a la razón humana, y no siempre con los mejores resultados.

Periodista: ¿La enseñanza de la matemática en los Estados Unidos es mejor que en otros países?

Frenkel: No necesariamente. El currículo es el mismo, independientemente del lugar. Tomemos como ejemplo la geometría: los alumnos hasta hoy aprenden como si la Tierra fuera plana, según las ideas desarrolladas por Euclides de Alejandría 300 años antes de Cristo. Una clase de geometría interesante, eficaz y actual trataría fenómenos y descubrimientos post-euclidianos, como la teoría del caos, la formación de las nubes y los movimientos de las placas tectónicas que llevan a la formación de tsunamis. Pero, para que eso funcione, los profesores también tienen que cambiar la forma de enseñar, que es la misma de siempre.

Periodista: ¿Cómo reaccionan lo profesores frente a sus críticas?

Frenkel: Las odian, claro. Pero ello no me detiene, porque considero que privar a alguien del conocimiento es vergonzoso. Equivale a un robo. Los profesores repasan dogmas en lugar de conectar las matemáticas con el mundo real y mostrar sus utilidades. Es una práctica tan establecida que yo mismo la noté hace casi un año, cuando decidí escribir el libro. Estudio la disciplina desde los 15 años y nunca había reflexionado sobre eso. Cuando decidí deshacerme de problemas y teoremas para reflexionar sobre cómo se enseña la ciencia de hecho, quedé sorprendido. Llegué a la conclusión de que algunos colegas prefieren dejar las cosas como están, porque les alimenta el ego el hecho de saber sobre temas que nadie más entiende.

Periodista: ¿Por qué es tan difícil modificar ese comportamiento?

Frenkel: El impulso de hacer las cosas de forma automática es muy poderoso. Además, está el sentimiento generalizado de que estudiar tiene que ser divertido, especialmente en Estados Unidos. En Rusia, donde crecí, eso no tiene ningún sentido. Claro que es placentero encontrar la solución a un desafío o aprender algo nuevo, pero los estudiantes rusos saben que deben trabajar duro y entienden que siempre fue así. Quiero que mis alumnos de Berkeley se sientan cómodos en mis clases, que vean los resultados y estén felices por aprender, pero eso no significa que será fácil. Es justamente lo contrario. La conquista trae satisfacción.

Periodista; ¿Las competencias entre alumnos de todo el mundo no estimulan el interés por la ciencia?

Frenkel: No existe una relación entre ganar una competencia y saber matemáticas. Se puede entrenar exhaustivamente y lograr solucionar los problemas de forma rápida, que es la habilidad principal que se exige en este tipo de disputas, sin necesidad de tener talento y raciocinio para hacer que la ciencia evolucione. Obviamente, eso no quiere decir que las olimpíadas de matemáticas no sean importantes para la disciplina y el entrenamiento de esos alumnos. Pero descubrir y solucionar grandes problemas que nunca nadie resolvió (la misión más noble de las matemáticas) exige otro tipo de habilidad. La gran mayoría de los pequeños campeones olímpicos probablemente se dedicará a otra cosa en la vida.

Periodista: En este escenario inhóspito, ¿qué es lo que lo atrajo exactamente de las matemáticas?

Frenkel: El poeta inglés William Blake dijo una vez que, “si las puertas de la percepción estuvieran limpias, todo le aparecería al hombre tal como es: infinito”. Para mí, es una forma de limpiar las puertas de la percepción. Siempre me gustaron las ciencias, pero, cuando era adolescente, todo lo relacionado con las matemáticas me parecía que no tenía ningún sentido. La física, especialmente la cuántica, era la que más me interesaba, porque creía que los físicos eran los que encontrarían las respuestas a los grandes temas sobre el origen del universo. A los 15 años, en el penúltimo año del colegio, conocí un matemático, amigo de mis padres, que, para llamar mi atención en el tema, me mostró un enigma relacionado a la física y un libro de formas. En aquel momento, me di cuenta que las fórmulas y los teoremas brindaban las respuestas a las preguntas que traía conmigo hacía mucho tiempo. Fue como una epifanía, una sensación indescriptible. Fue allí que decidí profundizar en ese mundo.

Periodista: ¿Por qué afirma que las matemáticas trascienden en tiempo y espacio?

Frenkel: Porque es un idioma universal. Un ejemplo es el teorema de Pitágoras, creado hace más de 2000 años. Nunca fue actualizado y nunca lo será. Siempre será igual y podrá ser entendido en cualquier lugar del mundo, en cualquier época. Eso es impresionante. En un mundo con tantos conflictos, siempre hablamos de las cosas que nos separan y pocas veces encontramos hechos que nos unan. ¿Qué es lo que los humanos tienen en común? Somos los únicos que hacen cálculos matemáticos. Además, las fórmulas no se pueden patentar porque son verdades universales, pertenecen a la humanidad. No en vano, las matemáticas están por detrás de grandes hechos humanos también en diferentes áreas.

Periodista: ¿Cuáles, por ejemplo? Observe el sistema de notas musicales, sus golpes o frecuencias. Los números son la base de todo. O las artes plásticas. ¿Qué son los cuadros de Escher (artista gráfico holandés), con sus figuras simétricas e ilusionistas, sino maravillas de las matemáticas? Claro que, con ello, no quiero decir que no existe nada más allá de números en el mundo, todo lo contrario. Cuando escucho una canción muy especial, que me hace llorar, no logro explicarla con una fórmula. Va más allá de la razón. Es algo que me conecta con un sentimiento profundo, sin traducción concreta. Una computadora puede hacer dibujos simétricos y programar canciones, pero no me hará llorar.

Periodista: ¿Cuál es su ambición ahora?

Frenkel: Cuando uno es joven y entra en la profesión, sólo piensa en acumular premios. A los 21 años, cuando me invitaron para hacer un doctorado en Harvard, también soñaba con una carrera brillante, con muchos diplomas y medallas colgando en mi oficina. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta que, cuanto uno tiene seguridad en sí mismo y en la importancia de su contribución, deja de preocuparse por ese tipo de cosas. Es lo que pasa conmigo. Tengo bien claro mi objetivo: ayudar a las personas para que se conecten con las matemáticas y a desmitificar la noción de que es algo insuperable e incomprensible. Si logro avanzar en ese camino, entonces habré alcanzado el premio máximo.

*(Desde Berkeley)

por Renata Betti*

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