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MUNDO | 01-08-2015 00:07

Victorias derrotadas

Desde Grecia hasta Brasil, el fenómeno de las capitulaciones ocultas adentro de triunfos. Ganar con propuestas que no se pueden aplicar.

Es un tiempo de victorias derrotadas. De líderes que se imponen en las urnas, pero proponiendo lo que luego no pueden aplicar, entonces gobiernan haciendo lo contrario.

Grecia es el ejemplo más brutal. Syriza había sufrido una sola escisión cuando estaba en el llano. “Dimar” se llamó el sector moderado que se abrió para sumarse al gobierno que encabezaba el conservador Antonis Samarás, de Nueva Democracia, e integraba el socialdemócrata PASOK.

Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis, formados en el Partido Comunista, repudiaron a esos camaradas que creían inevitable el ajuste. Ese ajuste que había empezado en el gobierno anterior, cuando Yorgos Papandreu sinceró las estadísticas que llevaban tiempo adulterándose, para ocultarle a la Unión Europea y al pueblo griego un déficit estratosférico.

Tsipras y Varoufakis mantuvieron en alto las banderas antiajuste, proponiendo incluso pagar el precio de abandonar la eurozona y resucitar el dracma. La ofensiva de Syriza contra los recortes, obligó a Samarás a anticipar las elecciones, para reforzar su autoridad y revalidar el aval social al duro ajuste que implementaba. Pero en las urnas ganó Syriza con su promesa de no ajustar y de dejar la moneda única, si la UE no aceptaba sus políticas de reactivación.

Cuando la pulseada llegó a una instancia crucial, el primer ministro convocó el referéndum para que los griegos le gritaran a Berlín, a Bruselas y al FMI su repudio al ajuste que imponían; ergo, para que fuera el pueblo el que rechazara el incremento de ese impuesto regresivo que es el IVA; los recortes a jubilaciones y pensiones y el achicamiento del Estado.

Los griegos votaron abrumadoramente el “Oxi” (NO) que le reclamaba Tsipras, pero a renglón seguido pasó todo lo contrario de lo que se suponía debía ocurrir con esa victoria de un gobierno izquierdista: Tsipras capituló ante Berlín y Bruselas, echando a Varoufakis y presentando un plan de ajuste que incluye las tres medidas más dolorosas exigidas por el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Para implementar ese plan, tuvo que expulsar una decena de ministros y mandar a la oposición a buena parte de su propio partido.

¿Qué fue lo que sucedió con Tsipras? ¿De golpe se convirtió en un traidor a su propio pensamiento? ¿Se hizo neoliberal de un día para el otro? ¿o descubrió que su plan era inviable y quedó obligado a dar un giro abrupto y copernicano?

La misma pregunta vale para Dilma Rousseff, quien ganó su segundo mandato proponiendo todo lo contrario de lo que hizo ni bien comenzó el nuevo período gubernamental. En rigor, la política que puso en marcha es la que proponía su contrincante liberal Aecio Neves, quien además planteaba sobre Petrobras lo que poco después empezó a confirmar la Justicia.

Aún en el caso de que, en sus tiempos de ministra de Lula, hubiera sabido sobre el sistema de sobornos y no lo denunció por lealtad a su jefe y al PT, los brasileños no ven a Dilma como una corrupta, porque ha dado otras muchas muestras de no serlo. Pero no por eso se privan de cuestionar su inacción frente a la megacorrupción en Patrobras.

No obstante, lo que más le cuestiona buena parte de Brasil a su presidenta, es haber refutado en el terreno retórico lo que proponía su rival en la carrera por el Planalto, y luego haberlo aplicado sin explicar su giro de 180 grados, actuando como si hubiese figurado en su plataforma electoral.

Con el derrumbe en la popularidad de Dilma, las encuestas demuestran que los brasileños no perdonan el engaño electoral. La fragilidad económica por la que atraviesa el gigante sudamericano no explica el cuestionamiento generalizado a la presidenta. La economía argentina no está mejor, en absoluto, pero la Presidenta no tiene el derrumbe que sufre su colega brasileña.

Dilma, igual que Tsipras en la elección que le dio el poder y luego en el referéndum sobre el ajuste, ocultó una derrota dentro de un triunfo. El triunfo ocultador es el conquistado en las urnas, la derrota ocultada es la de la propuesta con la que conquistó el voto.

La victoria de Menem contra el “lápiz rojo” de Angeloz pertenece a la misma familia de victorias derrotadas, cuyo caso más paradigmático se dio en la India.

En el 2004, temiendo una catástrofe electoral para el Partido del Congreso, la viuda de Rajiv Gandhi plagó su campaña de promesas demagógicas. Lo que se proponía Sonia Gandhi era, simplemente, evitar un fracaso que pusiera al partido de Nehrú en riesgo de extinción. Nunca pensó que con ese discurso pasaría lo que finalmente pasó: se impuso en las elecciones contra el derechista Bharatiya Janata Party.

Como cumplir con sus promesas habría sido imposible, o catastrófico para la economía, en lugar de asumir el cargo, lo designó primer ministro a Manmuhán Singh, un economista de ideas liberales que gobernó como tal.

Hay otros tipos de victorias derrotadas. Por caso, la que padeció el PRO en la CABA, cuyo triunfo fue como el de Apollo Creed sobre el “Semental Italiano” en Rocky I: el ganador quedó debilitado y el perdedor salió triunfal de la contienda.

Una variante patética de victoria derrotada fue el triunfo de Menem en la primera vuelta del 2003, con fuga despavorida en el ballottage.

También habría una victoria ocultando una derrota si Scioli ganara en octubre. La derrota de Cristina y el kirchnerismo fue precisamente haber tenido que postular a quien detestan.

Pero las que están emparentadas en el mundo de estos días son la reelección de Dilma en Brasil y el referéndum sobre el ajuste en Grecia.

¿Por qué estos dirigentes que tienen en común haberse formado en el marxismo-leninismo, fueron a las urnas proponiendo la contracara de lo que proponían sus respectivos rivales, pero luego aplicaron la propuesta del vencido?

Hace muchos años que Dilma giró al centro, abandonando el dogma que en su juventud la llevó a la lucha armada. No obstante, fue a la reelección apartándose del pragmatismo de Lula y el propio, para luego implementar políticas cercanas a las que había propuesto su adversario liberal.

¿Cambió de posición? ¿es rehén de las presiones del gran capital concentrado? Si este fuera el caso ¿no sería mejor que lo sincerara y lo denunciara?

El caso de Tsipras causa más estupor, porque comenzó a ejecutar la partitura de sus derrotados cuando todavía la izquierda festejaba el triunfo del “NO” al ajuste. Al día siguiente de la votación expulsó al ideólogo del modelo económico que proponía Syriza y, tres días después, propuso el plan de ajuste celebrado por los mercados con alzas en las bolsas de París y Frankfurt, y por los funcionarios del FMI.

Grecia quedó perpleja al descubrir que el triunfo izquierdista en el referéndum, ocultaba una derrota que se había producido en la antesala de las urnas, cuando Tsipras llegó a la conclusión de que salir de la eurozona equivaldría a saltar al vacío.

por Claudio Fantini

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