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SHOWBIZ | 17-04-2015 18:02

Reinventando a los gigantes

Antes de volverse inviables a nivel financiero, los grandes estudios buscan alternativas para mantenerse vigentes y rentables.

El cine cambió. Cambió en la pantalla, donde todo sucede más rápido y con mayor calidad; donde los tanques en super-ultra-hiper-HD invierten millones –más de doscientos por película– en historias plagadas de megaestrellas, ritmos vertiginosos y efectos digitales hiperrealistas. Pero también cambió al otro lado del mostrador, en el modelo de negocio.

Desde la fundación mítica de Hollywood como meca del cine “mainstream” hasta hace unos treinta años, los grandes estudios tenían un esquema de producción “fordiano”. Todo se hacía en casa, en esos tremendos lotes como ciudadelas que aún pueblan parte de la ciudad de Los Ángeles; en esos espacios donde había –donde sigue habiendo– desde estudios de filmación hasta tanques de agua donde simular una escena en el mar; desde carpinteros que hacen escenografías hasta utileros capaces de recrear una cucharita del siglo XVIII o un sable láser; desde equipos de iluminación hasta una réplica exacta de algunas calles clave de la ciudad de Nueva York. Sí, el tradicional lote de los estudios Paramount en Hollywood tiene una pequeña gran manzana de un par de hectáreas donde gente como Jerry Seinfeld, por citar solo un ejemplo, nos ha hecho creer que estaba al otro lado del continente, cuando en realidad grababa en la soleada California.

La industria del cine creció, desde las películas mudas hasta la actualidad, de manera exponencial. Comenzó con emprendedores audaces e inversionistas (mayormente bancos) que financiaban las películas en busca de una renta. Creció hasta sobredimensionarse y, en este siglo XXI cambalache, problemático y febril, enfrenta problemas de rentabilidad.

Rentabilidad en jaque. ¿Por qué hacer cine “a lo grande” deja menos dinero? Las razones son múltiples: la irrupción de la televisión primero, de la televisión por cable después, de internet más adelante (y de las copias pirata); y –finalmente– de los servicios de streaming (legales y no tanto). Todos estos factores hicieron mella en las finanzas de una industria plagada de empresas enormes, con predios enormes, con estructuras enormes, con plantillas de personal enormes, con contratos enormes para sus estrellas delante y detrás de cámara.

Y, por regla general, todo lo enorme es caro.

A la sobredimensión de las compañías, además, se ha sumado en los últimos años un factor que atenta contra su competitividad: aun cuando Hollywood sigue siendo el centro del universo, hay lugares más competitivos donde producir una película.

Canadá, el vecino del Norte, es el principal “enemigo” de Hollywood. Desde la década del '90 busca incentivar su industria cinematográfica, tentando a producciones extranjeras a rodar en su país a cambio de beneficios impositivos. El programa federal devuelve a los productores un 16% de los impuestos pagados sobre mano de obra que contraten localmente. Algunas provincias canadienses ofrecen inclusive reintegros sobre su impuesto al valor agregado. En suma, que entre impuestos nacionales y locales, una empresa norteamericana filmando en Canadá puede recuperar, en muchos casos, hasta más del 30% de algunos de sus costos en “tax returns”.

Los mismos estados norteamericanos vieron en este tipo de incentivos una forma de competir con California (y, por supuesto, con Canadá), ofreciendo deducciones para que se ruede en sus territorios. Estados como Nevada, New Hampshire, South Dakota, Texas o Wyoming consideran al cine como una actividad exenta. Muchos –Alaska, Puerto Rico o West Virginia; imitando el modelo canadiense– benefician a quien contrate mano de obra local, para incentivar sus economías regionales.

Inclusive, sin llegar a buscar beneficios fiscales, hay ciertos países donde lisa y llanamente producir es más barato. Desde locaciones en Argentina hasta granjas de renderizado digital en Singapore; desde estudios reciclados en Italia (donde buscan reactivar su tradicional industria otorgando beneficios a productores tanto de adentro como de afuera de la Comunidad Económica Europea) hasta desarrolladores de efectos visuales en Corea; hay muchas formas de hacer una película por mucho menos dinero que el que implicaría el modelo de producción tradicional de los grandes estudios.

Así, entre los nuevos formatos que hicieron mella en el consumo de cine y la competencia tanto dentro de Estados Unidos como del exterior; los gigantes de la industria han tenido que reinventarse para subsistir.

Cambio de rumbo. Entrar en los estudios Paramount puede ser, para el cinéfilo, una experiencia fuerte. Saber que ahí donde el estrambótico Doctor Phil hace su “talk show” se rodó “El Padrino”, o que la playa de estacionamiento se puede inundar –allí se “muere” Leo Di Caprio en “Titanic”, cuando bien hubieran entrado los dos en la misma puerta– o que en el estudio 12, donde cantan y bailan los chicos de “Glee”, Roman Polansky filmó “El bebé de Rosemary” transmite una sensación de estar en contacto con la historia. Al menos, con la historia del cine, de la cual el lugar fue uno de los mayores protagonistas.

Esa comparación, la del antes y el ahora, es uno de los principales indicadores de hacia dónde ha derivado la industria: “outsourcing”. Paramount (todos los grandes estudios, en realidad), tienen activos de proporciones elefantiásicas. Infraestructuras y recursos que, cuando sus propias películas acaban filmándose en Wyoming y posproduciéndose en Ontario, se convierten en el típico “hijo bobo”. En el otro extremo, la industria de la televisión las producciones de cine independiente pueden rodar a costos más bajos, pero no tienen recursos técnicos propios de esas dimensiones. Así, el problema de uno se convierte en la solución del otro.

Los antiguos estudios de cine se alquilan hoy para hacer series de televisión y hasta programas en vivo. Cualquiera –grande, chico, competidor o no– puede alquilarle a Paramount equipos de iluminación. Muchos de sus departamentos técnicos siguen a la vanguardia en materia de desarrollos (uno de sus más recientes, por ejemplo, es la iluminación led); y todo eso puede ser vendido o alquilado a alguien más dentro del circuito.

Algunas superproducciones, por supuesto, siguen haciéndose en pleno Hollywood. Por conveniencia, tradición o mera excentricidad (J. J. Abrams, por ejemplo, decidió filmar sus dos películas para la saga “Star Trek” en los mismos estudios de Paramount en los que se hicieron, históricamente, las series y películas de la franquicia desde la década del '60).

Pero la realidad es que, hoy por hoy, es más usual cruzarse entrando por el portón de la Avenida Melrose a una estrella de la tele antes que a una figura del cine.

Y eso está muy bien. Es, al fin y al cabo, una forma de mantenerse vivo y vigente.

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por Diego Gualda

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