Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 16-08-2015 00:05

El país de los resignados

El escenario político y social a partir del resultado de las PASO.

Los interesados en saber más sobre lo que está sucediendo en la siempre enigmática mente colectiva argentina tendrán que esperar al menos un par de meses antes de recibir respuestas coherentes a sus preguntas. Por lo pronto, parece extrañamente flemática. Si bien a nadie, con la eventual excepción de la Presidenta y sus incondicionales, se le ocurriría calificar de satisfactoria la condición actual del país, muchos, tal vez la mayoría, presienten que fracasaría cualquier intento de mejorarla, razón por la que se aferran al statu quo aun cuando significara resignarse a la decadencia. Es de suponer que de estallar una crisis realmente grave, la ciudadanía reaccionaría pero, para decepción de los estrategas opositores, Cristina y los suyos se las han arreglado para convencer a millones de que sería muy bueno que el “modelo” inflacionario y recesivo que dicen haber construido perdurara por muchos años más, lo que, por razones matemáticas, es claramente imposible.

Los resultados de las PASO, que se celebraron en un país azotado por lluvias torrenciales que con toda seguridad incidieron en el ánimo de los votantes más castigados, confirmaron que la Argentina sigue siendo un país extraordinariamente conservador. Las alusiones tibias de Mauricio Macri a la conveniencia de cambiar algunas cosas aún no le han permitido acercarse a la masa crítica de voluntades que necesitaría no sólo para superar a Daniel Scioli en las elecciones definitivas del 25 de octubre sino también para gobernar con cierto éxito una vez instalado en el poder. En cuanto a Sergio Massa, si bien sus propuestas han sido un poco más osadas que las formuladas por Macri en su encarnación más reciente, se limitan a temas como la inseguridad ciudadana y la corrupción endémica. Quiere mano dura.

Aunque los votos que consiguió Massa en las primarias no fueron suficientes como para “romper” la polarización que tanto lo indigna, en base a ellos se cree capaz de hacer sudar tanto al porteño como al dueño de la Villa La Ñata, lo que podría traerle algunos beneficios personales pero también haría más probable el triunfo de “la continuidad” sobre “el cambio”, palabras que aquí han reemplazado las vinculadas con programas un tanto más específicos que, en el pasado ya remoto, solían emplear los candidatos a puestos electivos.

En otras partes del mundo, los presidenciables o aspirantes a ser primer ministro suelen afirmarse representantes de corrientes ideológicas muy distintas de las reivindicadas por sus rivales, pero en este ámbito, como en tantos otros, la Argentina es diferente. Scioli, Macri y Massa son pragmáticos populistas. Coinciden en casi todo: mientras que uno jura que bajaría la inflación a un dígito en dos años, otros lo harían en tres o cuatro, lo que no nos dice nada. Sería inútil pedirles debatir ideas. En buena lógica, deberían ser miembros del mismo partido que, de aplicarse las tradicionales pautas europeas, sería de la centro-derecha, pero, por desgracia, en la actualidad los prohombres de la clase política prefieren los movimientos personalistas, que se aglutinan en torno al “carisma” de alguno que otro líder supuestamente providencial, a las agrupaciones bien organizadas que existen en el resto del mundo democrático.

Los dos, tal vez tres hombres que sueñan con suceder a Cristina son virtualmente intercambiables. De no haber sido por su padrino original, el “neoliberal” Carlos Menem, y por sus propias ambiciones, Daniel militaría en el PRO o en un partido parecido al lado de su amigo Mauricio, mientras que Sergio, cuyos pergaminos kirchneristas eran mucho más convincentes que los del gobernador bonaerense hasta que un día, según la embajada yanqui, vio en Néstor un monstruo cobarde y perverso, está pensando en acordar “políticas de Estado” con el porteño. Siempre y cuando los dos se limitaran a las vaguedades bien intencionadas a las que nos tienen habituados, no les sería nada difícil acumular una cantidad impresionante de coincidencias. La celebrada “grieta” que tanta angustia ocasiona no separa a los partidarios de una modalidad ideológica determinada de quienes “piensan distinto”, como aseveran los alarmados por la discordia que prevalece en muchas familias, sino a los presuntamente leales a la persona de la señora Presidenta de todos los demás. Aquí, la política es tribal, una variante de lo que en los países posmodernos se llama “la política de la identidad”.

Puede que los dos opositores hayan llegado a la conclusión de que sería de su propio interés, y de aquel del país en su conjunto, rebobinar la historia a fin de formar una alianza electoral. Sin embargo, conforme al Código Electoral Nacional, ya es tarde para que sumaran fuerzas para constituir un frente antikirchnerista unido, algo que pudieron haber hecho antes del 12 de junio pero que, por suponer Macri que el país pronto se vería anegado por un tsunami amarillo, no hicieron. Aunque sería factible un arreglo según el cual Massa tendría garantizado un papel clave, como jefe de Gabinete u otro cargo igualmente portentoso, en un eventual gobierno de Macri a cambio de una decisión de abandonar la carrera presidencial, a esta altura luce muy poco probable que se concretara una alternativa de tal tipo que, para más señas, podría resultar insuficiente como para cerrarle a Scioli las puertas de la Rosada.

Al grueso del electorado le importan mucho menos nimiedades como los hipotéticos programas de gobierno de los candidatos principales que su presunta capacidad para asegurar un grado aceptable de estabilidad. Por ahora, el más confiable en tal sentido parece ser Scioli. Es factible que, como nos informa Mauricio Macri, “el 60 de la población” esté reclamando “cambios”, pero se trataría de innovaciones mínimas que no perjudicaran a nadie, no de algo tan exigente como una “revolución productiva”. Lo entienden muy bien los tres candidatos mejor ubicados, de ahí su aversión a palabras prohibidas como “ajuste”. Sería legítimo argüir que la invasión narco facilitada por la corrupción plantea al país una amenaza más temible que el riesgo de que la economía siga desintegrándose, pero ello no obstante es inquietante la negativa de Macri y Massa a hablar con franqueza acerca de la herencia terriblemente complicada que recibirá el gobierno próximo por miedo a espantar al electorado. Significa que el país no está preparándose para enfrentar el período de años flacos y presupuestos jibarizados que, mal que nos pese, está por iniciarse.

Aunque los presidenciables que sobrevivieron a las PASO tienen mucho en común, no puede decirse lo mismo de quienes disputarán la gobernación de la megaprovincia de Buenos Aires. Siempre y cuando Aníbal Fernández no termine destruyéndose en medio de una conflagración legal y mediática, el más duro y tosco de los kirchneristas se medirá con la macrista María Eugenia Vidal, una joven vigorosa y elocuente, sin por eso ser agresiva, que, para sorpresa de muchos, consiguió casi casi el treinta por ciento de los votos, muchos más que Aníbal o Julián Domínguez, o el massista Felipe Solá que hizo lo que podría considerarse una buena elección, pero menos que los compartidos por los gladiadores del Frente para la Victoria.

Aníbal, para algunos “la Morsa” y para otros un clon de Herminio Iglesias, cuenta con muchos admiradores, a los que les encanta su falta de inhibiciones a la hora de vapulear a quienes se atreven a criticar a Cristina y que se mofan de las acusaciones contundentes en su contra, pero según las encuestas una mayoría abrumadora lo repudia; aun cuando no lo crea un narco asesino, le motiva disgusto su comportamiento. Si ataca a María Eugenia con la vehemencia y grosería que ha patentado, la Morsa se heriría a sí mismo; si trata de adoptar una actitud caballeresca, se privaría de lo que, a fin y al cabo, es su característica más notable. Una morsa sin colmillos sería una bestia triste desprovista de lo necesario para soportar los rigores propios de su hábitat natural. Puesto que desde el punto de vista de sus moradores el mundillo político bonaerense es aún más salvaje que los mares del ártico, a Aníbal la Morsa le espera un desafío nada sencillo. En las próximas fases de la campaña, Macri, Massa y sus respectivos socios tratarán, algunos directamente, otros a través de voceros informales, a Aníbal como un capo mafioso brutal, un narcotraficante asesino, apostando a que buena parte del electorado bonaerense, debidamente horrorizada, ponga fin a su zigzagueante carrera política, mientras que María Eugenia se esforzará por convencer a los votantes de que realmente está en condiciones de administrar un distrito tan difícil. Por su parte, el massista Felipe Solá insistirá en que, si bien es una buena candidata, sería mejor confiar en alguien más experimentado como él con la esperanza de que su adversaria sufra el mismo destino electoral que Graciela Fernández Meijide en 1999 cuando, para desconcierto de los líderes de la Alianza, perdió ante el peronista Carlos Ruckauf, acompañado por Solá, que contaba con el respaldo de un antepasado del PRO, la Ucedé. Tal y como están las cosas, empero, es perfectamente posible que la candidata de PRO gane la contienda triangular que ya ha empezado, lo que ayudaría mucho a su jefe, Mauricio que, gracias a ella, en las PASO obtuvo un resultado bastante promisorio en el feudo del amigo Daniel.

por James Neilson

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