Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 21-06-2015 01:08

Cristina se atornilla al poder

CFK quiere controlar de cerca a su candidato Scioli y castigará cualquier acto de independencia.

Por raro que les parezca a quienes temen que, a menos que el Gobierno cambie de rumbo muy pronto, la Argentina seguirá compitiendo con la Venezuela de Nicolás Maduro en una carrera alocada hacia la nada, es posible que Cristina realmente crea que su “proyecto” tiene futuro. Caso contrario, no se le hubiera ocurrido obligar a Daniel Scioli a aceptar como compañero de fórmula al consigliere de la familia reinante, Carlos Zannini.

En un esfuerzo por entender lo que pasaba en la misteriosa mente presidencial, muchos habían llegado a la conclusión de que se proponía entregar a su sucesor una bomba de tiempo socioeconómica que estallaría en sus manos, provocando así una calamidad que los kirchneristas atribuirían al “neoliberalismo” para entonces regresar al poder luego de optar el intruso por huir en helicóptero de la Casa Rosada. En términos políticos, sería una estrategia genial que le permitiría sacar provecho de sus propios errores. ¿Y la gente? Siempre y cuando la mayoría culpe a otros por sus penurias, su destino, lo mismo que el del país, le tiene sin cuidado. Es una cuestión de prioridades: por motivos que son de dominio público, no tiene más opción que la de privilegiar su propia libertad.

Pues bien, la maniobra más reciente de Cristina pone en duda la teoría de que lo que quiere es que el próximo gobierno protagonice un fracaso histórico antes de ponerse en marcha la ofensiva judicial que algunos reaccionarios están preparando. Para tener éxito un eventual plan bomba, sería necesario que Mauricio Macri ganara el torneo electoral que está entrando en su fase final. Después de todo, si el gobierno próximo es indiscutiblemente kirchnerista, como sería el caso de triunfar la dupla Scioli-Zannini –mejor dicho, Zannini-Scioli ya que el vice llevaría la voz cantante–, a Cristina no le sería nada fácil asumir el papel de enemiga jurada de la austeridad que, por razones que tienen más que ver con la matemática que con la falta de sensibilidad de los encargados de la economía nacional, su sucesor se verá constreñido a aplicar.

Cristina se ve frente a un dilema nada sencillo. Por un lado, le convendría que su sucesor fuera un “neoliberal”; desde el vamos, podría atacarlo por prestar más atención a los malditos números que al bienestar de la gente, acusándolo de privarla de todos los beneficios que le suponía “el modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social”. Por el otro, no quiere correr el riesgo de que un gobierno que le sea hostil azuce a los rottweiler del “partido judicial” para que la destripen aunque sólo fuera con el propósito de hacer de ella la responsable de todas las lacras del país, repitiendo así lo que hicieron los kirchneristas con el compañero Carlos Menem.

¿Supone Cristina que la presencia de Zannini, un personaje que siempre ha preferido operar en las sombras a exponerse a la luz del día, será más que suficiente como para hundir al motonauta despreciado? Es factible, pero también lo es que se haya convencido de que, para salir del pozo financiero en el que el país se ha metido, bastará con aumentar aún más el ya elefantiásico gasto público. Como nos recordó la señora cuando aseguró a la FAO que apenas hay pobres en la Argentina, el voluntarismo que la caracteriza no tiene límites.

Que Cristina no confíe en Scioli no es exactamente una novedad. Por una multitud de razones, la mayoría personales, sospecha que, una vez en el poder, no vacilaría en entregarles a los resueltos a enjaularla para que rinda cuentas ante la Justicia por una larguísima serie de presuntas fechorías, comenzando con las relacionadas con su negocio hotelero. En cambio, parecería que confía ciegamente en Zannini que, desde décadas atrás, es un miembro honorario de la familia real. Puede que se haya equivocado y que, de sentir que su propio poder se ha hecho mayor que aquel de su benefactora, al ex maoísta le pareciera más digno el rol del gran timonel que la de su cónyuge, Madame Mao, una señora que después de arruinar la vida de decenas de millones de sus compatriotas y demorar por más de una década el renacimiento de su país, se vio convertida en la mala más mala de la película china. Sea como fuere, el que Zannini se haya entusiasmado tanto por la delirante, y terriblemente destructiva, “revolución cultural” maoísta que según algunos le gustaría reeditarla aquí hace sospechar que el hombre es capaz de creer en cualquier cosa salvo en la democracia y el respeto por la Constitución.

Al designar como vice en potencia a Zannini, Cristina logró humillar por enésima vez a Scioli, pero ha puesto a su presunto amigo íntimo en un lugar que dista de ser apropiado para una persona de sus talentos particulares. Es una cosa actuar tras bambalinas, como una suerte de Rasputín criollo, y otra muy distinta ocupar un cargo más visible. Por lo demás, es de prever que en adelante los macristas, radicales, simpatizantes de Elisa Carrió, los izquierdistas, los progres de Margarita Stolbizer y muchos otros no sólo se diviertan hablando de la mansedumbre poco varonil de Scioli, tratándolo como una mascota presidencial que no está en condiciones de gobernar nada, sino que también critiquen con vehemencia creciente a Zannini, pintándolo como un sujeto siniestro, equiparable con el brujo José López Rega, de ideas más totalitarias que democráticas. La campaña electoral que, hasta el martes pasado, se había desarrollado de manera llamativamente insulsa, acaba de hacerse mucho más apasionada.

Que ello haya sucedido es positivo. La indiferencia de tantos hacia las opciones políticas disponibles por suponerlas virtualmente idénticas entrañaba el riesgo de que surgiera un nuevo brote de “que se vayan todos”, lo que tendría consecuencias muy desafortunadas. Antes del golpe asestado por Cristina, el grueso de la ciudadanía compartió la actitud resumida por el gobernador rionegrino Alberto Weretilneck que, después de anotarse un triunfo arrollador sobre un senador kirchnerista emblemático, nada menos que Miguel Pichetto, dijo que por estar “en un proyecto de independencia”, no apoyaría a ningún presidenciable determinado.

Las alternativas acaban de hacerse mucho más nítidas. Con Zannini a un latido del sillón de Rivadavia, el país sufriría la profundización de un “proyecto” voluntarista que es intrínsecamente autodestructivo; con Macri, un gobierno tal vez precario a pesar de su legitimidad democrática trataría de retomar el camino de la racionalidad antes de que fuera demasiado tarde. Mal que nos pese, está en juego el futuro de un país que, después de acostumbrarse a ser el más avanzado de América latina, ha perdido tanto terreno que corre el riesgo de verse aventajado por casi todos sus vecinos. ¿Es lo que quiere la mayoría? A veces, parecería que sí.

Los preocupados por las vicisitudes políticas suelen estudiar los resultados de las sucesivas elecciones provinciales y municipales en busca de indicios de lo que podría suceder en las nacionales pero, como nos recordaron los comicios en Río Negro, sería un error minimizar el significado de los factores locales. En Santa Fe, la muy buena elección del candidato del Frente para la Victoria, Omar Perotti, pudo atribuirse más a sus cualidades personales que a sus hipotéticos vínculos con Cristina, mientras que el desempeño decepcionante del hombre de PRO, el cómico Miguel Del Sel, se habrá debido al consenso de que, si bien es un tipo simpático, no podría gobernar con solvencia una provincia problemática sitiada por narcotraficantes. Es por lo tanto perfectamente posible que apoyen a Macri en las elecciones presidenciales muchos que la semana pasada votaron por Perotti o el socialista Miguel Lifschitz.

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por James Neilson

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