Friday 29 de March, 2024

MUNDO | 18-04-2015 00:05

La gran coartada

Verdades que se dijeron y que se callaron en la Cumbre de las Américas. Encuentros y desencuentros. El silencio de los cómplices.

Dijeron la verdad, pero no toda la verdad y nada más que la verdad. Es cierto que Washington tiene una larga historia de injerencias y tropelías en Latinoamérica. Es cierto que, por imponer sus intereses, conspiró y derrocó gobiernos. También es cierto que ha defendido dictaduras corruptas y brutales, y que ha colaborado con oligarquías políticamente ineptas, socialmente nocivas y económicamente inútiles. Es verdad que esas oligarquías han manipulado la opinión pública porque han controlado los principales medios de comunicación, usándolos como instrumento de presión, extorsión o destrucción de los gobiernos que no les respondían o que las desafiaban.

Latinoamérica ya no acepta que Estados Unidos imponga su dictat, ni diga quién es modélico y a quién hay que castigar. Eso es un importante avance en el sentido de la dignidad y la valorización de las naciones.

También es bueno que la región lo haga escuchar, como ocurrió en la cumbre de Panamá, aunque algunos presidentes hablaron posando para la historia, en lugar de hacerlo pensando en la utilidad práctica que pueden tener esos discursos. Y hablaron como si en frente tuvieran a James Polk, el presidente que anexó Texas en 1845, cuando en realidad tenían a Barak Obama, el presidente que empezó a desmantelar el embargo a Cuba y que sentó en esa cumbre a Raúl Castro.

Más allá de las catarsis ideológicas y las poses para la tribuna propia, es verdad que la historia inhabilita a Washington para dar lecciones de democracia y derechos humanos. El problema es que también es verdad la represión en Venezuela, y de eso no se habló en Panamá ni se habla en ningún foro latinoamericano.

¿Por qué habría sido positivo que a Nicolás Maduro nadie le haya reclamado que libere los dirigentes y los estudiantes apresados? ¿Por qué dejarlo hablar como si estuviese claro que su gobierno es víctima de un golpe de Estado, cuando lo que está claro es que el chavismo dio un golpe de Estado contra el gobierno de Caracas?

La evolución habría sido pareja si, junto con la fijación de límites a las injerencias norteamericanas, se hubieran fijado límites a la arbitrariedad de los gobiernos contra las libertades públicas e individuales. Como en su momento ocurrió con Fujimori.

La misma región que puso el grito en el cielo cuando un juicio político en Paraguay decidió, por 39 votos contra cuatro, la destitución de Fernando Lugo, guarda un silencio oscuro sobre el encarcelamiento de dirigentes opositores en una prisión militar y sobre la orden que dio Maduro de usar armas de fuego en la represión de las protestas.

Callar ante semejante realidad no es respetuosa no-injerencia en los asuntos internos de otro Estado; es complicidad ideológica o cobardía política.

Los Derechos Humanos son la única materia en la que el argumento de la no-injerencia en los asuntos internos de un país, no es válido”. Una verdad irrebatible expresada por el canciller uruguayo, pero no aplicada por Unasur ni defendida por los presidentes latinoamericanos en la Cumbre de las Américas.

El gobierno de Tabaré Vázquez planteó en la reunión de Unasur realizada en marzo que la Cruz Roja debía verificar la situación de los dirigentes encarcelados en la prisión militar de Ramo Verde, pero nadie acompañó ese pedido tan racional y sensato. “La respuesta de Unasur fue el silencio”, dijo Rodolfo Nin Novoa, el ministro de Relaciones Exteriores frenteamplista. Añadió otras verdades obvias e irrefutables, como que “la autorización para reprimir manifestaciones con armas de fuego, es un exceso a todas luces”.

También Michelle Bachelet y Dilma Rousseff han empezado a balbucear la necesidad de que Maduro se siente a dialogar con la oposición, en lugar de perseguirla y encarcelarla. Pero aún no lo plantearon de manera contundente en Unasur, ni lo reclamaron en la Cumbre de las Américas.

El silencio cómplice empieza a resquebrajarse, pero lo hace pasmosamente. Todavía se escucha más a quienes, como la presidenta argentina en la Cumbre de las Américas, hablan como si los encarcelados y los asesinados en las protestas venezolanas fueran golpistas de ultraderecha que merecen lo que sea.

Unos por no querer que los corran por izquierda, otros por complicidad ideológica, el hecho es que todos callan. Y ese silencio marca el punto en el que las verdades sobre la injerencia norteamericana, las vilezas de las oligarquías y las contiendas por poder que entablan algunos medios de comunicación, terminan convirtiéndose en coartada.

La coartada para justificar censuras, exclusiones, persecuciones, verticalismos, corrupciones y cultos personalistas.

En la cumbre de Panamá, el discurso más inteligente del bloque bolivariano fue el de Rafael Correa. Todo lo que dijo es verdad, pero no es igualmente verdadero en todos los países.

En el caso ecuatoriano, como en el boliviano, la división de la sociedad provocado por la acción gubernamental deja de un lado inmensas mayorías que abarcan casi totalmente las clases medias, medias bajas y bajas, aislando a las elites minoritarias que siempre poseyeron la riqueza y el poder político. Pero no en todos los casos se da esta división.

En Argentina, la política de dividir separó en partes irreconciliables a la clase media, mientras que oligarcas los hay a favor y en contra del gobierno. En la oposición argentina hay centro-derecha, pero también hay centro-izquierda, izquierda, centro y progresismo liberal.

La diferencia también está en el rubro corrupción: ni Rafael Correa ni Evo Morales han multiplicado fortunas personales, ni tienen causas de corrupción. Justificar mediante la historia negra de las oligarquías y del imperialismo las múltiples formas de censura por amedrentamiento y difamación, el uso de los servicios de inteligencia para las necesidades del poder y la cooptación del aparato judicial para dotar de un blindaje inexpugnable la corrupción del liderazgo, es solo una coartada.

Maduro se pavonea con las diez millones de firmas venezolanas que juntó el petitorio para que Obama levante las sanciones por los encarcelamientos políticos. Las recogió entre los empleados públicos y con escuadrones de militantes pidiéndolas casa por casa.

El sentido común señala a gritos que, ante un poder como el chavista, ningún vecino visitado en su casa y ningún empleado público abordado en su oficina o mostrador se atrevería a negar la firma sin temer que lo estén marcando en su puesto de trabajo o en su domicilio particular. Pero nadie se animó a decirle a Maduro que esa recolección de firmas con la que alardea, más que mostrarlo fuerte y popular, lo muestra amenazante y dictatorial.

Cuando de lo que se trata es de decir la verdad, pero toda la verdad y nada más que la verdad, a muy poco se atreven los presidentes de la región donde un puñado de líderes convirtió la historia en coartada.

por Claudio Fantini

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