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OPINIóN | 14-06-2015 12:45

Turquía elige más democracia

Tras las elecciones, Erdoğan pierde la mayoría en el parlamento. Tensiones e interrogantes.

El 7 de junio los ciudadanos de la República Turca le negaron a su presidente, Recep Tayyip Erdoğan, el mandato que éste buscaba para ir hacia el presidencialismo. Por primera vez desde que alcanzó el gobierno en 2002, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, conservador e islamizante, se encuentra en minoría en el parlamento y está en duda la continuidad de Ahmet Davutoğlu como primer ministro. En los nueve meses que pasaron desde las elecciones que le dieron al AKP la presidencia, el oficialismo perdió más de dos millones de votos, aunque se mantuvo holgadamente como la fuerza más votada por encima de los socialdemócratas del Partido Republicano del Pueblo (CHP). Sin embargo, lo que selló la suerte de la apuesta de Erdoğan por la hegemonía fue la consolidación de la izquierda del Partido Democrático del Pueblo (HDP), que ganó en ese mismo lapso esa misma cantidad de votos y logró superar la barrera de ingreso al parlamento (la más alta entre todas las democracias del mundo), del 10%. Si el HDP hubiera quedado excluido del parlamento, el AKP podría haber alcanzado mayoría en el parlamento aún estando lejos de obtener la mayoría del voto popular.

No cabe duda de que esta elección general es la más significativa desde el punto de vista histórico desde 2002. Hace 13 años, la irrupción del AKP selló el fin de la tutela de la fuerzas armadas sobre la democracia turca, que se legitimaba en su rol de guardianes de la laicidad del estado (y antes, de la firme posición anticomunista de ese país de frontera en tiempos de la Guerra Fría). Como primer ministro entre 2002 y 2014, Erdoğan impuso un fuerte giro conservador en las relaciones sociales e impulsó una agenda económica que atrajo importantes inversiones extranjeras y dinamizó el crecimiento económico. El AKP no sólo doblegó a los militares, que en el pasado habían forzado la proscripción de las fuerzas islamistas que lo precedieron, sino al Poder Judicial, otro bastión de los secularistas. Hasta las masivas protestas antigubernamentales de mayo de 2013, centradas en el Parque Gezi en Estambul, la trayectoria del AKP había sido imparablemente ascendente. Ese año, parecía que las tensiones que la creciente islamización de la sociedad provocaba entre los jóvenes y en las grandes ciudades y el rechazo a la corrupción en el círculo gubernamental anunciaban el fin del ciclo. Sin embargo, un año más tarde, el 52% de los votantes le permitía a Erdoğan mudarse de la jefatura de gobierno a la jefatura de estado. En esa misma elección, donde el CHP acordó una fallida candidatura única con la ultraderecha laica del Partido de Acción Nacionalista (MHP), emergió con fuerza el HDP, beneficiado por la pacificación de las regiones sudorientales de mayoría kurda y fortalecido por la confluencia de toda la izquierda en una única plataforma electoral.

La elección parlamentaria demostró que el del HDP no era sólo un fenómeno favorecido por la alianza contra natura del CHP y el MHP, sino que venía a ocupar un espacio que las minorías étnicas del país (en su mayor parte kurdos, pero también armenios, alevíes, asirios y otros) no habían tenido en el sistema político turco hasta que el encarcelado líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan declaró un cese del fuego en marzo de 2013. El éxito de la izquierda consiste, además, en haber evitado la política de ghetto, demostrando capacidad de representar parte de las demandas de mayor libertad individual y transparencia que provienen transversalmente de distintos sectores sociales en toda Turquía, con independencia de la etnicidad de cada ciudadano. Pero el desempeño del HDP juega un papel histórico más allá del salto cualitativo que el resultado marca en su propia trayectoria: es decisivo porque provoca una inflexión en la curva ascendente del AKP, cuyo gobierno había sumado a la islamización creciente, la corrupción y la limitación de las libertades y la censura. La impronta libertaria del HDP marca el contraste más agudo posible con el islamismo del AKP: el partido tiene por estatuto una jefatura binominal, que debe ser ocupada por un hombre y una mujer, un cupo del 50% de las candidaturas para cada género y una cuota del 10% para candidatos LGBT. Bajo el eficaz liderazgo de Selahattin Demirtaş y Figen Yüksekdağ, el HDP también recoge los frutos del prestigio creciente de las milicias kurdas de Siria en la lucha contra el Estado Islámico (EI), en particular por su defensa de Kobane, la ciudad fronteriza que las Unidades de Defensa del Pueblo (YPG) liberaron del sitio de los fanáticos que controlan parte del territorio de Siria e Irak. Las YPG y su brazo político, el Partido de Unidad Democrática (PYD) reconocen como líder a Öcalan, quien a su vez ha enviado milicianos del PKK a combatir contra el EI.

A una semana de las elecciones, Turquía no sabe qué coalición habrá de gobernar (incluida la posible cohabitación de un presidente del AKP con un gobierno que excluya al AKP) o si el partido hasta ahora en el gobierno forzará nuevas elecciones, con la esperanza (aparentemente infundada) de recapturar la mayoría. Pero sus ciudadanos sí saben que el proyecto de democracia iliberal (término acuñado con orgullo por el primer ministro húngaro, Viktor Orban) del presidente Erdoğan ha sufrido una herida seria. Es más de lo que se pueden alegrar ciudadanos de otras democracias, como Hungría o Rusia, que avanzan en la consolidación de modelos restrictivos sin que ninguna oposición parezca en condiciones de detener a sus respectivos caudillos.

Las implicancias de un Erdoğan sin poder omnímodo pueden ser significativas más allá de la frontera turca, que es la frontera oriental de la OTAN: ¿quedará de lado la reticencia de Ankara en ayudar más decisivamente a quienes combaten al Estado Islámico sin especular respecto de cuánto beneficiará a los kurdos de Turquía, Siria e Irak?

Pase lo que pase, los cuatro años que le quedan a Erdoğan en la presidencia estarán signados por la tensión entre su proyecto de poder (que sería ingenuo pensar que ha abandonado) y el límite que le ha puesto la mayoría de sus conciudadanos.

* Vicepresidente del Laboratorio de Políticas Públicas.

por Gabriel Puricelli*

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