Friday 29 de March, 2024

ECONOMíA | 13-08-2015 11:30

El MIT, fábrica de poskeynesianos

El departamento de Economía del célebre Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) produce líderes de las finanzas globales.

Adiós, Chicago boys. Hola, pandilla del MIT”, escribió Paul Krugman. Esa frase al principio de su corrosiva columna del 23 de julio en The New York Times detonó como una bomba en los cenáculos académicos y los medios financieros. Confirmaba la enorme influencia alcanzada por los economistas formados en el célebre Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en la definición de las políticas a nivel mundial. Entre los más conocidos, Krugman mencionó a Ben Bernanke (quien dirigió la Reserva Federal de los Estados Unidos entre el 2005 y el 2014); Mario Draghi (presidente del Banco Central Europeo, BCE); Olivier Blanchard (que en septiembre dejará el cargo de economista jefe del Fondo Monetario Internacional, FMI) y Maurice Obstfeld (ya designado como sucesor de Blanchard y responsable de macroeconomía desde el 2014 en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca). La mayoría son discípulos de Stanley Fischer, un economista israelí-estadounidense que fue profesor en el Instituto Cambridge, dirigió el Banco Central de Israel y ahora es vicepresidente de la Reserva Federal norteamericana.“Y sí, yo también formo parte de la misma pandilla”, admitió Krugman sin disimular su orgullo.

El Departamento de Economía del MIT acumula 18 premios Nobel, 12 en este siglo. La mayor parte de los integrantes de esa “pandilla” intelectual, académica y política pertenecen a la generación que se doctoró en la década del '70 y forman –en cierto modo– la escuela “poskeynesiana”. A pesar de las modas libremercadistas vigentes desde los '60, “Keynes nunca se fue del MIT”, sugiere Krugman. El padre de esa corriente había sido otro Nobel, Paul Samuelson, que realizó la síntesis de los postulados macroeconómicos de Keynes con las teorías neoclásicas en microeconomía. Ese hombre, consejero del presidente John F. Kennedy, se atrevió a defender la vigencia de Keynes en un período de viento en contra, agitado por el ultraliberalismo teórico de Milton Friedman y de los aplicados economistas latinoamericanos, los “Chicago boys”.

La nueva gran depresión. Con la crisis del 2008, la más grave del mundo capitalista en tiempos modernos, estalló el debate. Los teóricos de Chicago sostenían que, si se respondía al “crack” imprimiendo dinero y permitiendo el aumento del déficit, existía el riesgo de provocar una estanflación similar a la que vivió el mundo en los '70. Frente a esas predicciones apocalípticas, la “pandilla” del MIT –en especial Blanchard, Obstfeld y Stiglitz– predijo, con acierto, que la inflación y las tasas de interés seguirían bajas mientras la economía estuviese deprimida, y que los intentos prematuros de reducir drásticamente el déficit agravarían la depresión. “La verdad es que el análisis económico que algunos aprendimos en el MIT hace mucho tiempo ha funcionado muy pero muy bien durante los siete últimos años”, asegura hoy Krugman. Bernanke, que había analizado en su tesis de posgrado los errores cometidos en la crisis de 1929, tuvo razón en mantener una política expansiva para limitar los estragos de la crisis. En Europa, la tenacidad de Draghi tuvo una importancia crucial para apaciguar los mercados financieros después de la tormenta especulativa del 2010. La visión pragmática de los egresados del MIT, sin embargo, no tuvo una traducción política comparable. En el FMI, Blanchard no tuvo éxito en evitar las drásticas reducciones del gasto público en plena depresión.

Esa confrontación aún no quedó saldada. En los últimos años de bonanza –antes de que en el 2007 estallara la burbuja inmobiliaria que precipitó el derrumbe de la economía mundial– gran parte de los puestos internacionales de decisión habían caído en manos de los economistas formados en el banco de negocios Goldman Sachs, uno de los principales inventores de los sofisticados derivados financieros que crearon la burbuja y estafa de las hipotecas subprimes. En las últimas décadas, el banco fundado en 1869 por Marcus Goldman y Samuel Sachs se había convertido en grupo de presión, red de contactos globales y cenáculo de lobbystas: su pirámide jerárquica actúa como “los miembros de una masonería, encargados de difundir la verdad profesada en la logia”, según Marc Roche, autor del libro “El banco. Cómo Goldman Sachs dirige el mundo”.

“La firma” –como la llaman peyorativamente por analogía con el libro de John Grisham “The firm”, una de cuyas acepciones es “La tapadera”– fue pionera en “contabilidad creativa”. En el 2001, esa astucia permitió maquillar los déficits que comprometían el ingreso de Grecia a la zona euro. Ficción rota en el 2010, cuando se descubrió el escándalo de la deuda que aún hoy mantiene al país al borde del abismo.

La doctrina del ajuste. En medio de esas corrientes en pugna, la crisis llevó al primer plano lo que algunos economistas alemanes llaman la “doctrina McKinsey”: alude al tipo de consejos que prodiga esa consultora –estratégica y global– cuando se trata de reducir costos y despedir empleados. Para los ejecutivos, es un “commoditie” invalorable: con frecuencia les permite escudarse detrás de esos análisis apocalípticos para tomar decisiones desagradables o impopulares. Esa es la doctrina que comparte en el fondo Angela Merkel: para ella, el FMI debe hacer de “McKinsey” ante los endeudamientos impagables. Rescate, pero a cambio de severos programas de austeridad. Y autorización a auditar la economía de los países, para controlar el cumplimiento de los “ajustes” (tratados como “reformas”). La doctrina ya se había aplicado en Portugal, Irlanda y Chipre cuando pidieron "salvatajes".

Curiosamente, fue el ex director del FMI Dominique Strauss-Kahn –acusado de abuso sexual y despojado por eso mismos de sus planes políticos en Francia–, uno de los pocos en utilizar el término “ordo-liberalismo” para denunciar el “diktat impuesto a Grecia” el 13 de julio en Bruselas. En una carta a sus “amigos alemanes”, Strauss-Kahn calificó al acuerdo de “horroroso”; dijo que en él prevalece “una lógica contable” y la imposición de “cierta visión ordo-liberal de la política económica” (también conocida como “neoliberalismo alemán”, respuesta de la derecha política entre 1930 y 1945 a los efectos de las guerras y el nazismo). Aludía así al Eurogrupo, un organismo informal que empieza a surgir como embrión de un futuro cogobierno europeo. Ese cenáculo, dominado por la fuerte personalidad del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, capitalizó las 14 ruedas de negociaciones realizadas en los últimos cinco meses con Grecia para consolidar su poder. Los tres pilares de su proyecto son: 1) la creación de una especie de superministerio de Finanzas de la zona euro con poder para aprobar o vetar los presupuestos de cada país “si no corresponden a las normas acordadas”; 2) la elección de un Parlamento de la eurozona para “reforzar la legitimidad democrática de las decisiones que afectan a la moneda común del bloque” y 3) el abandono y reemplazo de algunas competencias que por ahora están en manos de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la Unión. Su mayor victoria, sin embargo, fue haber introducido la idea de una salida temporaria de Grecia de la zona euro. Cuando escribió esa idea en un documento de trabajo, sabía que tropezaría con resistencias de otros países, pero su objetivo no era ponerla en práctica y menos inmediatamente, sino introducir el virus en las altas esferas de decisión: desde fines de junio, los gobiernos analizan, aunque sea como hipótesis, la idea de un “Grexit temporario”, evalúan su factibilidad y su costo. El ex ministro griego Varoufakis, que tal vez no sea un fino estratega pero sí un político con olfato, lo está anticipando: “Schäuble –comentó en una entrevista al diario británico The Guardian–, busca expulsar a Grecia para después obligar a Francia a aceptar su modelo de una zona euro disciplinada”. Eso significaría resucitar el espíritu del marco alemán, la moneda de la República Federal Alemana entre 1948 y 1990 y de la Alemania pre euro hasta el 2002.

por Christian Riavale

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