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MUNDO | 03-04-2015 23:59

Otro lugar en el mundo

La relación entre Argentina, Irán y Venezuela. La inteligencia norteamericana en alerta. Gobiernos populistas en la mira.

Argentina hizo un viraje geopolítico. Como el primero en emprender ese rumbo fue Hugo Chávez, y siendo tan visible la influencia que el exuberante líder caribeño tuvo sobre el gobierno kirchnerista, no es descabellado deducir que la reorientación en el tablero internacional se hizo por invitación o indicación de Venezuela.

Más allá de la gravitación chavista, resulta evidente la identificación kirchnerista con modelos de repúblicas diferentes a la democracia liberal, la del Estado de Derecho concebido por Locke, Montesquieu y los padres de la constitución norteamericana.

El zarismo republicanizado que instauró Vladimir Putin en Rusia y el monarquismo teocrático que, con un ayatola en la cumbre del poder, limita al presidente y a los miembros del Majlis (parlamento), parece reflejarse en el patrimonialismo del Estado con que se maneja el gobierno argentino; en su voluntad de cooptación de la justicia y de la prensa, así como en el verticalismo extremo, el culto personalista y el uso de los servicios de inteligencia para infiltrar y controlar la sociedad.

De todos modos, no fue Kirchner sino su viuda quien emprendió el viraje geopolítico. El ex presidente tenía el mismo instinto político y vocación por asociar los populismos latinoamericanos, pero quería mantener fuerte la relación con Estados Unidos a través de la colaboración estrecha en un rubro de vital importancia para Washington: la lucha contra el terrorismo.

Por eso en el caso AMIA avaló la pista iraní, que implicaba apoyar la investigación en los informes y datos suministrados por la CIA y el Mossad, ya que obviamente son, junto a la Muhabarat saudita, los servicios de inteligencia más enfocados en los aparatos iraníes de acción regional y global.

El realineamiento argentino comenzó tras la muerte de Néstor Kirchner, cuando la crisis energética y la caída de los precios internacionales de la soja comenzaron a complicar al “modelo” económico, dejando a la vista sus insuficiencias y fragilidades.

La necesidad de créditos y de relacionamiento con potencias petroleras, más aún si, como Venezuela, Irán y Rusia, tienen autocracias como las que anhela construir el kirchnerismo, alentaron el viraje.

El interés norteamericano en impedir el acercamiento argentino-iraní transita por dos carriles políticos diferentes. El gobierno, por un lado, y la derecha republicana con el Tea Party, por otro.

La administración demócrata lo hace pensando en el tablero internacional y lo que implica, en términos geoestratégicos, que Rusia, Irán y China estén posicionándose en Latinoamérica.

Para la derecha republicana, la motivación es totalmente diferente. Su principal interés es debilitar a Barak Obama, boicoteando todas sus iniciativas.

Pensando en neutralizar, o al menos moderar, ciertos alineamientos con la vereda de Rusia y China, el gobierno demócrata decidió poner fin a la negativa y fracasada política de aislamiento a Cuba. Y busca un nuevo orden en Oriente Medio en el que sauditas y persas, en lugar de combatirse indirectamente como lo están haciendo en Irak, Siria y Yemen, establezcan junto a Egipto, Israel y Turquía, un equilibrio acordado. Para avanzar hacia ese nuevo equilibrio es que Washington impulsó la negociación nuclear con Teherán.

No traiciona al Estado judío, porque busca un compromiso de no agresión por parte del régimen de los ayatolas. Por el contrario, es en ese nuevo orden donde disminuirían las amenazas que hoy pesan sobre Israel. Por otra parte, el récord de armas enviadas a Israel por Obama descarta que quiera desproteger al Estado judío. Además, el acuerdo que busca con Irán no altera la posición de Estados Unidos en el caso AMIA.

Sin embargo, la derecha dura norteamericana, aliada con el gobierno de halcones que encabezan Netanyahu y Lieberman en Jerusalén y con la monarquía teocrática de Arabia Saudita, conspira abiertamente contra la política del gobierno hacia Teherán.

En términos políticos, sociales y culturales, los demócratas están más alejados del clero chiíta que gobierna Irán. El moralismo, el apego a la religión, así como el desprecio público por las conductas y leyes liberales, más bien acercan al conservadurismo norteamericano con el Estado religioso persa.

Al Tea Party y al ala dura del Partido Republicano no los mueve la certeza de que un acuerdo nuclear con Irán sería nefasto para Israel y Occidente. Tampoco las revelaciones a la revista brasileña Veja de jerarcas chavistas que desertaron, sobre el vuelo VO-3006, que por un acuerdo secreto entre Chávez y Ahmadinejad transportó armas, drogas, dinero sucio y terroristas entre Teherán y Caracas hasta el año 2010. A los ultraconservadores norteamericanos los mueve un odio incluso racista a Obama.

Más que atacar a Irán, atacan al presidente negro y socialdemócrata.

El corrimiento de Argentina hacia un espacio con petróleo y autocracias también podría explicar el plan militarista británico en Malvinas.

No se puede descartar que el incremento de armamentos en las islas sea una de las típicas valentonadas nacionalistas de un gobierno que se aproxima a elecciones. Lo que se puede descartar es que “Argentina representa una amenaza viva”, como afirma la justificación del incremento presupuestario que hizo el secretario de Defensa Michael Fallon, planteando además la existencia de un plan ruso-argentino para apoderarse del archipiélago austral.

Seguramente, es más cierta la rotunda desmentida que hizo el gobierno de Cristina Kirchner. Lo que no es descabellado es que Rusia tenga un plan para tentar a la Argentina a aventurarse en la recuperación de Malvinas.

Más allá de que Buenos Aires lo rechace, en términos estratégicos tiene lógica que Moscú lo intente, porque un conflicto en el Atlántico sur dispersaría la presión que la OTAN está concentrando en las fronteras occidentales de Rusia, por el conflicto ucraniano.

No obstante, parece más probable que la decisión de reforzar militarmente Malvinas no haya sido tomada en Londres sino en Bruselas, donde está la sede de la OTAN.

En el nuevo tablero geopolítico, Rusia preocupa más por su presencia en el Caribe (Venezuela, Nicaragua y Cuba), mientras que por su gravitación en el Cono Sur preocupa más China.

Es posible que el argumento esgrimido por el gobierno de David Cameron sobre el “plan ruso-argentino” sea para tapar la verdadera razón: el posicionamiento de China en el cono sur de América, del que forma parte la base establecida en Neuquén.

Ni siquiera los argentinos tienen del todo claro para qué servirá ese enclave chino, por el secretismo que lo rodea y hermetiza los contratos. Pero está claro que habrá militares y regirán las leyes del gigante asiático.

Es posible que la OTAN esté buscando, con Malvinas, controlar de cerca o equilibrar en términos militares el posicionamiento chino en la Patagonia. Lo indudable es que hubo un viraje geopolítico. Siguiendo el rumbo de Chávez y de los modelos autocráticos, el país se reubicó en el tablero de las tensiones estratégicas.

por Claudio Fantini

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