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MUNDO | 07-03-2015 00:05

Tan cerca y tan lejos

Por qué la segunda asunción de Tabaré Vázquez en Uruguay fue el reverso del acto que presidió Cristina en el Congreso.

A Montevideo y Buenos Aires las separa un puñado de kilómetros. Pero el domingo 1 de marzo no parecían estar en las dos costas del mismo río, sino en dos dimensiones sideralmente distantes.

En la dimensión uruguaya, Tabaré Vázquez asumía por segunda vez la presidencia, dando un discurso muy breve en el Congreso, resaltando que en la campaña electoral habían prevalecido el respeto y el diálogo entre los candidatos rivales, y que en esta nueva gestión presidencial habría más diálogo y búsqueda de consensos con los opositores.

En la dimensión argentina, Cristina Kirchner inauguraba las sesiones legislativas olvidando inaugurarlas, porque su discurso de longitud “fidelcastriana” fue montando un crescendo con desenlace a toda orquesta, que habría perdido esplendor si se le añadía la formalidad de anunciar los proyectos de ley que impulsará su gobierno y dejar inaugurada la Legislatura en curso.

En Montevideo, un mandatario le presentaba a su mandante, la sociedad, los lineamientos de su mandato; mientras en Buenos Aires una soberana se extendía en una suerte de “stand up”, plagado de sarcasmos y descalificaciones para quienes la critican, se le oponen o la denuncian.

Del otro lado del río que parecía un océano, el presidente entrante centraba el acto de asunción en rendir homenaje a todos los presidentes de los 30 años de democracia, o sea quienes gobernaron a partir del final de la dictadura en 1985, mediante una proyección de imágenes de Sanguinetti, Batlle, Lacalle y Mujica en una pantalla gigante que presidía la Plaza de la Independencia.

En esta costa del Plata, la fachada del Congreso estaba cubierta por las imágenes de los máximos y únicos líderes, no del Partido Justicialista, sino de la facción peronista que lo conduce y que gobernó esta década: Néstor Kirchner y su esposa, la Presidenta y protagonista exclusiva del megashow donde la democracia parecía haber comenzado en el año 2003.

En la asunción de Tabaré Vázquez, no hubo centenares de ómnibus que bloqueaban los alrededores de la Plaza de la Independencia, porque la mayoría de las personas que asistieron habían ido por sus propios medios. En el acto legislativo que Cristina convirtió en un espectáculo unipersonal autorreivindicativo, las avenidas que colmaron cientos de miles de paraguas abiertos el 18 de febrero, ahora estuvieron colmadas por los ómnibus que trasladaron a decenas de miles de personas.

En la dimensión uruguaya de la república, se vivía un acto en el que las instituciones y la historia estaban por encima de los protagonistas de la jornada, mientras que en la dimensión argentina, una sola persona asumía un protagonismo excluyente, presentándose como la encarnación de la república y la historia.

Tabaré Vázquez vuelve a la presidencia con el mismo patrimonio que tenía al concluir su primera gestión, en el 2010, que era, a la vez, el mismo patrimonio que tenía al asumir aquel mandato cinco años antes. El patrimonio de un médico de prestigio internacional que optó por honrar siempre la austeridad con que creció en el popular barrio La Teja.

Entre la profesión y la función pública podría ostentar una fortuna, pero prefirió ostentar honradez, como también lo hicieron varios de sus antecesores blancos y colorados en la presidencia, y como hizo, in extremis, el hombre campechano y desaliñado que le pasó la banda presidencial: José Mujica. Igual que Macri con Boca, antes de escalar en la política Tabaré condujo con éxito un pequeño club, El Progreso, al que no solo llevó al ascenso, sino que lo hizo jugar en la Copa Libertadores.

La fórmula que explica el éxito del hombre más votado de la historia del Uruguay, es inteligencia, pragmatismo, temperamento y honradez. Eso vio en él Líber Seregni. Por eso cuando el fundador del Frente Amplio estaba en su lecho de muerte, llamó a los dos hombres en los que veía el gran futuro de la centro-izquierda uruguaya, Vázquez y el economista Danilo Astori. El viejo y agonizante general fue premonitorio: “Tabaré, tú tendrás a cargo la política del país, y tú, Danilo, la economía”.

La escena que relata el libro de Cecilia Custodio Ruibal, “El método Tabaré”, describe la fórmula del éxito frenteamplista, porque el sucesor del oncólogo que gobernó con un pragmatismo guiado por valores y metas de equidad social, mantuvo las líneas generales sentadas por el primer gobierno de la centro-izquierda.

Mujica es un hombre entrañable por sus rasgos, tan particulares como admirables. Pero el médico que dirigió con éxito un club de fútbol, gobernó con eficacia Montevideo y presidió el país superando a quienes lo precedieron, cuyas gestiones fueron entre buenas y muy buenas. Genera una expectativa positiva prácticamente en los votantes de todo el arco político.

El general Líber Seregni descubrió en la antesala de su muerte, la fórmula frenteamplista del éxito gubernamental. Astori fue el ministro de Economía del primer gobierno de Tabaré y continuó guiando esa área como vicepresidente de Mujica, pero no porque fuese una imposición. Fue una decisión inteligente que el propio Pepe tomó con convicción.

Ahora, el dúo Tabaré-Danilo vuelve a funcionar como en el primer gobierno. Fue en aquella gestión cuando la admiración a Tabaré desbordó las fauces de su propio partido. Y el acontecimiento clave fue su enfrentamiento con Néstor Kirchner. Cuando Vázquez comenzó a implementar lo que en Uruguay es una política de Estado (fomentar la industria del papel) permitiendo la instalación de Botnia junto a la ciudad de Fray Bentos, ante la indignación de Gualeguaychú, el presidente argentino intentó imponer con prepotencia a su par oriental la orden de no construir la pastera. Para sorpresa de muchos en las dos costas del Plata, ese hombre tímido y sobrio que gobernaba el pequeño vecino de la gigante Argentina, no se amilanó ante la fuerte presión de Buenos Aires, sino que por el contrario, la enfrentó como si le pusiera la mano en el pecho a Kirchner y le dijera que bajara el tonito porque ni él ni su país eran vasallos de nadie. Fue la primera derrota de Kirchner en una pulseada (después vendría la del combate por la resolución 125) y la sangre en el ojo kirchnerista hizo su vendetta cuando Cristina asumió su primer mandato y, en el discurso del acto en el Congreso, vapuleó al presidente uruguayo que se encontraba entre los otros mandatarios invitados e impedido de responder. Ahora, Tabaré asumió su segunda presidencia y prometió concentrarse en la lucha contra la inflación y consensuar más políticas de Estado con la oposición, mientras de este lado del río, en un largo, autorreferencial y agresivo discurso, Cristina vapuleaba en el Congreso a otros invitados sin derecho a responderle.

Todo ocurría a la misma hora y a sólo un puñado de kilómetros, pero en dos dimensiones políticas sideralmente distantes.

por Claudio Fantini

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